La opresión hacia las mujeres, y hacia cualquier tipo de identidad o cuerpo que esté por fuera del concepto de masculinidad heterosexual, es uno de los rasgos más distintivos de nuestra sociedad. Está presente en todos los ámbitos de la vida, y la ciencia no es excepción. Agostina Mileo -mejor conocida en las redes como “la Barbie Científica”- supo ver esto y convertirlo en el eje de su trabajo cotidiano para intentar desmontar estereotipos y prejuicios que excluyen y “muchas veces causan daño”.

Mileo es científica ambiental, comunicadora científica y activista feminista. En línea con esa multiplicidad de facetas, hoy es doctoranda en Historia y Epistemología de la Ciencia por la Universidad de Tres de Febrero y colabora en la organización Economía Femini(s)ta como coordinadora de la campaña MenstruAcción, que apunta a derribar mitos y democratizar el acceso a productos de higiene menstrual. Además, con esta impronta, desde las redes sociales informa con videos llamados “Noticiencia”, y despegó en su carrera como escritora con sus dos títulos: Que la ciencia te acompañe (a luchar por tus derechos), y el más reciente, Instonto Maternal.

- ¿Cómo puede la ciencia ayudar a desmontar los estereotipos, mitos y prejuicios machistas en el sistema patriarcal?

- Yo creo que la ciencia ayuda a desmontar estereotipos, prejuicios y sesgos machistas porque es la mejor manera que tenemos para dar razones públicas, para pensar en términos argumentales. Es la herramienta que hemos legitimado para pensar o producir conocimiento en términos de uso público, desde la estructura pública. También, porque las ciencias tienen un funcionamiento que tiene que ver con convenciones de comunidades que se van aceptando y que surgen también a partir de tensiones. La producción de ese conocimiento pasa por bastantes procesos de revisión y validación que hace que sean lo mejor posible. Lo vemos claramente en temas como el aborto, cuando decían cosas como ‘el aborto causa infertilidad, causa cáncer’. Esos estudios se hicieron, y se demostró que no. O que, si el aborto se legaliza, todo el mundo va a abortar, y vemos las estadísticas de los países donde es legal. Todos esos son instrumentos públicos de la ciencia. Hay muchos ejemplos a lo largo de la historia. En su momento, la frenología establecía virtudes en función del estudio del cráneo, sostenía que mujeres y negros eran inferiores a los hombres blancos.

- ¿La ciencia también ha colaborado en la opresión de las personas que no son hombres cis?

- Para mí hay una cuestión central: la crítica que siempre entra y que va por todos lados es que hacen falta más mujeres en ciencia, y que pareciera que es sólo una cuestión medio banal de justicia social, como que el feminismo lo que pretende es que haya la misma cantidad de mujeres que de varones en todos lados. En realidad, también hay una crítica feminista que para mí es mucho más interesante: si la ciencia es nuestro argumento, nuestra herramienta para dar razones públicas, la ciencia tiene que ser de la mejor calidad posible y servir a la mayor cantidad de personas posible. Cuando la ciencia se hace con sesgos, esto no es así. Se produce conocimiento que toma como modelo a una parte de la población, que es este hombre blanco, heterosexual, propietario. Y deja afuera a otras personas, pero no sólo las deja afuera sino que muchas veces les causa daño, como en casos de medicamentos que salen al mercado con dosis recomendadas que causan efectos secundarios en otras corporalidades. Yo creo que es importante, porque nos permite exigir una ciencia de mejor calidad, y más en un país como el nuestro, donde las ciencias se hacen dentro de la esfera del Estado casi en su totalidad.

- ¿Cuál creés que es la importancia de la comunicación científica con perspectiva de género hoy?

- Tradicionalmente la comunicación pública de la ciencia ha sido muy vertical. Yo te explico algo para que lo entiendas, pero no para que puedas interpelarlo. A través de la conexión con un movimiento político y popular tan convocante como el feminismo, las ciencias se empiezan a abrir de otra manera, como parte del ejercicio de ciudadanía y como un discurso y producción cultural que se habilita a que se interpele.

- ¿Cuáles son las dificultades y desigualdades que viven las personas menstruantes en Argentina?

 

- La menstruación es un ejemplo paradigmático de violencia de género, en tanto podemos situar en ella un estigma y una vergüenza sobre el cuerpo que están muy ligados a la identidad femenina. Decimos que la menstruación es el ‘hacerse señorita’, como un ritual de pasaje entre niña y mujer. Simone De Beauvoir dice que ‘no se nace mujer, se llega a serlo’, y sabemos que ese ‘ser mujer’ no es cualquier cosa, sino que es adaptarse a una serie de pautas que son opresivas. Entonces, hablar de menstruación es importante para ir desarmando esos estereotipos que conlleva la identidad y la identificación como mujeres, pero también para pensar en cosas como las industrias y cómo fluctúan esos estigmas y esas vergüenzas para poder tomar decisiones informadas. También, para seguir exigiendo ciencia de mejor calidad que nos de conocimientos, porque hay muchas cosas que no sabemos, como los efectos de tampones y toallitas a largo plazo por los químicos que contienen; no sabemos cuánto ausentismo escolar hay por menstruación; no sabemos las edades de menarca y menopausia en Argentina. Nos falta un montón de información. También es importante pensar desde otro lugar. Siempre que hablamos de salud o cuerpos femeninos hablamos de la salud reproductiva, y justamente la menstruación es una negación de la reproducción: se da en momentos no reproductivos, pero se habla de ella como una falla, un desecho producto de la no reproducción. Eso, primero, no refleja el conocimiento científico actual al respecto, sino que, además, refuerza este lugar social de la mujer madre.