Las fotos empezaron a circular a poco de empezado el 34° Encuentro Nacional de Mujeres (ENM), que terminó este lunes en La Plata. Un grupo nutrido de mujeres policías durmiendo sobre cartones en el piso húmedo de un galpón. Tapadas, algunas, con más cartones. Sentadas, acurrucadas, en una hilera uniforme de rodetes, tonfas y borcegos. Convocadas a custodiar el ENM, les habían prometido --denunciaron-- un alojamiento que no les dieron.

La publicación de estas imágenes en las redes provocó, mayormente, reacciones de repudio a una institución policial incapaz de garantizar las mínimas condiciones laborales de su personal femenino. Pero estas imágenes sacaron a la luz, también, una tensión que venía expresándose hasta ahora con cuentagotas (y en ámbitos muy puntuales), propiciando --ahora sí-- la aparición pública de cierto fuego cruzado. Me refiero, concretamente, a ciertas voces que se alzaron desde sectores minoritarios y polarizados, a uno y otro lado del espectro. Es sobre esto que quiero llamar la atención en estas líneas: sobre la circulación particular que tuvieron esas imágenes en ciertos espacios, sobre los comentarios binarios que suscitaron y --aun más-- sobre los usos y réditos políticos que puede conllevar el caer en tales maniqueísmos.

¿Cómo fueron leídas esas fotos? Para muchos sectores fueron, como decía, una prueba más de una institución policial vulneradora y abusiva (y todavía más: una prueba de la violencia de género que pueden sufrir las mujeres policías). Denuncias e imágenes fueron en estos ámbitos replicadas y comentadas, con un trasfondo claro que subrayaba responsabilidades políticas e institucionales por tales condiciones de hambre y hacinamiento.

Pero estas fotos circularon de modo muy distinto (y más intenso) en ciertas redes sociales vinculadas a lo policial. Los posteos que las acompañaron ahondaron en las mismas ideas. Que qué tupé hablar de feminismo en Argentina cuando los femicidios que sufren las mujeres policías no están incluidos en sus luchas. Que qué increíble la falta de empatía de las que se dicen feministas con las mujeres policías que no pueden conseguir otro trabajo para parar la olla. Por supuesto, no tardaron en arreciar las respuestas. Que son policías y se merecen lo peor. Que mientras las mujeres policías sigan trabajando para defender los intereses del estado opresor no serán nunca parte del feminismo. En medio de recriminaciones cruzadas, que tanto producían como recibían alineaciones binarias, las fotos funcionaron, en estos espacios, ayudando a consolidar una lógica de bandos: la policía mala de un lado, el feminismo malo (así, en singular) del otro.

Después de todo, no es casual que estas fotos (y este maltrato innegable a las policías) hayan salido a la luz en el contexto, justamente, de un ENM. Y vuelvo aquí sobre la misma idea: las imágenes soportan un nudo intrincado de sentidos. Funcionan, si se quiere, a la manera de un caleidoscopio: re-acomodan imágenes distintas según cómo se giren los espejos. ¿Qué otras cosas vemos si ponemos a rodar los cristales? Vemos, también, por ejemplo, una institución y/o un mando político que convocó a mujeres policías a “dormir” tiradas en el piso. Podemos discutir luego si lo hizo por propósito o por inoperancia, porque a los fines concretos el resultado fue el mismo: la instauración de condiciones de vulneración laboral que forzaron la denuncia de las propias mujeres policías. Quiero decir: la vulneración institucional de aquellas mujeres afectadas a cubrir los encuentros de mujeres que sí pueden organizarse para luchar por sus derechos. Encuentros que constituyen álgidos espacios en disputa para los grupos polarizados que presentaba más arriba. En otras palabras: la foto justa para avivar esas polarizaciones.

Es claro que las fotos de las mujeres policías acurrucadas sobre cartones soportan sentidos múltiples y co-existentes. Se abren a muchas lecturas y son todas ellas válidas y bienvenidas, en tanto sirvan para activar los debates críticos y necesarios que tanto necesitamos. Lo que no necesitamos son discusiones ingenuas o simplistas. Tampoco el facilismo de las falsas polarizaciones, que tanto estimula enfrentamientos sin matices como oculta y diluye intencionalidades políticas e institucionales, creando explicaciones instrumentales que siempre les sirven a los mismos.

Mariana Sirimarco es doctora en Antropología (Universidad de Buenos Aires). Investigadora Independiente UBA-Conicet.