Este 26 de noviembre se conocerán los fundamentos de la condena a prisión perpetua de Dasman Hendrik, integrante de una organización narco con asiento en Surinam, encargada de llenarle el cuerpo de cápsulas de éxtasis a Miriam Da Silva, una joven brasileña de 19 años que en 2017 llegó a Buenos Aires y murió por congestión y edema pulmonar después que algunas cápsulas se abrieran en sus intestinos. Mujer pobre del estado de Belem do Pará, Miriam llegó al aeropuerto de Ezeiza con su hermana menor, Miriana, de 18 años, para encontrarse con Hendrik, que las esperaba para que la chica expulsara 66 pastillas de éxtasis, pero sólo pudo sacarle una veintena. Pese a la intoxicación que le provocaron las cápsulas rotas, los narcos la privaron de atención médica. Cuando falleció la tiraron desde un auto en una vereda del barrio de Villa Devoto. A su hermana la habían abandonado en la guardia del Hospital Santojanni inventándole que buscarían ayuda. Miriana fue quien hizo la denuncia que dos años después concluyó en la condena a Hendrik a prisión perpetua por considerarlo cómplice del delito de contrabando y tenencia de estupefacientes, y autor de homicidio agravado. “En América Latina, las circunstancias socioeconómicas constituyen la principal motivación por la cual las mujeres ´eligen´ cometer una actividad penada”, remarca el informe “Mujeres, delitos de drogas y Sistemas Penitenciarios en América Latina”, de Corina Giacomello, investigadora del Centro de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Autónoma de Chiapas, México. “La región tiene el índice más alto de desigualdad económica del mundo y un alto porcentaje de la población que vive en pobreza e indigencia son mujeres. Este fenómeno se conoce como feminización de la pobreza y se manifiesta en áreas urbanas y rurales.” Miriam forma parte de una cadena violenta de producción, donde las vidas precarizadas de mujeres, lesbianas, trans y travestis se convierten en cuerpos-territorios en explotación: los cuerpos descartables.