“Me parece que hay dos Madres”, le dice Julia a su papá, admirada, cuando entra al Espacio Cultural Nuestro Hijos (ECuNHi). Las Madres están sentadas frente al escenario donde se suceden números musicales. Las suyas son las únicas sillas. Sus pañuelos blancos se distinguen entre los ramilletes de niñas y niños que bailan alrededor. Es el Festival de los Chicos Maria Elena Walsh (MEW), organizado por el ECuNHi.

“Gracias a las Madres, por transmitir la memoria”, les dice luego, desde el escenario, Verónica Parodi, directora del Espacio, a esas Madres de Plaza de Mayo: “Gracias a las Madres, el amor venció al odio. Gracias por nosotros y por nuestros hijos. ¡Que vivan las Madres, que viva el ECuNHi! Gracias a todos por acompañarnos, es una victoria estar acá”, sostiene. La fiesta llega a su fin, pero afuera todavía se juega a la pelota y se baila con cintas. La magia invade la tarde en la ex Esma. La música es el salvoconducto que toma la memoria, para posarse sobre las nuevas generaciones.

Al comenzar la jornada, en los caminos internos del predio un padre lee a su hija la historia de Pablo Lepíscopo impresa en un poster gigante: “De familia trabajadora. Pablo disfruto mucho su infancia, le gustaba ir a la pileta y a la playa”. La niña escucha atenta, mientras en el escenario animado por Los Cazurros, las bandas toman posición. El MEW comienza a desplegar sus alas.

El inicio es con Catalejorquesta, luego Tamborcitos del ECuNHi, La banda de las Corbatas, Ana Iniesta y la banda de la Luna para los más chicos, y al cierre Bigolates de Chocote. Las familias llegan desde distintos lugares de la ciudad y de los alrededores. De Quilmes, La Matanza, Morón. La música convoca. Y la convicción “de estar acompañando a las Madres -dice Alan, papa de Iruya- porque las madres son un pilar de integridad social”. Otros vienen porque son “del barrio”, dicen y otros “porque están buenas las actividades”.

En el salón de entrada se hacen telares circulares y algunos espían un mini-teatro de títeres cuando entra la comparsa de Susurrantes. Hoy son todas mujeres, van vestidas de blanco y con sus tubos de colores comienzan a recitar al oído poemas de Maria Elena Walsh: “Te regalo la primavera”, se llama el acto. Y emociona. La fiesta de los niños está en marcha. Afuera, hay talleres de lutehria y de esculturas de papel. Hay feria de libros, de instrumentos musicales, hay ropa de diseño, hay una pantalla gigante con las entrañables aventuras de Zamba.

Erika llevó a Clara, de 3 años “porque es un Festival emblemático y es buena su significación, en tanto sirva para que se esclarezca lo que sucedió”. Alan explica: “Unas 5.000 personas pasaron por la ESMA y todavía no se recuperaron muchas identidades”. Desde el escenario, Catalejorquesta combina música sinfónica con historietas, entre ellas, las viñetas de Oesterheld.

Javier vino con sus hijos, su novia y los hijos de ella: “Es un lugar lindo para compartir con los chicos y al contestar sus preguntas uno procesa de otra manera lo que sabe, sobre un tiempo que uno no vivió, pero sirve para estar atentos, más en estos días en nuestro continente”, reflexiona. Victoria esta con sus hijas, Olivia y Valentina. Olivia es fanática de San Martin y es de las que pregunta: “¿Las personas que desaparecen, donde están?”, mientras hace una silueta con papel y la pone a bailar cuando irrumpe Tamborcitos del ECuNHi con La vaca estudiosa.

“Donde estaban escondidos los desaparecidos?” pregunta Lula a su papa, tiene 6 años y cuenta que Maria Elena Walsh “cuando era la dictadura se fue a vivir a Paris, y esa es la canción de Manuelita”. En la escuela están estudiando a Maria Elena, explica el papá. Lula sonríe y vuelve a bailar con Las corbatas, muy cerca de las Madres. Carmen Arias lleva el pañuelo de Ángel Arias, y admira la gestión del ECuNHi: “Es maravilloso lo que hacen, porque sostienen esto a pesar de todo”, se refiere a la desfinanciación del Estado en los últimos años. “¡Y nunca vi tantos nenes juntos!” sonríe. A su lado esta Rosa de Camarotti. “Esto es lindo, muy hermoso”, dice Rosa. No escucha bien. Se esfuerza, pronuncia el nombre de su hijo: “Osvaldo Camarotti”, desaparecido en Lomas de Zamora junto a su compañera y advierte “pero nosotras no pedimos por cada hijo, pedimos por los 30.000, porque son 30.000”, insiste y acomoda su pañuelo.

Afuera, Julia hace su escultura de papel. Su papa Juan, toma mate y cuenta de las primeras veces que vinieron. “Julia preguntó por las fotos de la entrada y se le fue explicando. Nos gusta venir, las actividades están buenas para los chicos y también para apoyar el trabajo de los organismos”. Agrega un dato: “Estos años, aquí se sostuvo una oferta cultural gratuita, cuando desde el Estado no teníamos esa opción”. Para muchas familias, como la de Juan, “los festivales de las Madres son una buenísima propuesta porque mantienen un piso alto de calidad, no subestiman a los niños, les importa que piensen”. Afuera, un pequeño con traje de Hombre Araña que asoma bajo el de San Martin, corre una pelota, otros hacen acrobacia. Adentro, Bigolates de Chocote, le dan a la fiesta el toque de final feliz.