UNO

Cualquier ciudad no es tan sólo el ámbito geográfico en que se instala y se desarrolla, el espacio urbano que la moldea y la define, sino que es eso y todas sus posibles concepciones: los mitos, las invenciones, la memoria. La ciudad que es y también la que se cuenta, la que se imagina, la que recuerda. Pero si al principio la ciudad real prefigura siempre a la otra, quizás haya un punto donde se pierden los límites y uno deja de saber cuál precede a cuál. Hay aspectos de la ciudad que fueron transformados por las intervenciones de la memoria o la ficción para constituir una ciudad imaginaria. Y hay, también, aspectos de la ciudad posible que son imitados por el registro de lo real. La ciudad y sus versiones son espejos enfrentados que se ven y se retroalimentan. Lo que desaparece en una puede perdurar para siempre en la otra. Y lo que no existe puede, un día, volverse realidad.

DOS

Si una ciudad es un texto y como tal tiene sus propias reglas y sintaxis, los años lo van transformando en un confuso palimpsesto. El trazado urbano que se borra y se reescribe conserva, a veces, las huellas del ayer sobre las que se superponen los proyectos de hoy. Las reglas también se modifican y, con ellas, la respiración del trazado urbano. La sintaxis muta. Uno puede verlo casi en cualquier parte. Por ejemplo, en la cuadra que va desde el Palacio Vasallo al Restaurante La Marina, donde las edificaciones sobrevivientes y las nuevas trazan una línea de edificación que entra y sale como en una pieza de rompecabezas. Una línea notoriamente irregular, con no menos de 30 metros de distancia entre unos y otros. La ciudad se reescribe a sí misma: es la ciudad y sus proyectos, los que se concretan, los que se dilatan, los que nunca se llevan a cabo. Y en ese reescribirse a sí misma va conformando un entramado único. La ciudad es la que puede ser sobre lo que la precede.

La ciudad es reescritura que nunca borra del todo.

TRES

La memoria, a veces, tiene la obligación de desmentir las imágenes porque estas no bastan. Ni las de ayer ni las de hoy logran una figuración fiel. Son representaciones estáticas, congeladas en un momento determinado, mientras que la ciudad siempre se está moviendo en el flujo del tiempo. Son, a decir Dobry, "el disecado / esqueleto de los días: radiografía del tiempo / y sus espinas". Hay que poner en juego la memoria, entonces, para que opere sobre la imagen: recuperar viejas casas tiradas abajo y reemplazadas por edificios, traer de regreso antiguos bares donde hoy funcionan mueblerías, evocar cines en lo que hoy son iglesias evangélicas. En el fondo el mapa imposible quizás sea como una foto que siempre sale movida: el registro incierto de algo en permanente cambio.

¿No habrá que registrar así cualquier ciudad?

CUATRO

Hay un fragmento de un poema de Martín Prieto en el que se percibe este efecto dual, estos tiempos superpuestos, de lo que permanece y lo que ya no está:

"No sé, yo paso ahora que ya no llueve

frente a una juguetería

donde antes había un almacén y mucho antes

un bar al que veníamos con una mina

que ahora es una señora

comprando juguetes para sus

uno, dos, tres, cuatro hijos,

dos varones, dos mujeres.

Yo la miro de afuera, como el de antes,

a través de la puerta abierta del local,

sin interferencias,

pero ella mira hacia mí y ve al de ahora"

La ciudad es un texto perpetuo donde las casas y las calles y los bares son rastros de una escritura antigua que permanece sin borrarse del todo, como un leve rastro o registro subterráneo, sobre el que se superponen las escrituras de hoy. También lo somos, a veces, los que habitamos la ciudad.

 

A veces no somos más que una imagen estática, atrapada en las espinas del tiempo de la memoria de alguien más. A veces, en cambio, la foto movida de sus días.