Este segundo tomo de cartas del escritor y pianista itinerante Felisberto Hernández es todo un acontecimiento. Compila una extensa colección de noventa cartas que abarcan desde los años 1935 a 1942. ¿La destinataria?, Amalia Nieto, la genial artista plástica y segunda esposa del autor uruguayo. Un complemento esencial de la obra de este singular narrador que hizo de la literatura, un lugar de extrañamiento. Algunos de los temas centrales en este tomo son la lucha por la sobrevivencia en ambientes reacios a la música clásica, la tensión latente entre música y literatura y, desde luego, su compleja relación sentimental con Nieto. El lapso de tiempo que corresponde a esos siete años, es más que significativo, puesto que son los años inmediatamente previos a la composición de sus obras mayores. Los años cuarenta fueron los de más intensa producción en términos de calidad y originalidad. Así, el archivo se puede dividir en dos períodos. El primer grupo de cartas abarca de mayo de 1935 a diciembre de 1936 (cartas I – LVIII), escritas desde el interior del Uruguay, mientras que el segundo grupo se inaugura con una carta de diciembre de 1939 y culmina en febrero de 1942 (cartas LIX – XC), compuesto principalmente por cartas escritas desde la Argentina.

Felisberto Hernández fue responsable de libros esenciales como Las Hortensias, Por los tiempos de Clemente Colling o El caballo perdido –varias veces reeditados. Cabe destacar que además de ser autor de cuentos y novelas breves, descolló como ingenioso pianista. La narrativa de FH, de corte fantástica (y que tiende hacia un surrealismo leve), se estructura alrededor de un puñado de elementos básicos. Por lo general, describe pequeños acontecimientos prescindiendo, a veces, hasta de la unidad espacial y temporal que solían ofrecer los relatos “lineales” de entonces. Es decir que se desarrollan mayoritariamente sin principio ni fin. Esa óptica fragmentada lo convirtieron en un sutil cronista del instante, cuya mirada desfasada y penetrante ganó la admiración de lectores, convirtiéndose en un autor de culto. Un raro, un autor que no se lo puede encasillar dentro de ninguna corriente reconocible.

Su originalidad no fue intencional, dado que no hay rastros de una búsqueda formal deliberada. Escribía cuando lo deseaba y podía. Sus giras pianísticas, como revelan muchas de estas cartas, condicionaban sus días. No obstante, la suya fue una vocación literaria. Buscaba cualquier momento para poder escribir. Muchos de sus cuentos fueron pensados originalmente en esas giras por el interior de Uruguay y Argentina. Sin duda, la realidad circundante era necesaria para sobrevivir, aunque de ninguna manera esencial como materia prima para su escritura. FH bien pudo haber nacido en el siglo XIX o XXII, en Islandia o Turquía, y me atrevo a considerar que su escritura hubiese permanecido inalterable. Es un estilo que puede prescindir del tiempo y espacio al que pertenece. Una obra con fuerte vocación introspectiva, y estas cartas potentes, detalladas, minuciosas, son prueba de ello. La necesidad de narrarlo todo, se hace presente en cada página: una muela extraída sin anestesia, una bala pérdida, la suspensión de un concierto en Chivilcoy, un pueblo de judíos, su vida es un viaje constante (c. XLIII): “Hay días que me despierto y no sé realmente donde estoy; tengo que hacer un esfuerzo y recordar los hechos del día anterior, cómo es la pieza y dónde está colocada mi cama”; hechos narrados con ironía y sensibilidad convierten la experiencia en amenísima lectura. Un día de lluvia, escribirá desde Vergara “La tristeza viene del cielo”.

Cartas II permite descubrir el modo laborioso (y luminoso) que tenía el autor de “El cocodrilo”, “La casa inundada” (en la que trabajó 13 años), o “La mujer parecida a mí”, en registrar sus ideas literarias desde su estado embrionario. Una prosa que transmite sensibilidad gracias al uso directo y austero (sin ínfulas) de su lenguaje, creando así imágenes contundentes. Son páginas que no se pueden encuadrar fácilmente. Parecen simples en una primera lectura, acaso por su tono oral, pero no lo son. En Cartas II se destaca, entre otras observaciones, el modo de crear con pocas palabras, atmósferas complejas y reflexiones de índole ligeramente surreal; la famosa mirada “felisberteana”. Con su peculiar estilo, trasmuta lo meramente accidental en sustancial. Así rescata lo más significativo que observa o escucha a diario, para relatárselo a Amalia Nieto. Los hallazgos son innumerables. Por ejemplo, descubrimos –casi por casualidad-, su admiración por Don Goyo Sarrasqueta, aquel mítico personaje de historieta creado por Manuel Redondo, para Caras y Caretas. Pero no se trata sólo de anécdotas sorprendentes (en ese sentido el libro es un verdadero tesoro). A su vez, se constatan lagunas y cortes de algunos encabezamientos, despedidas y diversos pasajes, muchos de ellos centrales y posiblemente relativos a la intimidad de la pareja. Gracias a este singular testimonio epistolar, el lector descubre de qué modo FH sentía el mundo y de qué forma transformaba sus impresiones subjetivas en literatura. Con una prosa única, indaga y observa su tiempo impasiblemente.

El libro, parco en su estilo expresivo, es un semillero de ideas, una colección de situaciones dramáticas, reconstrucciones episódicas, recogidas por el propio escritor con notable agudeza. Son anotaciones breves, en ciertos casos, que luego germinarían en relatos y nouvelles. Cartas II no sólo es un libro de vivencias pasadas, sino –acaso-, un ensayo que descifra los sutiles mecanismos de la memoria. Contiene páginas que se bifurcan, como el mismo pensamiento humano: caóticamente. Genera un efecto de lectura único. Al comienzo, describe distintos episodios de su vida, de modo convencional (como lo hicieron otros memorialistas latinoamericanos: Cané, Torres Villarroel o José Santos González Vera). Es decir, las páginas están condicionadas por las sensaciones que ciertos objetos, aromas e ideas, despiertan en el narrador. Pero pronto en FH el hilo narrativo se fractura, se astilla. Del recuerdo como motor narrativo, se pasa a la sensación del recuerdo. Nos encontramos ante una prosa impresionista de sesgo solipsista.

 

El libro dispone, además, de un conspicuo prólogo y notas de Daniel Morena, que sitúa y resalta las aptitudes estilísticas del uruguayo, entre otras apreciaciones. Al igual que en el primer volumen, el ordenamiento de las cartas responden a un criterio cronológico.  Otra necesaria publicación de un sello independiente nacional, que opera a favor de exigencias de calidad literaria y no estrictamente de mercado.