Cada ser humano es único e irrepetible. Y entonces ¿por qué no usar el reconocimiento facial como reaseguro de que uno es uno, de nuestra identidad? En China ya es moneda corriente: ir a pagar al supermercado es poner la cara.

Muchos podrán decir que no es nada nuevo, hace décadas se utiliza el reconocimiento facial como medida de seguridad y junto a las clásicas huellas dactilares fueron los reaseguros tanto de la identidad jurídica como de seguridad ciudadana hasta que llegó el reconocimiento facial como método que agrega además de la masificación, la posibilidad de transacciones comerciales a través de nuestra cara convertida en tarjeta de crédito.

¿Es que podemos hacer algo con esta tendencia apabullante de estos adelantos tecnológicos ligados a lo digital que tiene en el celular además de nuestro acompañante terapéutico que no se separa de nosotros ni un instante, al principal defensor de estos avances? Muchos suponen con acierto que ellos tuvieron la idea del reconocimiento facial, si pasamos mirándolo de cuatro a doce horas diarias según investigaciones científicas realizadas en distintas partes del mundo, ¿por qué no permitirle que nos haga un reconocimiento facial de vez en cuando para asegurarse de que nosotros somos quienes decimos ser?

Escanear el rostro es una tecnología que ya triunfa en el gigante asiático, sabemos que allí vive el 25% de la población y su influencia no ha dejado de crecer en las últimas décadas, entonces no es muy difícil anticipar que dentro muy poco iremos a poner la cara al supermercado.

El reconocimiento facial ya se utiliza en las miles de cámaras que están diseminadas por las ciudades, el siglo XXI es el siglo del Homo selfie, al ser humano lo “ametrallean” sacándole/se fotos de su cara todo el tiempo. Es el siglo de poner la cara. Muchos cuestionan esta ideología de portación de cara, porque creer que en la cara aparece la clase social, la etnia, el mundo de dónde llegaste y lo qué esperás no es sino una forma de aplastar al ser, la dimensión ontológica, del humano. Si la cara es el reaseguro de la identidad, el ser es lo evanescente, lo indefinible. La condición humana sería “falta en ser” según Heidegger, o el mismo Lacan diferenciándola entonces de lo petrificado de la identidad.

Una sociedad donde cada uno podrá comprar según el crédito de su cara, cuando nos miren no estarán disfrutando de nuestra belleza ni nuestra fealdad sino de nuestra capacidad de pago. Tendremos que ir con la cara escondida para que no nos escaneen por la calle y nos saquen la ficha de cuánto podremos gastar en la próxima salida al súper. Ya no será necesario llevar nada para ir de compras salvo lo que no se puede olvidar: nuestra cara. ¡Cuántos problemas van a resolver!

Pero una gran duda nos recorre el espinillo, ¿qué será del reconocimiento facial con el paso del tiempo? Ya sabemos que las aplicaciones pueden saber qué hará el tiempo con nosotros, pero además de las aplicaciones estamos nosotros, convidados de piedra, ¿lo soportaremos? Este nuevo sistema de reconocimiento facial para todo uso ya nos tiene la respuesta, las fotos saldrán con filtros. Saben que no podrán evitar esa vieja costumbre humana de angustiarse pero en el día a día, harán lo posible para que siempre salgamos lo más presentables posibles.

Las aplicaciones ya pueden anticipar cómo será tu rostro dentro de cuarenta años, y si no llegás allí, tus hijos podrán imaginarse cómo sería tu cara si aún estuvieras vivo. Podemos pasar a nuestra hija por la máquina del tiempo y verla cómo será en su cumpleaños de quince o cuando llegue a los cuarenta años, para las aplicaciones el paso del tiempo es una variable más, no se entumecen sus almas cuando imaginamos lo que será de nosotros cuando el tiempo nos haga pensar lo que nos queda.

Pero no nos pongamos melancólicos, nadie ha podido detener los adelantos tecnológicos y menos éstos que aún no sabemos si son el mayor cambio planetario en poquísimo tiempo con enormes consecuencias en nuestra vida cotidiana pero sí sabemos que están aconteciendo en nuestro presente. Y sobre todo sabemos que apunta a la identidad, que no cambian demasiado en cuanto a las condiciones económico-sociales salvo una enorme regulación y reconfiguración no sólo de los hábitos cotidianos sino del campo del trabajo. Esta nueva época deja afuera a miles de trabajadores que ya no se necesitan pero eso es calcado de las otras “revoluciones” tecnológicas. Siempre lo que sobró es el ser humano.

Una sociedad que pone la cara hasta para ir de compras, que sabrá quién es cada uno, qué ha hecho cada uno, qué compra cada uno, una sociedad que se podrá compartimentar, separar en celdas según diferentes perfiles de identidades virtuales y comerciales configura el tiempo venidero que, al menos, no podremos decir que no hemos puesto la cara para conseguirlo.

Martín Smud es psicoanalista y escritor.