“Ahora sí Chile es un modelo a seguir”, se leía sobre una tela pintada a mano. Las fotos de la que fue quizás la movilización más masiva de la historia de Colombia llegaron antes que las razones que la motivaron. Todavía no sabíamos que se trataba de un paro nacional convocado por un amplísimo espectro de organizaciones, sindicatos y partidos políticos, pero los carteles explicaban la similitud con las demandas del país trasandino que ya lleva un mes de protestas y represión. “Colombia despertó”, se repetía en distintos formatos: cantos, bailes, carteles.

El recetario neoliberal tuvo dos abanderados en la región: Colombia y Chile. Hasta hace unas semanas, la “macroeconomía sana” de ambos países, léase, situación fiscal ordenada y baja inflación, era motivo de orgullo de les economistas ortodoxes.

Ahora parece muy claro que esas cifras volcadas en presentaciones prefabricadas tenían el problema de siempre: nunca un cuerpo detrás de esos números. A esos modelos les faltaban unas cuantas variables. Los cientos de miles que ahora ocupan las calles. Nadie con esas fórmulas neoclásicas pudo medir jamás la gota que rebalsaría el vaso. El decreto que sacaría a los pueblos a las calles. Las reformas que ya no se dejarían pasar.

De banderas y alienígenas

Durante toda la semana Bogotá se convirtió en un mar de personas con infinidad de reclamos: justicia por los más de cuatrocientos crímenes contra militantes y líderes de comunidades desde que se firmó el Acuerdo de Paz, el freno de las reformas tributaria y pensional (como le llaman a la previsional), el fin de los ajustes en educación y salud, y que se derogue el decreto que firmó el presidente Duque en medio de las protestas para crear un holding financiero de empresas públicas, al que denuncian como paso previo de un proceso de privatización.

Las políticas económicas tanto de Colombia como de Chile servían de ejemplo para Mauricio Macri y para funcionarios de organismos, que hasta pasadas las PASO se dedicaron a elogiarlas e insistir con que ese debía ser el camino de Argentina.

La inflación más alta de los últimos veinte años en Colombia fue de 9 % en el año 2000, dos años antes del inicio del primer mandato de Álvaro Uribe, que la llevó a un mínimo de 1.9 %. En Chile, desde la misma fecha, se mantiene por debajo del 4 %, con un único pico de 8 % en 2008. Eso, sin embargo, no las alejó del podio de los países más desiguales de América Latina.

En el léxico del Fondo Monetario Internacional, las políticas “robustas” la hicieron merecedora de una Línea de Crédito Flexible, con menores condicionamientos en términos de política. Para mantener este “impresionante desempeño” (sic) y honrar sus deudas, el Fondo se acordó de que necesita que el país recaude más, justo cuando ya está en curso una reforma que reducirá gradualmente, hasta 2022, el impuesto a la renta para las grandes empresas. Entonces propone aumentar otros tributos que pagan todxs, como el IVA.

Le van cambiando el nombre pero las teorías del derrame siguen sin funcionar. El camino es siempre el mismo: ajustar, privatizar y desregular con la promesa de que lleguen inversiones y el país crezca. Pero sólo crecen los bolsillos de unxs pocxs y la rabia de las mayorías. El hartazgo de vivir para trabajar, de trabajar para pagar cuentas, de endeudarse para estudiar para que todo termine, otra vez, en las arcas de un puñado de acreedores.

Antes de pintarse de gris por el humo de la represión, la movilización en Bogotá era una fiesta. En una pancarta podía leerse “llegaron los alienígenas a Colombia” y al lado una bandera de Chile en la que se reemplazaba la estrella por la cabeza de un alien y lo mismo para el escudo de la tricolor colombiana. Piden lo mismo que en Chile: el fin de los privilegixs para lxs ricxs y una consigna que se va llenando de contenido mientras se afianza la huelga como forma de lucha, vida digna para todxs.

Dilan, Brandon, Albertina

Dilan tenía dieciocho años, le faltaba sólo una semana para terminar el secundario y ya pensaba en el crédito que iba a sacar para poder estudiar en la universidad.

En Colombia el presupuesto educativo está atado al índice de precios, que no crece como sí crece el número de estudiantes. Las universidades públicas desfinanciadas no dan abasto, entonces el gobierno ofrece becas que son en realidad, transferencias a las universidades privadas.

A Dilan lo mató un miembro del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) con una granada ensordecedora que se le incrustó en la cabeza. Ahora su cara se multiplica en las redes y en las calles de toda Colombia. Y a las reivindicaciones se suma el inmediato desarme del ESMAD.

Las imágenes de la violencia directa de las fuerzas armadas y la policía en todo el continente dan escalofríos. Son cientos de miles entrenadxs para matar. Pero hasta las maquinarias más aceitadas fallan alguna vez. El adoctrinamiento nunca puede ser total. Brandon es el nombre de un eslabón fuerte en una cadena de mando que quiso cortar. Tenía 21 años, era soldado auxiliar de enfermería y técnico en sistemas. Cuenta en el video que grabó antes de suicidarse que había sido intimidado por un oficial “de extrema derecha” que amenazó con denunciarlo penalmente por apoyar al paro y a lxs estudiantes. Brandon dejó un pedido claro: peleen por nuestra educación.

Es casi imposible pensar que no hay otrxs jóvenes en situaciones parecidas cuyos testimonios podrían ser claves para denunciar los abusos al interior de las fuerzas y la violación constante de derechos humanos en las represiones de todo el continente.

Por ahora sólo tenemos fotos y videos de periodistas y manifestantes que intentan con valentía romper el cerco mediático, de este lado de las balas. Eso hacía en Chile Albertina, la fotógrafa que apareció muerta en su departamento, sin su computadora y sin su cámara.

Estos tres nombres son la trama que conecta muerte, deuda y vigilancia.

Que otrxs hagan cuentas

No hace falta ser economista para entender que años de recortes se tradujeron en deudas, ésas que hoy se niegan a pagar lxs estudiantes. Otra vez el feminismo tiene mucho para decir: la frontera entre lo público y lo privado se desdibuja también cuando hablamos de endeudamiento. Lxs que confiaron en ecuaciones de pizarrón no tuvieron en cuenta que el ruido de las tijeras del ajuste podía despertar a millones al mismo tiempo. Sus modelos no tienen ni pies ni cabezas. Allí no caben sueños ni música ni baile.

No sabemos hacia dónde nos conducirá la experiencia vital, ésa que recorre el cuerpo de quienes están protagonizando las movilizaciones. Son generaciones que están rearmando su propio diccionario después de décadas de imposición del lenguaje de los organismos: “reducción del déficit” significa recortes en salud, en educación, en transporte. “Macroeconomía robusta” quiere decir ganancias garantizadas para lxs empresarios, aumento de tarifas y bajos salarios. Educación gratuita y de calidad son palabras prohibidas. Y todo lo público, mejor en manos privadas.

Aunque la televisión no lo muestre, las estrellas neoliberales se están apagando en todos los continentes. Fracasaron y hay una variable que tendrán que incorporar a la fuerza, aunque sea esquiva a las modelizaciones: el hartazgo de millones. En Colombia ya hay propuestas para que quienes están en las calles se expresen también en el Congreso. En Chile no van a parar hasta no ser “lxs que sobran” lxs nuevxs redactores de la Constitución. Las grandes mayorías no sólo rechazan sus políticas, sino que también exigen participar en la formulación de las reformas contrarias: esas que lxs ricxs piensan que vienen de otro plantea, esas que los harían perder algo más que unos pocos privilegios.