Por estos días se oye, con cariz socarrón, que en derecho sobre cada asunto hay tres bibliotecas: la que dice negro, la que dice blanco y la de Bonadio, que está vacía. Me consta profesionalmente que la burla trágica es sustancialmente veraz. Bonadio no tiene biblioteca, o no la leyó nunca; aunque me inclino a que en rigor la desprecia e ignora porque ha internalizado que puede hacer lo que quiera, cuándo y cómo, por ahora con total impunidad.

Pero lo grave es que por detrás de la broma queda aceptado –desde hace tiempo ya– que sí existen dos bibliotecas para cada caso, que podrían sustentar dos soluciones opuestas y  cualquiera de ellas es, al final, admitida como la voz de “la Justicia”.

Para un juez no hay dos bibliotecas: hay una sola. Escuchará con atención a las partes, que le alcanzarán propuestas antagónicas o cuando menos diferentes. Las atenderá, observará con meticulosidad los hechos, tomará la Constitución y el código, ubicará la norma particular para aquellos, hará una interpretación literal, luego la histórica, después la sistemática, de seguido la teleológica, ubicará la síntesis resultante en el contexto social en el que se encuentran las partes y, finalmente, lo pasará por el cedazo fino de los tratados de derechos humanos, de jerarquía máxima en nuestro derecho. El resultado, en lo principal, será uno solo, no dos. Podrá haber diferencias de matices con otras opiniones que atravesaran el mismo obligatorio recorrido, pero no serán antagónicas.

Para la construcción artesanal del fallo específico, en cuestiones penales –las tomo por su visibilidad social– casi siempre deberá tener en cuenta,de un lado, a un victimario, casi siempre a su vez víctima de su historia de incultura, pobreza y marginación generalizada a todos los aspectos de la vida, y de la otra, a una víctima que no tiene responsabilidad directa en el doloroso daño que ha sufrido. Ahí ya no juega el derecho directamente, sino la sensibilidad y la cultura general del juez.

Dado el caso que el victimario sea el poderoso y la víctima la poco protegida (Argentina es ejemplar en el mundo con sus juicios por delitos de lesa humanidad) el método de detección del derecho aplicable es el mismo. Sólo que durante todo el proceso y al final en estos casos el juez debe aislarse de la fortísima presión del poder real –estatal o privado– en apoyo del victimario y descalificatorio de las víctimas. Pero tampoco hay dos bibliotecas: hay una sola.

Hay que terminar con el mito de las dos bibliotecas. Es un invento insidioso del poder, creíble por la ciudadanía por la inseguridad “jurídica” lacerante y cotidiana. Blinda así a su última barrera institucional defensora  de sus privilegios, el Poder Judicial; y lo hace este mismo para justificar su arbitrariedad acorazada por la visceral convicción de que, mientras “no saque los pies del plato” tiene poder y privilegios asegurados de por vida.

Por tomar un ejemplo, Julián Ercolini (caso Papel Prensa y su regalo a Clarín y La Nación) y tantos más, tampoco tienen dos bibliotecas, no existe la segunda.

* Ex camarista penal nacional, ex titular de la Oficina Anticorrupción.