Si hubiera que geolocalizar los comienzos del trap, el pin irremediablemente caería en Atlanta, donde surge a fines de los 90s, principios de los 2000s, con referentes como Gucci Mane, T.I., Young Jeezy, entre otros. Allí, en los bajos fondos, en los barrios marginales del sur más deprimido de los Estados Unidos, la palabra remitía al trapicheo de drogas, una constante en lyrics crudos, sin ningún atisbo de idealización o romanticismo. Nótese, sin más, que en su ciudad de natalicio, existe el Trap Music Museum, que pretende mostrar “escenas realistas que son símbolo de este sonido y de este estilo de vida”, recreando la casita de un narco, una cocina de pasta base, además de los rifles de asalto de T.I. y el Grammy que ganó en 2008… Una experiencia, por lo menos, surrealista. Hoy en día, empero, en el panorama ibérico y latino -que ha refundado el género hace unos 5 años- se aplica la palabrita para definir sonidos tan disímiles que se la ha vaciado de sentido; del sentido original, más no fuera…

Sin más, la revista RockDelux ensayaba tiempo atrás una suerte de mea culpa de cara a un término usado hasta el desgaste: “Hemos llamado trap a todo artista con raíces hip hop hasta convertirlo en un género híbrido que sirve como sinónimo de decenas de estilos: reggaetón, R&B, bachata, hip hop de baja fidelidad mezclado con rumba, flamenco o salsa, pop moderno, dancehall, grime... Todo en un mismo saco en el que nadie acaba de sentirse cómodo porque, en realidad, esto del trap tiene más que ver con cómo vives que con un sonido concreto”. Un berenjenal, en resumidas cuentas, que al final del día, intenta oficiar de etiqueta uniformadora en un panorama que de uniformado tiene poco; tanto así que no faltan los/las abanderados/as que se decantan por el menos taxativo, más abarcativo música urban.

Algunas voces en tema igualmente se animan, dicen que hay constantes para identificar al trap: los bajos saturados y opresivos, la metralleta de los hi hats creados con emuladores de Roland 808, el auto-tune. Una fórmula que vaya a saber hasta qué punto importa, porque -como señalan desde la propia escena- en este siglo que corre todo es mezcla, no hay más estilos puros. Independientemente, la etiqueta se vino tan arriba que sigue oficiando de imán de clics, conquistando a la chavalada más espabilada que se desvive por este género mestizo. Género que algunos definen como la penúltima mutación del hip hop y la música electrónica, cuyo éxito arrollador -en su versión latina- tanto le debe a la evolución del reggaetón, según especialistas, como a la democratización del rap (léase las riñas de jóvenes freestylers en Argentina, como las ya míticas peleas de gallos de El Quinto Escalón que devino gran, gran usina).

Dakillah

Del DIY más radical pasó a la radiofórmula, de las periferias a la popularidad más extrema, levantando reproducciones en pala, de a millones. Y es que, sobra decirlo a esta altura de 2019: el trap arrasa aquí y en medio mundo, desacomplejado con sus mezclas e influencias variopintas, con sus popes -el puertorriqueño Bad Bunny a la cabeza-, con sus letras -todo hay que decirlo: demasiadas veces misóginas-. Y con sus exponentes femeninas, que ciertamente hacen bulla. En España, por caso, donde el fenómeno también tiene fuerte asidero, están Bad Gyal, La Zowie, Slim Kawasaki, Luna Viper, Tania Chanel; muchachas que “lideran esta revolución musical con un mensaje sin tabúes, reivindican el poder femenino, juegan con sus propias reglas y se las imponen a la industria” (El País dixit). Ojo, el asunto no está necesariamente zanjado; persisten ciertas dudas: ¿resignifican cuando cantan a sus hores, a sus bitches?, ¿la jactancia es vulgaridad cuando elevan la apología capitalista, bañadas en Gucci?, ¿la hipersexualización es genuina reapropiación y exaltación del propio goce, o le hace el juego al deseo machista?

Ajustando ya la brújula, vale preguntarse: ¿y por casa cómo andamos en los menesteres traperos? Pues, con escena megapujante, con proyección internacional, más que consolidada (para pruebas, la segunda edición del festival Buenos Aires Trap, el 30 de noviembre en el Hipódromo de Palermo). Y con más ellos que ellas… En el cénit, encumbrados Duki, Khea, Wos, Neo Pistéa, Ca7riel y Paco Amoroso, Ysy A, Paulo Londra, Seven Kayne, Lit Killah, por hacer sucinto racconto. Aunque, eso sí, hay una queen indiscutida, a la que no por nada todo mundo llama “La jefa”. En la cima, plantadísima está Cazzu, nom de guerre de Julieta Emilia Cazzuchelli…

“Puta, pero no tarada. Debería ser abogada: no se me escapa ninguna jugada”, arremete esta jujeña de 25 años en Mucha Data, track de su segundo y último largaduración, Error 93. Y la realidad le da la diestra, amén de millones y millones de reproducciones en Spotify y YouTube; tres teatros Ópera sold out en apenas horas; una nominación en la última edición de los premios MTV Europe Music; un Luna Park programado para el venidero marzo; giras por el globo; vids de primerísima liga (por caso, el intergaláctico N.A.V.E. ), entre otras chapas de esta currante de inamovibles dos colitas y flequillo, un pasado en cumbia y rock, estudios de Diseño. Daddy Yankee y Ozuna la ficharon como telonera; Bad Bunny no se privó de remixar su tema Loca, colab con Duki y Khea que a la fecha suma más de 400 millones de visualizaciones. “En tu cuerpo, papi, quiero hacer un rally. Quinta a fondo, esta noche voy a ser tu mami”, entona en Rally la estrella centennial, que en Killah, uno de los temas más populares de su primer disco, Maldade$ (2017), mandaba al diablo a los detractores con un flow pirómano “que quema, quema”: “Yo tengo mi fama, por lo que dicen los haters no me hago drama, hablan mierda y de frente me la maman. Por eso siempre ando flexin’, I am doing flexin', flexin’”. Del mismo álbum, Hello Bitche$: “Esquivando lo que me tiran, I keep it real con las pibas. Acá nadie tiene corona, gatitas convertidas en lobas, por eso todos nos miran…”. Fast-foward a 2019, a la canción La clase (feat. la crew #ModoDiablo), con el trono ya tuneado: “Uh, ey, ya limpiamos a eso' fake' / Uh, ey, le' ganamos en su game, eh / Uh, ey, ya copamos el top ten / Uh, ey, nosotros somo' la ley”.

Nicki Nicole

El meteórico ascenso de Nicole Cucco, aka Nicki Nicole, rosarina de 19, alta en el éter urban, no es precisamente de larga data: con su peculiarísimo y cautivador fraseo, irrumpió en la escena el pasado abril con el single Wapo Traketero (“Quiero una medalla por descartar giles que no dan la talla. Vo’ estás estresao, yo sonando en alto. Que la cuenten esos haters, no les da la nafta”). El batacazo definitivo lo dio con Cuando te veo -como el fandom bautizó al track lanzado junto al productor Bizarrap en sus Music Sessions (que casi llega a los 60 millones de visionados, dicho sea de paso)-. Este mes, NN -asidua de las listas top de Spotify- lanzó el flamante Recuerdos, disco que goza de las colaboraciones de Cazzu (en la canción Cómo dímelo) y del Duki (en Shorty). Sin embargo, craso error sería definirlo como un disco trapero cuando toma del vasto universo musiquero para cocinar temas que también orillan el pop, el R&B, el soul. “Y cómo le hago para dejar de ser aquella mala niña que nunca educaron bien”, se pregunta en Me gusta, y sin pruritos dispensa la rutilante muchacha: “Me gusta que me miren, me gusta que me quieran, me gusta que me hablen”. En fin, le gusta. Antes, otro single, Fucking diablo , sobre el clásico chico malo que “cuánto más negro usa, más poderoso se ve”, que en lyrics Nicki se propone conquistar. El clip, sin embargo, da vueltita de tuerca a la historieta: la chica, de inocente look fifties, deviene femme fatale que estafa al maleante, y se queda, claro, con sus billetes mal habidos. En octubre, fue invitada a tocar en Madrid Salvaje, festi meca del sonido urbano; a fin de mes, será una de las apuestas fuertes del mentado Buenos Aires Trap.

En el mismo encuentro se presentará Dakillah, un nombre inevitable en cualquier lista sobre la escena, por más parcial y caprichoso que el recuento sea. Su último single, que salió los pasados días, es No es tan difícil , todo un statement contra los que tiran beef al nicho: “¿Cuánto hay que pagar para ser mejor? Eso no es lo que vale. Nadie va a decirme mi precio. Nadie va a decirme quien ser”.Tiré abajo cada puerta, hice todas mis canciones. Ni busqué la fama ajena, ni le pedí a los mejores que escribieran mis temas o hicieran colaboraciones. To’ lo que fui, soy y seré lo pueden ver en mis reglones. Transparente, ganada, muy orgullosa, buscando entre la gente y las miradas peligrosas, indecente o inocente, el agua de las baldosas. Loca con el cora’ roto pero viendo nubes rosas”, entona en ídem tema quien arrancase haciendo freestyle a los 12, hace seis años, en la Plaza Arenales de Devoto. “Después empecé a ir a las competencias: a la Madero, a la Batalla de gallos, al Quinto escalón”, cuenta ella, que firmó con Sony Music Argentina, hace campañas con marcas conocidas (por caso, Nike), y suma como hits Oro negro, Solo quiero bailar, NumberOne

Otros nombres de la ecléctica escena trap-urbana: Apsy, La Joaqui, Sofía Hervier, Mila M, Vanina, María Becerra… Mención aparte para Naomi Preizler, artista visual y música. La exmodelo es host de las inclusivas fiestas urbanas FDP (su lema: VIP somos todes), acrónimo de la canción que el año pasado explotó por los aires de la web, Fama de puta . En el clip, acompañaban a la artista la bailarina y corista Vera Frod, la actriz Jenni Merla, la drag queen Molotok Draag y María Riot, de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina. Hacedora de un disco de 2017, Strass, de varios singles, Preizler lanzó recientemente el EP Fina & Lady, donde destacan tracks como Sailor Moon (“Ladies, seducen con su flow, copia genérica. Rockers, metáforas vacías, pura técnica. Rappers, perdiéndose en sus fórmulas numéricas. Nos vimos, bye, bye”), Amigas Drag Queens (“Todo brilla, mucha altitud, mis amigas traen actitud. Gel de glitter, mil apliques. Chau roles, no se limiten”) y Low (“Break the law, bitch. Vuela free, witch”).

Naomi Preizler