“En las elecciones de Boca va a ganar el que está, con todo lo malo que hizo, porque tiene todo comprado”. Aquellos dardos de Juan Román Riquelme habían salido disparados días antes de los comicios de hace cuatro años. El máximo ídolo del club había sido empujado por la puerta de atrás y, en consecuencia, debió retirarse del fútbol con la camiseta de Argentinos Juniors.

Daniel Angelici, en efecto, se ganaría otros cuatro años al frente de Boca tras una disputa electoral en la que Román había decidido no participar de forma activa. Aquel ‘muñeco de nadie’, sin embargo, tendría otro tipo de planes para el futuro.

Nadie le habría cuestionado nada, cuatro diciembres después, si se hubiera mantenido al margen una vez más, parado sobre el pedestal eterno. Pero decidió bajar y dar la pelea contra un aparato tan poderoso como difícil de vulnerar que llevaba nada menos que 24 años en el poder.

Con todo para perder se movió en el barro político de la misma forma con la que manejaba el juego en sus tiempos de enganche. Con la espalda de los grandes y una dialéctica digna del mejor estratega, se cargó al hombro el epílogo de la campaña con la misma frialdad con la que descollaba en las finales. Así provocó el golpe de gracia: derrumbó el imperio que el macrismo había edificado en Boca y puso las cosas en su lugar.

Lo habían empujado a despedirse y, tras aquellos años de destrato, la respuesta fue implacable. Ahora vuelve al club de sus amores, como vicepresidente segundo, con un compromiso asumido: manejar el fútbol. “Román habla todo el día de fútbol. Sabe quién es el cuatro de Flandria. Sabe quiénes vuelven al club. Sabe a quiénes se les termina el contrato, acá y en otros equipos. Sabe todo”, había dicho en plena campaña Mario Pergolini, flamante vicepresidente primero y compañero de fórmula del diez.

Riquelme respira fútbol. Y no existe una opción mejor para conducir el área que la persona que más entiende el juego. Alguien que lo entiende adentro de la cancha como nadie y lo demostró durante toda su carrera; alguien que también lo comprende afuera, en el fango político, en la batalla retórica, el sector desde el que luchó para expulsar a sus viejos verdugos del club.

A lo largo de este camino, como en sus mejores años, también tuvo rivales que eludir. Hasta Diego Maradona, cuya idolatría en el club no le alcanza siquiera para empezar a discutir, hizo intentos por erosionar su figura. Pero en Boca no hay nadie más grande que Riquelme, el hombre de la convicción incorruptible, el mismo que desestimó jugar una Copa del Mundo por sostener sus ideales cuando el propio Diego era el entrenador.

Los grandes siempre vuelven, por más intereses y factores de poder que haya enfrente, por más comprados que tengan los resultados. Vuelve Riquelme y con él lo harán las glorias de la era dorada xeneize, aquel ciclo histórico que supo tenerlo como protagonista excluyente. Volverá Bianchi. Volverán todos. Porque el tiempo pone las cosas en su lugar. Y su lugar, que nadie se atreva a negarlo, es y siempre será Boca.

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