Nueve minutos. Ese fue lo que insumió el discurso de despedida ante su gente del presidente Mauricio Macri. Y buena parte de esos nueve minutos los gastó con la palabra “Gracias”, en toda la gama de inflexiones posible y con variados destinatarios. Concentrado en el futuro, sobre todo su futuro como jefe de la oposición, se cuidó otra vez de no compartir el escenario con ningún otro dirigente con posibilidades.

Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal tuvieron una aparición fugaz para saludarlo cuando salía de la Casa Rosada para dirigirse a la tarima, junto al monumento a Belgrano, desde donde le hablaría a la multitud.

A su lado, tanto en el balcón a la hora de cantar el himno como en el escenario de la Plaza, solo estuvieron Juliana Awada, su mejor decoración electoral, y Miguel Angel Pichetto, un jubilado de las grandes ligas de la política que hace mucho no puede competir ni en su territorio.

El único que consiguió algún grado de protagonismo fuera del trío estelar fue Hernán Lombardi (¿quién puede temer la competencia de Hernán Lombardi?), transpirado y con la camisa afuera, que fue el encargado de anunciar a las 18:00 que el discurso sería a las 19:00. También anticipó que el Presidente cantaría el himno desde el balcón de la Rosada y luego bajaría al nivel de los mortales para dirigirles la palabra. “Cada palabra del himno tiene un mensaje”, filosofó, y se concentró enseguida en una, “Libertad”, que sería retomada después por Macri para insistir en que de ahora en adelante estará amenazada y por suerte están ellos para defenderla.

“Buenas tardes queridos argentinos”, empezó el Presidente y ahí nomás siguió con los infinitos “Gracias”. Una de ellas la dirigió merecidamente a las mujeres que, en general de mediana o larga edad, eran mayoría en la concurrencia. “Cómo se han movilizado las mujeres en estos cuatro años, para defender su familia y su futuro”, resaltó, dejando claro que su saludo excluía a las que estos años se movilizaron para protestar por su presente y pensaban no en el futuro sino en sus derechos.

Enseguida reconoció que sentía una combinación de emociones. “Tristeza por los que están angustiados por lo que se viene” y “alegría porque juntamos tanta gente que quiere cambiar la Argentina para siempre”. A los tristes les ofreció consuelo: “lo que viene será un paso de crecimiento hacia el futuro que todos deseamos”, sin aclarar, ni en ese momento ni después, de qué se trata ese “futuro que todos deseamos”.

Llegó entonces el momento de las confesiones. “Estos años fueron más difíciles de lo que imaginé”, y no quedó claro si era una autocrítica por sus errores de diagnóstico. Pronto sonó más bien como una queja, porque resaltó que siempre estuvo “en minoría y con palos en la rueda”.

Un buen pie para dirigirse directamente al “presidente electo”, lo que desató abucheos en los seguidores, para asegurarle que “va a encontrar una oposición constructiva, pero también firme y severa para defender la democracia y (otra vez, N de la R) las libertades”. “No es negociable nuestra libertad”, gritó sin aclarar si en este punto hablaba literalmente, acostumbrado como está a disponer desde su puesto, con el apoyo de buena parte del poder judicial, de la libertad ajena.

El programa opositor nuevamente quedó limitado a las consignas “republicanas” que unificaban a sus bases movilizadas este sábado a la Plaza de Mayo. “Tenemos que evitar que se roben la Argentina, que la estafen, que la descuiden. Depende de cada uno, de que estemos activos, Somos una alternativa sana de poder (dando por sentado que el nuevo oficialismo es “enfermo”), millones que nunca más se van a resignar”, redondeó hacia el futuro.

“Terminando”, ya llevaba largos siete minutos, dedicó otro de sus “Gracias” a los jóvenes, justamente los que no eran tantos en la Plaza y, sobre todo, los que le dieron rotundamente la espalda a Juntos por el Cambio en las elecciones. Delatando su edad, la muchedumbre le respondió ¡Juventud!, ¡Juventud!, ¡Juventud!, sin intentar rima ni sentido.

“Gracias, hasta pronto, porque esto recién empieza”, fue el verdadero final. Después lo pasearon en andas cerca del escenario ante la mira un poco preocupada de las señoras cercanas.

Quedaba poco. El abrazo cinematográfico con Juliana Awada y otro más desprolijo con un reaparecido Lombardi que completó así su último día de gloria.