La primera revolución democrática fue la conquista del sufragio universal. En el capítulo final de El buen gobierno (Manantial), el historiador francés Pierre Rosanvallon recuerda que las palabras que Gustave Flaubert atribuía en 1848 a un personaje de La educación sentimental suenan risibles: “Ahora, con el sufragio universal, seremos felices”. El profesor del Collège de France, autor de La sociedad de iguales y La legitimidad democrática, entre otros libros, está en Buenos Aires, invitado por la Embajada de Francia, el gobierno de la provincia de Santa Fe y la Fundación Medifé. Rosanvallon presentará su último libro, Notre histoire politique et intellectuelle 1968-2018 (Nuestra historia político-intelectual 1968-2018) este miércoles a las 20 en conversación con Rocío Annunziata y Gabriel Entin en la Alianza Francesa (Córdoba 946). “En este momento del mundo hay tantas rebeliones porque la democracia no puede limitarse solo al voto”, advierte el historiador francés en la entrevista con Página/12.

--¿Cómo afecta a las democracias el hecho de que el siglo XXI sea el tiempo de la multiplicación de las desigualdades?

--Hay razones económicas e ideológicas que explican la profundización de la desigualdad porque estamos ante una nueva forma de capitalismo, donde hay un cambio profundo en la producción del valor. En una empresa europea, la diferencia entre el salario de un obrero y de un director ejecutivo era de uno a diez, de uno a quince como mucho. En Estados Unidos se aconsejaba nunca rebasar la diferencia de uno a veinte, porque la idea era que la empresa es una organización y lo que importaba era el valor de la organización. Ahora pasamos del capitalismo de organización a un capitalismo de innovación y las empresas que más innovación producen son empresas muy pequeñas que generan la mayoría de la plusvalía. El dueño de ese tipo de empresas puede ganar hasta diez mil veces lo que gana un empleado. El modelo es Amazon. Lo que tenemos es una cantidad enorme de trabajo menos calificado; una repartición desigual entre unos pocos muy calificados y unos muchos con trabajos precarios y mal pagos; es decir muy pobres. La pregunta del millón para las democracias es cómo corregir las desigualdades. La mayoría del capital industrial y financiero lo poseen ahora los fondos de inversión y las cajas médicas. En los 70 se decía que los fondos de pensión que estuvieran en manos de los sindicatos iban a cambiar al capitalismo. Pero no cambió nada porque los fondos de pensión querían rendimientos. Tenemos contradicciones internas respecto de las desigualdades. Hay que hacer también un análisis político porque las desigualdades tienen que ver con la cohesión social. Hay que recordar un hecho semántico muy importante y es que en 1820 y 1830, cuando en Europa y en América se empezó a emplear la palabra democracia, el término democracia definía ante todo una forma de relaciones sociales, lo que (Alexis de) Tocqueville llamaba “la sociedad de los semejantes”; otros llamaban “la sociedad de los iguales” o “la sociedad de la igualdad de derechos”; el vínculo entre la forma de relacionarse y la democracia era esencial. En Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, esta relación fue resuelta por el Estado de Bienestar; cuando todavía teníamos ese capitalismo de organización en el que la diferencia de ingresos no era tan abismal. La historia del movimiento social fue una historia de crítica al capitalismo y en este momento del mundo hay tantas rebeliones porque la democracia no puede limitarse solo al voto.

--Usted se refiere en uno de sus libros al “desgarramiento democrático”, que es la distancia entre la democracia política y la democracia social. ¿Este desgarramiento se está profundizando?

--Si. Lo que está cambiando es la definición de la democracia como régimen político. El punto de inflexión se dio con el fracaso en la transición en los países de la ex Europa Oriental. Muchos en Europa Occidental y Estados Unidos creían que eran buenos profesores de democracia y que con enseñar alcanzaba porque pensaban la democracia en función de lo que podemos llamar la teoría minimal, que consistía en el estado de derecho, el pluralismo político y la reversibilidad de cambiar a los gobernantes. Hay una demanda de inclusión social y de reducción de las desigualdades, que también es una demanda de representación política, porque la representación no se limita a tener delegados o portavoces. Hoy tenemos cada vez más individuos que se autorrepresentan como invisibles.

--¿Cómo analiza la situación de la democracia en Chile? ¿Sería la revolución de los que eran “invisibles”?

--En parte sí, pero no se limita solo a Chile. Es muy impactante lo que pasa en el Líbano porque la política se canalizaba por los partidos confesionales, mientras que ahora hay movimientos dentro incluso de los grandes movimientos como Hezbollah. Lo que está pasando en Chile no difiere de lo que pasa en Beirut, en Bagdad, en Italia, en Francia con los chalecos amarillos o lo que sucede en el Reino Unido con el Brexit. El lema del Brexit es “we want to take control back”, queremos recuperar el control. Los ciudadanos se sienten cada vez más invisibles y no tienen ningún control; tienen el sentimiento de estar ante una democracia de la impotencia. Ahora tenemos una comunidad de perplejidades en sociedades agitadas.

--¿Cómo continuarán estas manifestaciones? ¿Van a profundizar más la democracia?

--Depende los casos; lo que vemos en Europa es que la crisis es funcional a los populismos: el Brexit en el Reino Unido, el partido de Viktor Orbán en Hungría, (Jaroslwa) Kaczynski en Polonia, el millonario político de República Checa, de cuyo nombre no me quiero acordar (Andrej Babis)… Tenemos amenazas de implosión de las democracias y no podemos descartar la probabilidad del regreso de guerras civiles en varios países. Solo podremos evitar la catástrofe si tenemos democracias más avanzadas y si vamos hacia una reducción de las desigualdades. La primera vez que se llevó a cabo un Estado de Bienestar fue en Alemania. Un gran estadista como Otto von Bismarck decía: “si queremos evitar las revoluciones políticas, tenemos que hacer reformas sociales”. Esta es la situación en la que nos encontramos hoy. De lo contrario, nos arriesgamos a vivir en democracias negativas que descansan en el rechazo hacia todos los gobernantes, cuya traducción es “que se vayan todos”. Las sociedades pueden oscilar entre la rebelión y la desesperación.