A medidados de los '70, cuando el país estaba políticamente en llamas, fue el protagonista de telenovelas emblemáticas de la pantalla chica local, como Pobre diabla y Piel naranja, de Alberto Migré. Hizo teatro con Mirtha Legrand, cine junto a Luis Sandrini y recorrió América latina con sus telenovelas, entre ellas Amor gitano (1982), donde todavía se lo recuerda por sus bofetadas a Luisa Kuliok. Nunca dejó de actuar. Y el año pasado el paraguayo Arnaldo André decidió debutar como director de cine con Lectura según Justino, que se estrena este jueves en la Argentina. 

André vino a Buenos Aires a los 5 años, donde vivió parte de su infancia, se volvió a los 9 al Paraguay, para regresar nuevamente a la Argentina a los 17 ya para afincarse en tierra rioplatense. Su película es autobiográfica y narra parte de su adolescencia en el pueblo San Bernardino donde nació. El origen del film –en el que no actúa- surgió hace seis años cuando André buscaba un argumento para el guion de una película en la que él pudiera actuar. Cuando fue a trabajar a México, tenía mucho tiempo libre y se compró un cuaderno. “No me atrevía a escribir una novela pero sí me animé a bosquejar un guion. Y siempre tenía la imagen de San Bernardino porque, en realidad, cuando yo vivía en Asunción y veía las películas de Leopoldo Torre Nilsson, soñaba con que alguna vez pudiera actuar con Elsa Daniel en San Bernardino”, cuenta el actor en la entrevista con PáginaI12. “Nunca sucedió, pero cuando me puse a escribir pensé: ¿Por qué no escribo algo de San Bernardino? ¿Y por qué no escribo algo sobre mi adolescencia que es rica para contar cosas? Y así fue. En cuanto a la dirección pensé: ¿Quién mejor que yo para contar todo lo que he vivido?”, agrega.

El film -en el que trabajan Julieta Cardinali y Mike Amigorena-, relata aquellos años de juventud en San Bernardino, en la década del 50. El protagonista es Justino (Diego González) -el alter ego de Arnaldo André-, al que se lo ve viviendo diversas situaciones, algunas trágicas, como la muerte de su padre, que cambia sustancialmente la vida de la familia. André eligió relatar la vida del adolescente y acompañarlo en su despertar. La película muestra en paralelo la relación entre una profesora de idiomas (Cardinali) y un ex oficial nazi (Amigorena), que se refugió en el pueblo. A través de su oficio de cartero, Justino conoce a este personaje, del cual algunos habitantes llegan a decir que se trata de un criminal de la Segunda Guerra Mundial. A medida que avanza la historia, se observa cómo Justino se ve involucrado en la relación entre su maestra y este oscuro personaje, algo que le hará sentir confusión al adolescente.

-El pueblo San Bernardino es el mismo donde naciste. ¿Cómo lo ves hoy?

-Ha crecido mucho. Ya no es un pueblo, es una ciudad. Lo que yo muestro es el radio céntrico. Todo sucedía allí. Pero se ha expandido mucho. La ciudad ha crecido. Las casas que existen en los cerros y abajo en el lago se han multiplicado. Hay gente de Asunción que invierte mucho más allá. Ha crecido, además, porque en mi época no existía una manera fácil de acceder a San Bernardino desde Asunción. Teníamos cuatro salidas de ómnibus al día y no había otros medios de locomoción. A pie no ibas a ir. Luego, hubo construcción de nuevas rutas, incluyendo una que se inauguró hace cuatro años, que rodea todo el lago y no hace falta hacer el trayecto más largo. Las autoridades nacionales y municipales se han ocupado de que San Bernardino sea más accesible a todos en cuanto a la llegada.

-¿En parte es una historia sobre el despertar sexual?

-Totalmente. Yo llegué a la Argentina teniendo 5 años y los primeros años de mi escuela primaria los hice en Bernal Oeste. En esa época yo ya me enamoraba de mis maestras. Era un enamoramiento que tenía connotaciones de celosía. Yo era muy celoso (lo sigo siendo) y si veía que la maestra acariciaba la cabeza de un compañerito yo lo vivía como una traición. Entonces, cuando cuento en la película la relación de Justino con la maestra, es un despertar, sí.

-La historia está ambientada en la época de la dictadura de Alfredo Stroessner. ¿Cómo recordás aquellos años oscuros de tu país?

-Recuerdo los privilegios. Aquellos que eran del Partido gobernante tenían la mejor casa. Tenían empleo porque ni siquiera se les daba trabajo a los que eran del Partido Liberal, que era el Partido opositor. Las autoridades eran del Partido gobernante. No podía venir un comisario que fuera de otra ciudad y que fuese del Partido opositor. Eran todos colorados. Pero recuerdo la injusticia. Los chicos, chicas y jóvenes ¿qué podían entender de política? Simplemente por tener un apellido que provenía de una familia del Partido Liberal no tenían la posibilidad de trabajar, salvo como personal doméstico. Recuerdo la presencia militar plena, militares por todas partes.

-¿La muerte de tu papá te convirtió en un adulto a los 11 años?

-De golpe. En nuestra familia eran varias mujeres (mi papá y yo éramos los únicos varones). Mi papá mantenía la casa, mis hermanas no tenían trabajo y nos sentimos todos desamparados. De pronto me di cuenta de que yo debía hacerme cargo del lugar vacante de mi papá. Alguien tenía que trabajar y no sabía cómo hacerlo. ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿En un pueblo tan tranquilo? Y ahí cuento en la película que el amigo de mi papá, director del Correo, pidió que lo ayude. Y fui. En ese momento, descubrí lo que es la responsabilidad, el compromiso, el cumplir un horario, el respeto a la gente, el sostener a mi familia no sólo económicamente porque no era tanto lo que ganaba sino moralmente. Así que me marcó muchísimo esa edad. Esa fue una de las razones por las que elegí contar esta parte de mi vida.

-¿Qué te motivó a querer ser actor y cómo fue que queriendo serlo comenzaste como locutor de radio?

-En las fiestas patrias o no patrias convocaban a alumnos a recitar una poesía, una escenita o algo. A mí nunca. Primero, yo era un tipo tímido. Por ahí, las maestras pensaban que no iba a poder hablar. Cuando nos volvimos a Paraguay, me eligieron, de casualidad, para recitar un poema en la plaza. Lo aprendí y fue mi primer contacto con el público. Me acuerdo que me temblaban las piernas. Yo dije mi poema y sentí el aplauso. Pensé: “¡Qué lindo!”. Después, estuvo la influencia de la radio. Yo escuchaba muchas emisoras. Como me había criado en la Argentina no corté los lazos. Mi contacto era la radio. Escuchaba todos los radioteatros, los programas especiales y me encantaba hasta cómo hablaban los locutores, un Carrizo, un Fontana. Entonces, cuando nos trasladamos a Asunción, vi que allá había un actor español muy popular. Hacía radioteatros de terror y suspenso como Narciso Ibáñez Menta. Leí en el diario: Clases de locución y actuación radiofónica. Me inscribí, estudié con él y, al poco tiempo, me invitó para que participara como actor en una de sus novelas. Y empecé. Un día fui y me presenté a una radio, porque ya era locutor, y me tomaron. Terminé trabajando en tres radios al mismo tiempo.

-¿El nombre más grande con el que trabajaste en telenovelas fue Alberto Migré?

-Sí. Hasta ese momento, yo venía haciendo apariciones en televisión. Había trabajado con Nené Cascallar. Debo decir que gracias a ella yo tuve mi primer contrato para la televisión. No era un personaje de todos los días sino de cinco capítulos por mes. Pero yo pensaba que, a partir de ahí, la cosa iba a funcionar conmigo, me iban a llamar de todas partes y no fue así. Después, vino la obra teatral 40 kilates con Mirtha Legrand. Y también pensé que iba a estar en carrera. Llegaron varios proyectos y realizaciones de televisión en las que participé, pero no tenía un gran espaldarazo. Hasta que un día le hablé a Alberto y fuimos a tomar un café. El sabía a qué iba pero yo tampoco le iba a decir: “Quiero trabajar”. Yo tenía mi cierto nombrecito ya. Quedamos en volver a encontrarnos. En el segundo encuentro me propuso participar con un personaje en Rolando Rivas, taxista, una novela que paralizaba el país. Le dije: “Ah, bueno”. Me mandaron el guión y yo lo rechacé porque el personaje me parecía muy pequeño y hablaba poco. Cuando Alberto se enteró, me llamó y me dijo: “Fíjese, hace meses que vengo hablando de este personaje”. Era el noviecito de antes del personaje de Soledad Silveyra. Por no decirle que no, le dije que sí. Y ahí cambió radicalmente todo.

-¿Algunas telenovelas que hiciste hoy serían fuertemente cuestionadas por lo que avanzó la sociedad argentina contra la violencia de género?

-La historia en sí, no. Sí el aspecto de los cachetazos, porque siempre hemos visto y podemos ver la historia de una pareja que no se trata tan cariñosamente. Lo que pasa es que nosotros lo graficábamos con la violencia física. Entonces, eso estaría mal visto hoy, por supuesto. Así como en televisión hace años mostrábamos a los fumadores y al hacerlo “inculcábamos” a la gente, sería un mal ejemplo si hoy hiciéramos una novela donde aparecieran cachetazos de unos y otros. No sería bueno, ni nada agradable para un intérprete, pero como historia las novelas podrían funcionar tranquilamente aggiornándolas.

-¿Qué opinión te merece la actitud de aquellos argentinos que reclaman que no haya trabajo para extranjeros?

-No estoy de acuerdo. Primero que éste es un país que ha abierto sus puertas y sus puertos a miles de inmigrantes que, incluso, han hecho que la Argentina creciera y siga creciendo, a pesar de los problemas económicos que hay. La Argentina no es un país de cabotaje. Por otro lado, muchos de nosotros (si bien lo mío no fue porque no tuviera trabajo acá) hemos ido a trabajar a distintos países. Y nadie nos dijo: “¿Qué estás haciendo acá? ¿Por qué me estás sacando el trabajo?”. Creo que una vez un periodista me dijo: “¿Por qué le estás sacando trabajo a otro actor?”. En realidad, en la época en que fui a Venezuela, que fue la primera vez que salí de la Argentina como profesional, muchos argentinos estaban en ese país. Me acuerdo que había un café al que si ibas era para encontrarte con los argentinos. Nadie dijo nada. Había trabajo para todos ellos. Cuando fui a México me pasó lo mismo.

-¿Alguna vez te discriminaron en el medio artístico argentino?

-Jamás. Hasta el día de hoy, muchos se sorprenden y me dicen: “Vos ya sos argentino, ¿no?”. Y les digo: “No, sigo siendo paraguayo”. Mi convicción es que yo nací y tengo mis raíces en Paraguay pero mi corazón está acá. Tengo todo acá. No hablo de posesiones materiales. Tengo acá todos mis afectos, mi cariño, mis recuerdos de más años que mi adolescencia. Pero nunca nadie me dijo: “Mirá que para laburar acá vos necesitás hacerte ciudadano”. Nunca. Entonces, nunca me tomé la tarea. Podría haberlo hecho tranquilamente, sin que mis compatriotas se sintieran mal porque yo renunciase a mi condición de paraguayo. Yo podría decir: “Hace años que vivo acá, soy argentino”. No lo he hecho.

-¿Pudiste disfrutar de todo lo conseguido profesionalmente?

-Escribí mi biografía Por lo que usted y yo sabemos. Y ahí cuento lo poco que disfrutaba del éxito, pero no porque menospreciara lo que tenía en mano sino porque estaba muy preocupado por el futuro, por “lo que vendrá”. La madurez hace también que uno cambie. Entonces, ya no pienso eso. Vivo este presente. Disfruto de este momento, pero en aquel tiempo es cierto que no pude disfrutar.

-¿Y cuándo aprendiste a disfrutar?

-Hace diez años, cuando ya no me importaba si el teléfono no sonaba. Trabajé toda mi vida para tener una tranquilidad económica, pero lo que pasa es que el actor no vive solamente para ver si tiene la billetera llena. Vive para ver si tiene el reconocimiento del público y algo interno que le dice: “Tenés que trabajar, tenés que estar”. Y desde hace diez años ya no pienso en eso. Disfruto más de la vida, de la naturaleza y de los amigos.

Una escena de

El cine paraguayo

“Mal podría un país pequeño como Paraguay, donde tiene muy poco antecedente cinematográfico, poder ser una industria”, señala Arnaldo André en relación al cine. “Para que sea una industria, primero deberíamos tener un apoyo importantísimo de las autoridades. Se habló de un Instituto de Cine. No sé en qué está eso”, agrega. Por los talentos que se están dando a conocer, con películas como 7 cajas y Las herederas, con premios internacionales, “da la impresión que el cine paraguayo se va a poner los pantalones largos. Va a depender muchísimo del apoyo de las autoridades porque así como mi película se pudo hacer gracias a los aportes privados y algunos nacionales y binacionales, no siempre las películas paraguayas van a poder acceder. Las empresas privadas no siempre van a poder colaborar con el cine paraguayo. Lo importante es que las autoridades entiendan la relevancia que tiene para la cultura del país que el cine paraguayo se convierta en una industria”, plantea el actor y flamante director.

La fama

 

Se sabe que Arnaldo André es de cultivar el bajo perfil de su vida privada. ¿En algún punto la fama molesta? “La fama no me molesta en absoluto porque sé cómo manejarme. La fama me ha dado siempre la posibilidad de brindarme afecto y reconocimiento de parte de la gente. Donde uno va, siempre hay una sonrisa, un apretón de manos y besos. Eso no lo puedo rechazar. Me encanta, me gusta”, plantea el actor, al que no le preocupa que se quieran sacar fotos con él. “Ahora, con las fotos se hace más rápido todo porque antes, tal vez te pedían un autógrafo, y no tenían papel ni lápiz y había que sacarlo de cualquier lugar. Pero no me molesta en absoluto. Todo lo contrario. Siempre digo que el hecho de que uno se mantenga trabajando y que todavía lo convoquen es porque hay un público que da el apoyo para que se interesen por el trabajo de uno”, concluye agradecido Arnaldo André.