12 de noviembre. Hoy nuestros ojos fueron testigos de la historia más escalofriante, nuestra memoria nos hizo chasquidos y nuestros oídos, ia aturdidos, escucharon esas palabras sangrientas: “¡Cristo vuelve al palacio!”, gritaba la autoproclamada presidenta interina del Estado Plurinacional de Bolivia. Una mujer de racismo manifiesto en todas sus intervenciones y redes sociales, provida y militante de la campaña contra la educación sexual se colgaba la banda presidencial frente a un Congreso vacío porque toda la bancada del MAS –el partido de Evo Morales- está siendo perseguido. La sangre ya desborda en la pachamama.

10 de noviembre. Nos golpeó el Golpe en Bolivia y la noche está siendo larga. Mientras nos llegan registros que punzan el cuerpo: saqueos por un lado, barricadas por varios otros, estruendos por el cielo, cortes de servicios básicos (agua y luz), sin medios de transporte, sin medios de comunicación, quemas a instituciones públicas, persecución política a cualquiera con rasgos indígenas “sospechados de salvajes masistas” y detención a esas polleras indígenas, incluso en esas zonas acomodadas donde aún van/iban a trabajar para otras.

Se acuerpan en mí esos gritos desesperantes, allí donde empezaban a tener vida los derechos indígenas y donde duerme wiracocha.

11 de noviembre. Late la incertidumbre y el desvelo constante en nuestras camas. No hubo tiempo para el duelo democrático pues urgía saber por la vida de familiares, conocides, amigues, compañeres -y sigue siendo así- que habitan esos territorios en disputa: La Paz, El Alto, Cochabamba y Santa Cruz. Con el pasar de las horas se generaron redes de comunicación “precarias” pues se trata de vidas que habitan en esos lugares rurales donde la comunicación escasea. Voces que llegaban pidiendo ayuda y difusión. Posiblemente quienes fuimos atravesando esa congoja en desvelo tengamos lazos proveniente de esas naciones indígenas y mestizas que pasaban a ser esa “Bolivia, libre de indios”, esa Bolivia unida, sin wiphalas, sin lo plurinacional. Una Bolivia patriótica envuelta en un rosario y leída desde una exaltación bíblica, solo estaba la tricolor, la otra estaba desapareciendo hasta que apareció quemada: la wiphala. Y el cielo también lloró.

7 de noviembre. La incertidumbre se convertía en una visitante constante, hasta el día jueves de la primera semana de noviembre. El sol se había levantado, la alcaldesa de la ciudad de Vinto (Cochabamba), Patricia Arce, quien ejercía sus funciones es secuestrada y torturada por varones encapuchados; antes se había quemado esa sede de gobierno. Ellos, emplumados con palos la hacen peregrinar por la calle, descalza, más de 3 kilometros, entre empujones y agresiones verbales. Cae al piso y cada vez es rodeada por más varones con palos, piedras y rostros escondidos. A Patricia, con rasgos indígenas, la mantienen cautiva largas horas, le rocían pintura “roja” en el cuerpo, la obligan a arrodillarse, acto seguido le cortan el pelo. Rodeada de la muchedumbre, le aplastan micrófonos hambrientos de victimas y aplausos. El sol y el espacio público eran los informantes de ese entramado, que algún poeta perdido lo llamaría delirio en este siglo, pues se trataba de ese “orden”: patriarcal, de dioses coloniales, de una masa racista y misógina: ¿Qué estaba pasando?, ¿Por qué ella?

Una vergüenza teórica se sepultaba: ella sabía quizás lo que a veces intentamos apaciguar. El golpe era también racista. Así se hacía de noche y nos llegaban la memoria oral de hace 5 siglos, en ciudades de lo que hoy es el territorio plurinacional boliviano. Tal vez con una performatividad propia, el goce público para algunos dientes.

9 de noviembre. A pie o en motos las señalan, las persiguen, las escupen, expulsan de sus tierras. Son mujeres indígenas o parecen, ya sea porque portan pollera, llevan awayu o un sombrero. ¿Por qué a ellas? Por ese poder en disputa y esa perpetuación del patriarcado que potencia el colonialismo. La memoria me trae aquel tiempo del 2009 cuando muchas de las cholas campesinas y rurales pudieron ocupar espacios en la Asamblea Constituyente que terminó con la declaración de la plurinacionalidad del Estado boliviano. Levantar la voz había costado vidas, en la asamblea constituyente y en las calles se había derramado sangre. Ellas no podían ser igual o acercarse a uno, Eran esos cuerpos de sospecha, marrones. En el devenir de la historia se verá que: en los levantamientos indígenas formaron ejércitos de independencia, logrando la libertad de territorios; en los tiempos más sangrientos de la dictadura, lograron derrocar a Banzer con la huelga de hambre, en aquellos años de combate al narcotráfico enfrentaron a militares nacionales y yanquis solo con piedras y palos. En estos años, hubo cholas en espacios públicos y políticos de decisión, no podían parar de sonreír. Mi ejercicio de resistencia: llorar las vidas que ya no están pero traer a la memoria la historia y pensar en un estado con cholas al poder. Gran deuda.

13 de noviembre. Poco se conoce el rol de las mujeres indígenas, las mujeres rurales, las mujeres campesinas, las mujeres mineras, las amas de casa, las mujeres cholas. La construcción como sujetas políticas tiene data desde que los territorios fueron colonizados y saqueados. Formaron parte de ejércitos de batalla, comandaron los mismos, proveyeron de alimento, dieron refugio y asilo a aquellas mujeres y niñxs españolxs que quedaban solas cuando se producían los levantamientos kataristas.

No recuerdo, ni la memoria ancestral me recuerda algún tiempo de libertad de las mujeres de pollera para habitar las tierras hasta el 2006. Un indígena, cocalero, sindicalista, ocupa el poder, junto a él movimientos sociales e indigenistas, con un entramado de izquierda rara. “Apenas hemos abierto el ojo”, decía una constituyente de pollera por el 2008, se refería al reconocimiento constitucional de la plurinacionalidad, arrancado, esclavizado y adeudado por 5 siglos. “Tal vez viven un trauma los blancos”, dijo una doña migrante en Argentina desde hace varias décadas, una ironía triste para narrar la quema de la wiphala y la entronización de la biblia.

14 de noviembre. Este quizás sea el punto, ese nudo que hay que des-nudar para atravesar esta historia que ya lleva sangre derramada con un número de muertes que no tienen número fijo: cómo hacer comunidad. Heridos y heridas en la Ciudad de la Paz, El Alto, Cochabamba, Santa Cruz; las detenciones ilegales, amenazas y un cielo en el que llueven petardos y desborda el odio ¿Qué nos queda?

Recientemente el comité ejecutivo de mujeres campesinas, indígenas, originarias, “Bartolina Sisa” (constituida en las épocas nefastas del contexto latinoamericano), llamo a la “movilización, en defensa y representación de la wiphala”. Caminaron y aún siguen caminando con su memoria colectiva y oral. Ese movimiento, que es difícil de habitar desde una mirada occidental, implica preservar la propia vida y la comunidad de comunidades.

Mientras alguna lengua agitada instala odio, alguna otra se burla, y alguna también que acompañe se acomoda queriendo buscar incertidumbre y poniendo en duda el Golpe de Estado en Bolivia, la tierra llora. Mientras exista ese hartazgo de mantener privilegios y no abramos los dos ojos, el cielo se llena de petardos con cuerpos que vuelan.

También sucede, mientras, que en ese canto del colibrí (San Lorenzo) está el grito de wiracocha. El grito colectivo de ellas, que en estos días asechadas por los carroñeros con sus tanques de guerra, acompañados con otros en motos, con palos y la sagrada palabra, buscan generar en la vergüenza la sanción moral, el miedo a sus lenguas, expropiar sus tierras y vidas. Aún en ese camino late el grito que vienen diciendo por México, Guatemala, Ecuador, Chile y el corazón del litio: “¡la whipala se respeta, carajo!”.