Huérfanos de Brooklyn

(Motherless Brooklyn)

EE.UU., 2019

Dirección: Edward Norton.

Guión: Edward Norton, a partir de la novela de Jonathan Lethem.

Fotografía: Dick Pope.

Montaje: Joe Klotz.

Música: Daniel Pemberton.

Reparto: Edward Norton, Gugu Mbatha-Raw, Alec Baldwin, Bobby Cannavale, Willem Dafoe, Bruce Willis.

Distribuidora: Warner.

Duración: 144 minutos.

Salas: Cinépolis, Hoyts, Nuevo Monumental, Showcase.

7 puntos

 

Norton protagoniza y dirige la película.

Con el acento puesto en el cine noir, Huérfanos de Brooklyn exhibe, a pesar de ciertas estridencias, virtuosismo. Segundo film de Edward Norton como director, también guionista –a partir de la novela homónima de Jonathan Lethem–, los años ’50 asoman aquí como una bisagra iconográfica que todavía guarda apego por la década precedente mientras atisba el devenir. Y lo que viene, justamente, no puede ser más oscuro.

En este sentido, la película de Norton manifiesta una mirada crítica, a tono con el desencanto del género cinematográfico en el que se inscribe. Es ello lo que la vuelve atendible, como reiteración consciente de los tópicos cultivados por una de las más fecundas vertientes del cine norteamericano. Así, el cine negro continúa como un espejo que tiñe y deforma las promesas del bienestar citadino y americano. No casualmente, el argumento se localiza en una década conservadora, cuando el macartismo exhibió de manera horrible sus garras.

Por otra parte, hay que decir que Huérfanos de Brooklyn tiene un cuidado formal por la reconstrucción que hace de ésta un aspecto que distrae. Es una película de gran presupuesto, que subraya los elementos estéticos –decorados, iluminación, vestuario– por medio de los cuales aquel gran cine de los años ’40 y ’50 sobresalió. Lo que sucede es que el cine negro tuvo cuna de privilegio en el cine B, un cine de bajo presupuesto cuya lógica ya no existe. Así, el film de Norton dialoga de un modo ambivalente con lo que se propone. El cometido, de todos modos, cumple.

A partir del asesinato de su jefe y amigo (Bruce Willis), Lionel (Norton) asume la investigación como una deuda moral. Integrante de un equipo de detectives sin demasiadas ganas, Lionel hace su camino a partir de unas pocas pistas. Las pesquisas le llevarán a desentrañar un complejo entramado de poderes que nacen y terminan en la misma ciudad de Nueva York. De este modo, Huérfanos de Brooklyn hace de la ciudad el personaje central, contenedor de las alianzas y traiciones que suscita para su respiración. Un oxígeno que se vale de estertores. Para ello, la connivencia oportuna entre capitalistas “visionarios” y políticos de piel cambiante. En todo caso, la corrupción surge como manera habitual al momento de convocar alianzas, liar los asuntos, y controlar el mercado inmobiliario.

En este caldo de cultivo se mueve Lionel. Y lo hace a pesar de su síndrome de Tourette, al cual puede más o menos controlar con chicles y marihuana. A la manera de “El otro yo del Dr. Merengue” de Divito, cuando Lionel observa o escucha algo que le llama la atención, no puede evitar juegos de palabras o contestaciones, mientras disimula en vano. En este sentido, el desafío que Norton imprime a su personaje tiene, por momentos, pasos de comedia y rasgos dolorosos. Como sea, Lionel deberá confrontar consigo mismo cuando se adentra en un pozo que huele cada vez peor. Y lo que anida, claro, es el foso de víboras.

¿Qué es el poder?, le pregunta Randolph (Alec Baldwin), el mentor de las reformas edilicias más importantes de la ciudad. Es la posibilidad de hacer lo que se quiera sin temer las consecuencias. Más aún, es la certeza de saberse por encima de todo y de todos. Desde esa altura, decidir. No importa si el cometido implica dejar sin hogares a barrios enteros y a quienes allí habitan: aquellos cuyas voces se desarticulan mientras quienes dicen representarlos traman acuerdos a sus espaldas. Además, los medios de comunicación están dominados por esta lógica. Todos en manos de uno solo. La política, entonces, como simulacro de sí misma.

De cierto modo, podría pensarse que Huérfanos de Brooklyn es un film de mirada caída, sumido en una desilusión social que no avizora posibilidades. Pero lo cierto es también lo opuesto. Hay que atender a la delineación de las organizaciones sociales. Al acento que el film permite a las asambleas y la toma de consciencia grupal. Aquí, vale la mención de la elección musical para la película, de cómo el jazz entreteje algunos de los mejores momentos y da ritmo a los tics incontenibles de Lionel. La música de los negros aparece como la tecla vital de la sociedad (ya lo dijo Clint Eastwood, Estados Unidos aportó dos grandes artes al mundo: el western y el jazz). Entonces, es allí, en la raíz del asunto donde habrá que entrar en trance y cambiar el mundo. Al respecto, hay una alusión clara a Charlie Parker. Y Parker, por supuesto, hizo mucho más por el mundo que tantos Ceos y empresarios iluminados.

Aun cuando huelgue decirlo, no se trata de un film preocupado por un período histórico pretérito –algo nada desdeñable y siempre necesario–, sino por el presente más inmediato. De este modo, la caracterización del empresario que es vértice de la pirámide, cuya base esconde manipulaciones, miseria y crímenes, no puede ser más urgente. Sobresale, sí, un ánimo cansino. Porque una vez descubiertas las cartas del asunto, no necesariamente se enderezarán los rumbos. Habrá que estar, más vale, siempre atentos.

Ahora bien, ese hálito de pesadumbre le corresponde por esencia al género negro y a su angustia de tinte metafísico. Es este género el que ha dado voz a los marginales y los perseguidos. Entre ellos, el curioso private eye de Norton (y de Jonathan Lethem). Al menos, el film le permite un respiro, una caricia de tranquilidad y una sonrisa de horizonte. Las últimas piezas encastran y Lionel descansa: aun cuando el consabido sumidero de decisores con rostros lavados continúe. Es por esto que el final tendrá que ser pensado no sólo como un cuasi “happy end”, sino también como el afecto compartido entre quienes se saben marginados