Ella tiene 28 años, vive en Castelar, tiene dos hijos y el desafío de marcar tarjeta a las 9 de la mañana. Antes, mucho antes, a las tres se levantó con el grito de su nena. Una pesadilla o un vaso de agua. A veces la sed y el sueño se parecen. A las seis sonó el despertador por un antibiótico de una angina que lleva cinco días de fiebre y peor sueño que el mal sueño habitual de su hijo. A las 8 hay que estar en la puerta de la escuela y el timbre es el peor de los ultimátum entre galletitas a mordidas en el camino, recordatorios de la tarea incompleta y el almuerzo que vuela entre la maratón que recién empieza. A las 9 la puerta se abre como si todo recién comenzara o el descanso fuera un paraíso en el que perdió el pasaje de llegada. Los chistes son el primer recibimiento. “La noche está para dormir” por la mala cara. O “A dónde vamos”, si el corrector y el rouge intentan disimular el cansancio. El trabajo se amontona. Y el almuerzo es por peso. Nada alcanza. Su horario es hasta las 17, pero tiene que salir a las 16 para el pediatra porque el turno que lleva tres meses agendado no contempla una franja horario laboral friendly. 

No hay un padre que lleve si no es como un favor meritorio del Premio Nobel al Ayudador del Año con medalla, diploma y beso por varón del mes y ese esfuerzo titánico ya fue con el dentista así que no hay doble chance. Para el pediatra hay que explicar a la jefa, que frunce el ceño y dice que ella también es madre, pero que cumplía con sus hijos post horario laboral y de la compañera que se queja que va a tener que ir más tarde a danza. El compañero, en cambio, no presta atención a los reclamos ni a las necesidades. Cuenta que se va a comprar un nuevo chiche tecno y le dice qué cuando puede ir a probarlo con ella, la relojea por detrás de la espalda y la reta que no se vuelva una amarga. Ella logra salir pero a las 16:10 y tiene que tomarse un remis. Mañana ve qué saca de sus gastos del mes. Pero sino no llega. Así el trabajo -remunerado, peor remunerado y no remunerado- se redobla y se dobla al medio. 

En realidad, ella gana un 27 por ciento menos que sus compañeros por ser mujer y trabaja el doble que el padre de sus hijos en el cuidado de sus hijos (él, 3 horas diarias, ella 6 por día, en promedio) y las tareas de su casa. Trabaja más y gana menos. Si tuviera que cumplir un horario proporcional al salario que le quita su género se tendría que ir (igual que el promedio de trabajadoras argentinas) a las 2 de la tarde. Si no corriera para aprovechar a llevar a sus hijos/as al oftalmólogo o a preparar viandas debería mirar al cielo, al techo o a la nada para que la equidad de género se disfrazara de justa. La justicia sería bastante parecida a una tregua. 

AUTONOMAS Y ORGANIZADAS

El Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo es un paro de mujeres de tareas remuneradas y de tareas no remuneradas con la consigna internacional, local y personal de pelear por mejores condiciones laborales, económicas y sindicales y por el reparto de las tareas de cuidado.  La desigualdad quita dinero, posibilidades, libertades, descanso y tiempo. Es demasiado para no parar y subir los brazos. “En Islandia la medida del último paro de mujeres, consistió en entrar como todos los días a las 9 de la mañana pero dejar sus puestos de trabajo a las 2:38 PM (en vez de a las 5 PM) cumpliendo el 72 por ciento de su jornada laboral porque trabajaron el equivalente a lo que ganan con respecto a un varón. Si la misma medida se hubiese tomado en Argentina las mujeres deberían dejar su lugar de trabajo a las 2:00 PM. En Estados Unidos podrían irse a las 2:20 PM, pero si se trata de una mujer negra a las 1:48 PM o una latina a las 1:24 PM”, describe la Doctora en Economía Mercedes D’Alessandro, autora del libro “Economía Feminista”. 

Esa trabajadora promedio tiene suerte (o el miedo en la nuca de perderlo) si tiene trabajo, no como el 10,5 por ciento de las mujeres que están desocupadas (2 puntos más que el desempleo masculino) y le duele la panza cuando tiene que salir antes para un acto escolar o una guardia si la llaman de la escuela porque el niño o niña tiene fiebre. El 13, 9 por ciento de las mujeres están sub ocupadas y ella no quiere que le recorten el horario a cambio de recortarle (todavía más) el sueldo y malabarear todavía más con el tiempo y el dinero que jamás alcanzan y siempre tironean hasta donde la piel y la paciencia no se estiran. No le alcanza a nadie. O casi. Pero a ella se le evaporan de la cartera, por lo menos, 22 mil pesos al año por ser mujer. Aunque ser mujer no la ahorra de nada. Ella está separada y es, como el 40,1 por ciento jefa de hogar (hay tantas que casi siempre le dicen que no se queje que eso les pasa a todas o a muchas) pero todo le cuesta más. A los 28 años, ser mujer y vivir en el Gran Buenos Aires implica tener cinco veces menos posibilidades de cobrar un sueldo que para un varón porteño de 40 años. Más tiempo, menos dinero y mayores repercusiones de la inflación, la desocupación y el ajuste son razones más que suficientes para propiciar un paro sindical que impulse medidas de igualdad de género, económicas y laborales. 

El paro del 19 de octubre del 2016 fue una bisagra para Argentina, uno de los impulsos para la convocatoria mundial y para muchas trabajadoras que empezaron a transformar la queja de pasillo en una respuesta organizada. Verónica Villamarin forma parte de las Mujeres Trabajadoras del Banco Credicoop y cuenta: “Nos empezamos a organizar a partir del Paro de Mujeres de octubre del año pasado. Nos movilizamos como respuesta a las necesidades de muchas compañeras de desnaturalizar y visibilizar actitudes machistas en las que estamos inmersas diariamente. Nos proponemos que en el Banco Credicoop se conforme un espacio de atención integral a las compañeras que se encuentran en situación de violencia de género tanto laboral como personal. Este paro va a ser histórico y va a darle visibilidad a nuestros reclamos”. 

Mónica Schlotthauer es delegada ferroviaria y diputada provincial de la izquierda socialista en Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT) y de la comisión de mujeres “Mujer bonita es la que lucha”. Ella dimensiona la medida del 8 de marzo: “El desafío de organizar un paro mundial de mujeres, más allá de la modalidad y alcance en 43 países, ya pone a retumbar los reclamos contra la violencia machista con más contundencia. El trabajo está dando frutos. Aunque vergonzosamente las conducciones gremiales mayoritarias dan la espalda a la demanda contra los femicidios y por la igualdad de derechos para las trabajadoras. Las ferroviarias del Sarmiento contamos con el aval de los delegados y ejecutivos zonales, pero no de la conducción nacional. Este viernes 3 de marzo hacemos la asamblea de mujeres por el paro y para festejar la apertura de “La casa que abraza” un centro asistencial para compañeras y mujeres de la familia ferroviaria. Y sumamos como reclamos específicos aperturas de más centros en todos los edificios ferroviario abandonados y que ingresen mujeres a la conducción de trenes un escalafón laboral prohibido para las mujeres todavía”. 

LA CONDUCCION TAMBIEN ES NUESTRO DERECHO

Las conducciones sindicales no son el eco de los reclamos sindicales de las trabajadoras. Pero la pelea por conducir de las mujeres (y los palos en la rueda) no son casuales. La conducción es una disputa por ver quién maneja la batuta. Mirtha Sisnero fue la primera mujer que peleó, desde el 2008, por lograr ser colectivera en Salta. Las empresas le decían que las manos de mujer estaban para hacer repulgue de empanadas. Ella logró que la Corte Suprema de Justicia avale su reclamo y que otras puedan ingresar. Pero a Mirtha le cobran su empuje con las puertas -todavía- cerradas. Por eso, le escribió una carta al Presidente de la Corte de Justicia de Salta, Guillermo Catalano, en donde dice: “La justicia solo me ocasionó gastos, tiempo, dolor cada vez que me llaman quilombera. Desafortunadamente en Salta, los patrones están acostumbrado a callar a las mujeres o matar. De algún modo a mí me mataron desde el gobierno, la justicia y el silencio de una sociedad patriarcal”.  

En los trenes las mujeres no pueden acceder a ser conductoras por un capricho del lobby del sindicato de La Fraternidad, un eje machista con poder para impedir el crecimiento laboral y la igualdad de género. En cambio en el subte las mujeres sí pueden manejar. El volante es un símbolo: laboral, económico y de poder gremial. Karina Nicoletta es Secretaria de Genero de la Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y el Premetro (AGTSyP) y es conductora de subterráneo en la Línea A. Ella valoriza la potencia del paro de mujeres: “Considero de un gran contenido político y simbólico este 8 de marzo en el que las mujeres nos movilizamos y confluimos en un paro internacional para alzar nuestra voz contra la violencia machista, porque vivas y libres nos queremos ante las desigualdades estructurales sociales, políticas y económicas que aún hoy se mantienen y nos afectan cotidianamente. Esta medida cobra fuerza ante un contexto de ajuste contra nuestros derechos y nuestras vidas, en detrimento de los sectores populares y la clase trabajadora en el que somos las mujeres las más perjudicadas. Las trabajadoras del subte estaremos sumándonos al paro y a la movilización activamente, encontrándonos en las cabeceras de las diferentes líneas por trabajo con derechos; por políticas de cuidado más equitativas y para exigir igualdad de oportunidades sin discriminación de género y con la consigna Ni Una Trabajadora Menos”. 

NUEVOS LAZOS NUEVOS DESAFIOS

Esa angustia que se llevaba a la casa después del trabajo en una isla, en un vagón, en una escuela, en una oficina, en una redacción o en la propia casa, ese malestar silenciado, medicado, incomprendido o vuelto rutina no se desarma, pero sí se enfrenta a partir de la organización de las mujeres trabajadoras en todos los rubros y en todos los campos. El paro del 19 de octubre generó muchos lazos y el desafío del 8 de marzo sumo organización y objetivos. En este sentido la bióloga e investigadora del CONICET Vanina Fernández, integrante de la “Corriente 12 de Mayo” de investigadores/as y docentes universitarios/as relata: “Hace un tiempo que veníamos con la idea de organizarnos como trabajadoras de la ciencia y universidad y la cercanía del 8 de marzo nos dio el impulso que nos faltaba. Las situaciones de violencia y desigualdad que afectan a las mujeres también nos afectan directamente a quienes nos desempeñamos en diversas tareas dentro del sistema científico y universitario en el que se establecen relaciones laborales que nos exponen cotidianamente a situaciones de violencia -física o psicológica-, respaldadas en una extensa cadena de desigualdades y asimetrías jerárquicas. Hay becarias que han tenido diferentes problemas con sus directores desde maltratos psicológicos o acoso y violencia de género. Estamos acostumbradas a que todas estas situaciones siempre terminen igual: las compañeras deben renunciar a sus investigaciones y fuente de ingreso para alejarse de la situación que las violenta. Además de todo esto, a pesar de que en varias carreras la proporción de estudiantes mujeres es mayoritaria se va achicando a medida que subimos en las jerarquías: de ser más del 50 por ciento en el nivel 1 (asistente) se llega a casi el 25 por ciento en el nivel superior. Tampoco contamos con jardines materno-paternales en nuestros lugares de trabajo. De hecho lo más fuerte que vivimos las becarias es escuchar que no podemos quedar embarazadas hasta ser doctoras, es algo que si pasa enoja muchísimo a la mayoría de los directores y directoras y está mal visto porque va en detrimento de tu producción académica”.

Fernández resalta que el paro de mujeres impulsó la voz de las trabajadoras científicas y la necesidad de pelear por más derechos y menos barreras para lograr, mantener y ascender en sus puestos laborales: “Por eso impulsamos la conformación de un espacio de trabajadoras de la Ciencia y la Universidad donde poner en común la situación que vivimos en nuestros lugares de trabajo. A partir de esos encuentros nació la idea de la campaña “A las trabajadoras de ciencia y universidad nos andan diciendo” que pretende visibilizar y empezar a desnaturalizar las situaciones de violencia y desigualdad que cotidianamente sufrimos. También largamos una campaña para convocar a parar y marchar juntas, en una gran columna de trabajadoras de la ciencia y Universidad el 8 de marzo”.