¡Límites! Este reclamo, oído por doquier, resuena en la escuela y la familia, entre padres y docentes. ¡Límites, más límites! ¿Acaso la falta de límites se deriva de la decadencia de la función paterna? A lo largo del siglo pasado, el padre perdió valor, sin duda, ya no es venerado, más bien se lo critica, está en la picota: se le reclaman límites y, si los pone, se lo tilda de autoritario o violento, se le exige perfección y que asuma sus imperfecciones… Antes, toda nuestra cultura lo sostenía; hoy, muchos le llevan la contra; ser padre se volvió difícil.

Todo esto es cierto, pero plantearlo así no permite deducir modos de resolver el problema. Exploremos otra vía.

Cuando el joven no acata la orden del mayor, decir que éste no sabe hacerse respetar y que aquél es desobediente puede parecer plausible, pero es tan estéril como atribuir el poder narcótico del opio a su "virtud dormitiva". Para peor, ofende a ambos sin que un rédito práctico compense la ofensa.

Si sólo cabe asegurar que algo anda mal en la relación adulto-joven, poner la lupa en ella será mejor y no resultará ofensivo ni prejuicioso.

Cuando el joven no acata la orden del mayor, decir que éste no sabe hacerse respetar y que aquél es desobediente resulta estéril.

Consideremos, pues, la posibilidad de que el problema no esté en el adulto ni en el joven, sino en el lazo. Para descubrir por qué la cosa no marcha como es debido, un símil puede ayudar: un jinete monta su caballo, las riendas que ligan su mano con el freno son frágiles y al primer tirón se pulverizan, entonces sus maniobras son inútiles y el caballo no acata sus órdenes porque nada los une. Decir que el jinete es torpe o el caballo es rebelde sería injusto y ridículo. Situar la dificultad en las riendas, además de ser correcto, permite dar solución al problema: hay que crearlas más firmes.

Cuando el adulto dice "No hagas eso" y el joven lo desobedece, ¿qué es lo que debería enlazarlos y que se ha pulverizado como las riendas? Para responder, apelaremos a otra analogía.

Si unos peatones oyen "¡Cuerpo a tierra!", seguirán de largo o mirarán a quien ha lanzado el grito, mientras que, si los llevan a la guerra y la voz que escuchan es la del capitán, se arrojarán al suelo sin pensar. Las personas y el grito no han cambiado, pero en un caso la orden es eficaz y en otro no. ¿Qué rienda existe o falta respectivamente? Sólo un tejido de reglas, convenciones, símbolos y, en definitiva, palabras, crea el lazo gracias al cual la orden tendrá efecto. Si bien la orden está hecha de palabras, no crea lazo alguno, así como las maniobras del jinete no son ni suplen la rienda faltante.

¿De qué está hecho aquello que debería enlazar al adulto con el joven y que se ha esfumado como las riendas? De palabras, y no las imperativas utilizadas para ordenar o prohibir. Quien lamenta la rebeldía del joven es tan ridículo como el jinete sin riendas que maldice la indocilidad del caballo; castigar al desobediente es absurdo en ambos casos. ¿El caballo debe forjar riendas más resistentes? ¿El joven debe crear lazos discursivos más firmes? Cuando límites y órdenes no son respetados, ¿quién debe tejer la trama?

Tal vez el debilitamiento de los lazos, hechos de palabras, explique la decadencia de la función paterna y no al revés. Lo cierto es que sus efectos sólo se revertirán si los adultos aprenden a hablar con los jóvenes. La responsabilidad es suya. De lo contrario, actuarán como jinetes sin riendas sobre caballos desbocados a los que castigarán injustamente… hasta que éstos logren sacárselos de encima y darles, si pueden, unas merecidas coces.

*Miembro EOL y AMP.