“Canciones de amor del mundo”, son las que De Boca en Boca plantea hacer sonar en el ciclo Besos en La Boca, un título que hace alusión tanto a esas canciones que no conocen fronteras geográficas, de época ni de estilo, como al barrio en el que se desarrolla. Hoy a las 19, el cuarteto cordobés será el protagonista en el Teatro de la Ribera (Av. Pedro de Mendoza 1821), allí en el corazón del romántico barrio de La Boca. No se trata de cualquier cuarteto cordobés: este está integrado por mujeres, explota todas las posibilidades de sus voces, sumando un colorido arsenal de percusión, cuatro, charango y acordeón. Y, desde hace ya más de veinte años, recorre un repertorio que redescubre, de un modo muy propio, esa música que, para simplificar, a alguien se le ocurrió llamar del mundo. En diálogo con PáginaI12, Viviana Pozzebón, Marcela Benedetti, Alejandra Tortosa y Soledad Escudero cuentan cómo preparan esta etapa que para el grupo es todo un regreso. 

–¿Cómo pensaron estas “Canciones de amor del mundo”?

Alejandra Tortosa: –Entre algunas que ya teníamos y otras que incorporamos, quedó un lindo abanico que va desde cantos de bodas o de maternidad, a canciones de amor y de desamor, de reclamo, de celos y engaños… ¡Porque el amor no sólo tiene su parte bonita! Como nuestro espíritu es inquieto, por más que tengamos un show armado, como el que mostramos hace poco en Córdoba, nos seguimos redescubriendo y sumando nueva música, todo el tiempo. 

–De Boca en Boca surgió en los ‘90, se disolvió por varios años, y ahora regresa. ¿Cómo fue cambiando en cada etapa? 

Viviana Pozzebón: –Pasamos nueve años sin actividad, y en este reencuentro nos encontramos con otra realidad musical, personal, política… Si nos remitimos a aquel verano del ‘95 que nos reunió, cuando viajamos juntas a Uruguay, ¡pasaron 22 años! Y toda una vida dentro y fuera de la música, ninguna de nosotras es la misma que aquella de los veintipico… También la forma de trabajo cambió mucho: cuando empezamos, por ahí trabajábamos con un cassette que nos llegaba, que sólo decía, por ejemplo, “Miriam Makeba”, y por ahí ni siquiera el título de la canción. La transcribíamos, la arreglábamos, y por ahí venía alguien del público, o algún amigo antropólogo o musicólogo, y nos decía: ah, es tal canción… Y así íbamos juntando información. ¡Ni hablar de internet o youtube en esa época! Era todo muy artesanal. 

–¿Por qué, en su momento, dejaron de actuar juntas? 

Soledad Escudero: – En lo musical, llegó un momento en que no podíamos encontrar material que nos satisficiera, no nos cerraban los arreglos desde las tímbricas. En lo personal, dos éramos mamas recientes, Marcela había sido mamá hacía unos años, y hay una energía maternal que es un privilegio, pero que también resta de otras energías. Pero siempre la sensación fue que la puerta no se había cerrado del todo, que lo que hacíamos era una pausa… 

–¿Y cómo se dio el reencuentro?

S. E.: –En marzo del año pasado la revista cordobesa La Central nos propuso sacar una edición de antología. Además de juntarnos a elegir los temas, nos pidieron pequeños textos, lo cual nos obligó a justificar juntas cada elección. Y de algún modo eso llevó al repaso. El primer número de esa revista había salido en el ‘98, y nosotras habíamos sido la tapa, así que fue muy significativo. Por entonces hicimos un ciclo en La Casona que se mantuvo todos los sábados, lo cual era una idea novedosa para la época, una idea de nuestro productor, Raúl Colombo. Ese año también él nos propuso venir a Buenos Aires, ser teloneras de Cecilia Todd, y de ahí se abrió todo un universo. Cuando sale el disco y lo tenemos en la mano, Raúl nos pregunta: ¿y qué les parece hacer un show, y después intentar girar por el país? A los quince días él muere, fue un golpe afectivo muy grande, porque éramos un equipo. Así que un poco todo esto que está pasando es también en homenaje a él, porque esta fue su intención. 

–¿Qué posibilidades da el formato, el ensamble vocal femenino, por qué eligen esta formación?

Marcela Benedetti: –En realidad, a mí me gustan más los coros de varones que los de mujeres. Pero bueno, ¡es lo que hay! (risas). El registro femenino es muy corto, de alto a medio… es como tener un cuarteto de dos violines y dos violas, ¡más insulso imposible! (risas). En ese sentido el coro masculino tiene más posibilidades. Pero lo nuestro tiene que ver con lo que pasó químicmente entre las voces, lo armónico. Funcionamos musicalmente, hay un resultado que va más allá de cada una, por separado. Desde el primer momento en que escuchamos una grabación de De Boca en Boca, nosotras mismas nos sorprendimos de lo que pasaba cuando sonábamos juntas. Ahí creo que está nuestra riqueza: en el modo en que todo fluye juntas, porque nos juntamos, tarareamos, y ahí nomás, se arma algo. 

A. T.: –Se dio medio naturalmente: nosotras nos conocimos como estudiantes de música, y todas habíamos pasado por coros. Así que conocíamos todas las posibilidades que tiene la voz como instrumento. Claro que acá el tratamiento de las voces deja de ser ortodoxo: hacemos ruidos, golpes, climas, imitamos animales… ¡Cuando decimos todas, son todas las posibilidades! 

S. E.: –Evidentemente, cuando surgimos también cubrimos algún vacío musical, porque no por nada prenden las cosas. Como dijimos, era muy difícil tener acceso a la música étnica, era algo desconocido. Y a la vez próximo, porque en esos cantos aparecen cuestiones cotidianas a todos: la celebración, la pena, la cosecha, el cuidado del niño… Aunque venga de culturas muy lejanas, nos resulta cercano.