En treinta y seis años esta será la segunda vez que en la provincia habrá traspaso de mando entre fuerzas políticas de distinto signo: Otra vez entre el Frente Progresista y el Peronismo. El dato encierra el criterio de que no hay costumbre de alternancia cada cuatro años a pesar de ser de las últimas provincias -junto con Mendoza- que no tiene reelección para su gobernador. Las transiciones nunca son fáciles ni siquiera dentro del mismo espacio político.

De hecho, de manera mucho menos pública, la entrega de los atributos de Antonio Bonfatti a Miguel Lifschitz no fue sencilla para el partido socialista. Los hubo de un lado y del otro. Los que habían sido ya no volverían a ser, salvo unos pocos que pasaron de un lado al otro de la interna. Tampoco había sido sencillo cuando después de sus cuatro años Hermes Binner decidió que era el turno de su ministro de Gobierno y no del entonces ascendente intendente de Rosario. Lifschitz tuvo que masticar la bronca y refugiarse cuatro años en el Senado provincial para luego intentar volver. Ahora piensa hacer lo mismo desde el día siguiente que abandone la Casa Gris: Pergeñar desde la Cámara baja su plan para el regreso. Ya lo ha planteado en una primera reunión que mantuvo con los miembros de la lista de diputados que el mismo encabezó.

Algo de eso también se filtra en este traspaso que operará en diciembre. Pero como es el peronismo el que está enfrente, la interna con Bonfatti empezó a suavizarse, ya habrá tiempo para nuevas disputas. Y esto se nota principalmente en el rol que ha comenzado a desempeñar el hombre de máxima confianza del ex gobernador. Es Rubén Galassi quien desde su banca de diputado armó el escenario que desembocó en la sanción de la ley que amplía en recursos y localidades el Plan Abre.

El socialismo pone como principal argumento que la iniciativa partió del Senado donde tiene mayoría el peronismo. Y es cierto. Aquí también nuevamente quedaron sentadas algunas bases de lo que deberá afrontar Omar Perotti como gobernador. En su edición de ayer Rosario/12 reveló un dato que no es menor. El día que el proyecto del Plan Abre se aprobó en comisión para bajar al recinto y no necesitar de mayorías especiales; no estaba en el Senado el hombre de máxima confianza de Perotti, el senador por el departamento Castellanos Alcides Calvo que se encontraba en Medellín en un viaje oficial.

Legislatura, caja de resonancia de la nueva etapa política.

Es claro que el socialismo, con el argumento de cuidar la continuidad de algunas de sus políticas públicas más notorias, pretende dejar por escrito el sostén de muchas de ellas pero también busca condicionar el margen de maniobra del nuevo gobierno. El reclamo del peronismo pasa por ahí y se hizo patente en el sonoro reclamo del interbloque de diputados del PJ que el jueves pasado se levantó en masa del recinto tras el durísimo discurso del diputado Leandro Busatto.

El PJ tiene razón en apuntar que "gobernaron 144 meses y ahora en el último mes conceden recursos y beneficios que debiera decidir la administración entrante", como lo dijo el diputado Luis Rubeo.

Ante el estruendo Lifschitz salió a blindar la idea de una transición ordenada y con excelente relación personal con Perotti. El gobernador electo no quiso patear el tablero pero sabe desde hace rato que juega con un estrategia del bueno y el malo. Lo que se promete para afuera desde el Ejecutivo se contradice para adentro desde el legislativo. Y hay ejemplos concretos más allá del conflicto por el Plan Abre. Lifschitz se había comprometido con Perotti a postergar el envío del Presupuesto 2020 para que será la futura administración la le de los retoques necesarios a la ley de leyes. El mismo esquema que se seguirá en la nación y también en la municipalidad de Rosario. Pero los diputados socialistas la semana pasada votaron una preferencia que le pedía a Lifschitz que mande el proyecto de presupuesto "en tiempo y forma" a la Cámara. Sería de mucha ingenuidad leer la jugada como una rebelión de los diputados del PS contra su gobernador. Más bien tiene todo el aspecto de una gestión analizada meticulosamente.

El socialismo tiene sobrada experiencia en ese tipo de acciones. No levantar la voz, mostrar una predisposición al diálogo y al acuerdo, pero endurecerse al extremo en la práctica o hacer todo lo contrario a lo pregonado. Por eso el peronismo tomó algunas decisiones como por ejemplo exponer en una página web punto por punto la información que le pedía al gobierno para la transición e ir publicando qué le entregaban efectivamente. Saben que nadie se va a poner a buscar esos datos pero el sólo hecho de hacerlos públicos implicó un compromiso para el oficialismo saliente.

Un extenso minué que comenzó inmediatamente tras las elecciones de junio y que anticipa un prolongado baile con las reglas de los antagonismos políticos.

 

No hay nada como la derrota para facilitar la unidad. Por eso el peronismo pudo juntar todo lo que juntó para volver al poder; y por eso también el socialismo quiere sacudirse rápido de sus rencillas internas para fortalecerse frente al adversario. Dirigentes que antes ni siquiera se dirigían la palabra hoy pasan horas tomando café, ideando estrategias para salir de la intemperie, en esa práctica política que la gente común no está entrenada para entender pero que es esencial para el desarrollo de la actividad de gobierno y también de la oposición.