En “El reverso de la biopolítica”, Eric Laurent dice: “La letra es perturbación lógica y la escritura es, para Lacan, el sistema de notación de las perturbaciones de la lengua, del hecho de que la lengua escapa al lenguaje y de que en lo que se dice siempre hay algo en reserva, que no llega a decirse y sin embargo se escucha. La escritura permite levantar acta de ello. Si parece más adecuada para decir lo íntimo, no es porque sea primera, sino porque puede señalar lo indecible”.

Así como en las Psicosis, la escritura puede operar como una suplencia, el acto de escribir para un analista representa el corte entre lo oído y lo que es leído en un análisis.

En Freud encontramos por un lado sus grandes textos, y por otro, sus cartas a colegas y amigos. Sus cartas contienen anotaciones preciosas, ideas que se iban puliendo en el intercambio. Constituyen un hallazgo de aquello que Freud iba ensayando, sus notas sobre casos, sus tropiezos, sus escollos, sus hipótesis clínicas. Las cartas a Fliess, en ocasiones, tienen la impronta de una confesión.

Pero me interesa destacar el punto en que la escritura - en tanto sedimento del cruce entre la escucha y la lectura de un caso - hace cuerpo. Cuerpo teórico, conceptual y deseante.

La trama que teje la escritura en un análisis es hacedora del cuerpo.

La clínica actual, muestra fenómenos del cuerpo cada vez menos ligados a estructuras definidas, en un cierto continuo. Sujetos, cuya posición en el discurso acusa cierta errancia, discursos en nebulosa, donde no hay capitonado de la significación, o éste se encuentra desplazado e interpuesto fuera del discurso.

En ocasiones, es el analista quien aporta ese hilo que amarra la dispersión significante, desde el que el sujeto podrá ensayar anudamientos que lo alojen.

El recurso a la escritura constituye en ciertos casos, una vía regia al deseo, que es el único que nos permite hacer pie en lo Real.

*Psicoanalista. Fragmento.