Desde La Habana

Como si Brasil no tuviera suficiente con el misógino, homofóbico y racista presidente Jair Bolsonaro, el país que ya no le canta tanto a la alegría esconde bajo la alfombra del olvido una historia silenciada: durante la Segunda Guerra Mundial, Brasil destinó nada menos que 55 mil hombres humildes y marginales a la región amazónica. ¿El motivo? Tenían que trabajar como soldados aliados para extraer caucho, un material imprescindible para la industria armamentista de los Estados Unidos. La mitad de ellos murió antes de que pudieran regresar a sus hogares, y la otra mitad todavía lucha por el reconocimiento, en tiempos en que el olvido es moneda corriente. Sobre este tema investigó el realizador brasileño Wolney Oliveira en su documental Soldados del caucho, que se proyectó en La Habana y que forma parte de la Competencia Oficial de Documentales del 41º Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.

“Yo tomé conocimiento del tema cuando tenía 44 años. Ahora tengo 59. En 2004, leyendo un periódico de mi ciudad, había un suplemento especial hablando de los soldados del caucho. Es una historia de la Segunda Guerra. No es una historia que tenga 100 años. Y todavía hay sobrevivientes”, cuenta Oliveira, quien no dudó en ir a contactarlos para que hablaran en su documental. La relación de Brasil con la Segunda Guerra es muy fuerte, según el director: “Primero, porque a los soldados del caucho nadie los conoce. Fueron enviados 55 mil hombres desde Fortaleza. Se creó un Ministerio Extraordinario que se llamaba Servicio Especial de Movilización de Trabajadores para la Amazonia. De los 55 mil, más o menos 30 mil eran de Ceará. Y el gobierno americano pagó mucha plata por eso”, afirma Oliveira. Como los japoneses tomaron Malasia, que era el principal exportador de caucho, los estadounidenses se quedaron sin la materia prima. Por eso recurrieron a Brasil.

Brasil hizo una campaña mencionando el tema en los cines, en las radios y en los periódicos, dando cuenta que iba a ingresar dinero a las arcas del Estado. “Después que Brasil envió estas miles de personas para extraer el caucho, reclutó 25 mil hombres para combatir en Italia y enfrentar a los italianos y los alemanes. Getulio Vargas envió alrededor de 25 mil hombres. Pero no eran militares tradicionales". Estos militares fueron apodados como Pracinhas, y en Brasil todos saben quiénes son. Pero a los otros 55 mil que fueron a buscar caucho nadie los conoce. “Después de la guerra, de los 25 mil que fueron para Italia murieron menos de 500. Y de los 55 mil que fueron a la Amazonia fallecieron aproximadamente 30 mil. A los Pracinhas, el gobierno brasileño los trajo de vuelta y fueron recibidos por la población como héroes. A los del caucho los abandonó”, cuenta el director.

Como si fuera poco el desprecio, cuando el gobierno hizo ambas campañas prometió a ambos grupos lo mismo, que iban a tener una jubilación permanente. Pero sólo cumplieron con los Pracinhas. “La película cuenta que después de la guerra una Comisión Parlamentaria de Investigación llegó a la conclusión de que el Estado era deudor de los soldados del caucho. Pero no se hizo nada. Los gobiernos fueron pasando y nada”. Cuarenta y tres años después, la Constitución de 1988 les dio un pequeño reconocimiento a los soldados del caucho y el gobierno empezó a pagar lo que hoy serían 400 dólares. Muy poco, y sin derecho a aguinaldo. En cambio, los Pracinhas recibieron diez salarios mínimos, con asistencia médica y otros beneficios sociales. “Pasaron muchos gobiernos, y en los de Lula y el de Dilma Rousseff los soldados del caucho tuvieron una pequeña indemnización”. Pero no la que correspondía.

Oliveira investigó todo esto en Acre, Amazonas, Pará y Rondonia, cuatro de los seis estados de la región norte del Brasil. “Parte de los archivos estaba en Río de Janeiro. “Fue un trabajo de investigación muy largo. En total, fueron seis años y medio de pesquisa y de filmación”, cuenta Oliveira. En total, entrevistaron a más de 100 soldados del caucho, y realizaron una selección. “Pero antes de hacer Soldados del caucho yo había hecho un proyecto del Ministerio de Cultura de Brasil que se llamaba DocTV. La primera vez que abordé este tema lo hice en un mediometraje para la televisión que se llamaba Caucho para la victoria. Lo filmé en Ceará y en Acre. Yo quería hacer un documental, pero con esto tuve una base porque a todos los protagonistas ya los conocía de este trabajo para la televisión”, explica Oliveira.

Otro documental brasileño que se exhibió en La Habana fue Al filo de la democracia, de la realizadora Petra Costa. En él, la directora cuenta la etapa más gloriosa de su país, cuando el ex obrero metalúrgico y líder sindical Luis Inácio Lula Da Silva fue elegido presidente dos veces y en ocho años de gobierno logró que 20 millones de brasileños dejaran de ser pobres, entre otras hazañas. Pero así como quiso narrar el ascenso, también cuenta la caída a través del impeachment a la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, y los posteriores efectos del Lava Jato, producto de una premeditada alianza entre la derecha brasileña y el “Partido” Judicial, que terminaron por voltear a la presidenta democrática. Y también así se evitó el retorno al poder del líder más carismático que tuvo Brasil.

Narrado en primera persona, el film se estructura a través de la voz en off de la directora, quien al estilo de una investigadora meticulosa, va relatando la campaña contra el Partido de los Trabajadores (PT), la operación Lava Jato, el panquequismo del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), la ausencia llamativa de partidos del centro, las protestas callejeras de 2013, el proceso judicial contra Lula, el juicio político contra Dilma, para desembocar en el crecimiento del ultraderechista Jair Bolsonaro, actual presidente. Vale recordar que al momento de la competencia con Lula libre, Bolsonaro sólo contaba con el 15 por ciento de intención de voto. Algo muy rescatable del documental de Costa es que no ahorra críticas con respecto al PT, al que le cuestiona cierta tibieza para no caer en los infiernos de la corrupción en que se vieron hundidos la mayoría de los partidos políticos del Brasil. Sin embargo, la directora no es ingenua y deja claro que lo sucedido con Lula y Dilma tuvo ribetes de golpe de Estado judicial y legislativo.

Costa parece preguntarse a sí misma qué pasó para que a un hombre que terminó la presidencia con el 87 por ciento de imagen positiva le coartaran su carrera política de esa manera. Y brinda los argumentos de las traiciones políticas de los aliados del PT que lo dejaron en una encerrona sin destino político. Pero fue una caída que tuvo mucho de complot para que pudiera concretarse. “¿De dónde sacar fuerzas para caminar entre las ruinas y comenzar de nuevo?”, dice, a modo de interrogante, la voz en off de la directora. Eso sólo lo sabe Lula. A juzgar por los hechos, la batalla continúa.