El patio de paredes blancas y baldosas grises y negras dispuestas en diagonal se interrumpe a cada paso con extraños objetos que provienen del océano: una inmensa lámpara utilizada para atraer calamares en la noche, un soldado de bronce construido con piezas de barcos, caracoles marinos de todos los tamaños, una toma de aire de un carguero usada como parrilla, un campanario hecho con ganchos para arrastrar botes. La entrada a la casa de Sergio Dawi, en el corazón de Almagro, funciona como una imprevista galería que simboliza su modo de entender la vida. Una colección de objetos preciosos para el saxofonista que manejó los vientos de Los Redondos desde Un baión para el ojo idiota hasta Momo Sampler y que se ocupó de experimentar con su instrumento de todas las formas y junto a todos los artistas posibles. “Fui un viajero durante una etapa muy larga y guardo estos objetos que me significan tener el mar y la aventura cerca”, dice Dawi mientras los recorre con sus ojos de un celeste traslúcido. “Es alimento para un curioso”.

Hace pocas semanas Dawi presentó en formato vinilo el disco Jaqueados, que grabó junto a su banda Los Estrellados, en un ambiente al que lo llevó esa curiosidad intrínseca: la oscuridad absoluta. Hace casi diez años descubrió los vaivenes sensoriales del Teatro Ciego y decidió que esa era una manera atractiva para presentar su música. “En esta época en que lo visual es lo primero que te atrapa, acá se trata de aquietarlo todo y dejarte escuchar. A eso le sumás estímulos como el incienso o las campanadas. Es un viaje imperdible. Esta vez hicimos una escucha, pero hemos tocado en esos espacios en los que desconocés las dimensiones y es muy fuerte, hay que entrenarse en la oscuridad”, explica al tiempo que abre su notebook con cierta ansiedad por mostrar los avances de su nueva “trinchera”, como define a su página web. “Es un lugar que acabo de renovar y en el que estoy sumando música, textos, videos… todo lo que me gusta convidar”.

En la presentación de la página web de Dawi aparecen, encolumnadas en múltiples colores sobre un fondo galáctico, las distintas experiencias artísticas de su trayectoria trashumante: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Dosaxos2 –el dúo de vientos metafísicos que armó junto a Damián Nisenson–, VideoSaxMachine –el espectáculo audiovisual y performático donde su cuerpo se transforma en un puente maleable entre la música y la pantalla–, Semidawi –el proyecto de sonidos plásticos e hipnóticos que comparte con Semilla Bucciarelli, bajista de Los Redondos–, Estrellados –la banda que capitanea y en la que también canta– y la Kermesse Redonda –esa fiesta ricotera con la que recorre junto a varios ex Redondos los barrios de todo el país–. A primera vista podrían parecer etapas ordenadas de su pasado, pero el presente agitado de Sergio Dawi indica lo contrario: todas siguen latiendo en su saxo.

Solo en el último mes, además de la presentación en el Teatro Ciego, Dawi tocó junto a Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado en el Estadio Malvinas Argentinas –dentro de un festival solidario destinado al baterista Martín Carrizo– y en la misma noche participó de un tributo a David Bowie organizado por Andrea Prodan. En los días siguientes se subió al escenario de Las Bodas Químicas a intervenir canciones con el sonido de su saxo deformado por un wah wah, grabó en su casa con el cantautor Nahuel Briones y desató el ímpetu ricotero en Isidro Casanova junto a la Kermesse. Un calendario multifacético al que podrían sumarse sus colaboraciones con La Bomba del Tiempo, Vapors of Morphine, El Kuelgue, Billy Bond, Phil Manzanera o la banda Rimas de Alto Calibre, conformada por internos del penal de San Martín.

He participado, generado y sigo con proyectos en donde pongo todo. Hay una falsa descripción de que cuanta más gente te escucha, más vos estás dando. Podés estar para quince personas con la misma entrega que tenés en un estadio. Cada evento es único, para mí siempre fue así”, reflexiona Dawi. “El rock y la música tienen que ver con el dar, en cualquier lugar. La cantidad no te tiene que limitar. Hay que estar entrenado para poner toda la carne al asador, es parte de nuestro lenguaje. Tener la capacidad de poder involucrarnos al máximo. Es algo que atraviesa los géneros: cantar al máximo una canción de cuna suavemente o un solo híper free. El problema es que muchos no entienden que tener un canal para sacar las cosas afuera es un privilegio. Yo eso lo tuve claro desde el principio”.

La diversidad al poder

Sergio Dawi nació el 20 de octubre de 1955 y se crió en San Telmo junto a sus dos hermanos, en el seno de una familia donde el dinero no sobraba y el arte estaba por encima de todo. Su padre, Enrique Dawi, era un movedizo director de cine volcado a los cortometrajes y por momentos a las películas comerciales. Su madre, María Teresa Corral, tenía un sello discográfico llamado La Cornamusa en el que Sergio trabajó como cadete durante su adolescencia y con el que muchos años después editaría sus propios discos. “Mis viejos vivían como viven los que viven del arte. No se pagaba el alquiler y terminábamos en la casa de mi abuela. Esto no ha cambiado nunca”, recuerda el saxofonista con su voz aflautada y amable que por momentos parece un silbido disfrazado. “Yo pude ver cómo mi padre padeció en parte su elección cuando como cineasta se vio obligado a hacer cosas que no hubiese elegido. Eso me ayudó a mí a tratar de no caer en esa 'trampa' en donde, bueno... desde que me dediqué solamente a la música, hice cosas que siempre elegí”.

El llamado de la música le llegó cuando desde muy chico empezó a embeberse de las clases de piano, violín y violonchelo que daba su madre. Con ella aprendió a leer música y quedó prendido del sonido enigmático de los vientos. “Tocaba toda la familia de las flautas. Sabía de música barroca, renacentista. Eso fue una gran ventaja… El saxo apareció bastante después”, recuerda Dawi. Fue con la llegada de la dictadura militar y su éxodo a España, donde con 20 años compró una flauta traversa que lo llevó hasta el blues, el jazz y la experimentación psicodélica. “Ahí arranqué con el saxo, que lo elegí porque sentí que con ese instrumento encontraba una manera de poder cantar, de llorar. Andaba medio solo por el mundo y conocí infinidad de músicos. Tocaba en espectáculos callejeros y después llegaban las fiestas y me metía en orquestas”, recuerda Dawi. “En la música, lo grupal es algo impagable. Tocar con africanos, jamaiquinos, hindúes, franceses, marroquíes, es algo que me marcó para siempre. La diversidad me atrae muchísimo, creo que es una de las esencias de la música”.

Apenas volvió a la Argentina, a mediados de los '80, con casi 30 años, buscó canalizar esas vivencias experimentales y caleidoscópicas que había recopilado en sus viajes desde España hasta la India. Atracó en el Parakultural con su proyecto Dosaxos2, en la mismísima inauguración, y su brújula torció el norte. “Llegamos con una perspectiva amplia porque queríamos abarcar lo musical, lo actoral, lo escenográfico y lo conceptual, que es un poco lo que intenté siempre”, explica Dawi. Pero en sus primeras presentaciones fue observado por dos personajes que quedaron fascinados con las melodías beduinas y circenses que salían de su saxo, y que cambiarían su historia para siempre: Skay y la Negra Poli. A partir de ese momento, Sergio Dawi pasó a formar parte de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

“Yo tenía una paleta muy amplia pero no especializada en el rock, y me tuve que formar con una sonoridad rockera y un lenguaje nuevo. De ahí salió un saxofonista que en muchas oportunidades no toca como un saxofonista de rock, pero que está enmarcado en la impronta rockera. Encontré un cuerpo en eso y lo mantuve, en los fraseos, en la manera de pararme”, sostiene Dawi. “Tuve la suerte de que esa etapa la viví en Los Redondos que era una banda muy abierta, muy embebidos de cultura todos, eso te daba un permiso. Siempre estuvimos en un estado de plenitud, metidos en las canciones Creo que en verdad tocamos muy poco rock dentro del género, pero sí éramos parte de la cultura rock”.

-Tu música dentro de la banda se fue moviendo desde fraseos simples y poderosos conectados con los otros instrumentos hacia solos que se sostenían por su peso propio. ¿Sentís una mayor conexión con las melodías como protagonistas o con la experimentación de los sonidos?

-A mí me interesan la simpleza y el caos. Necesito de los dos lenguajes. El caos a su manera alimenta la simpleza, la sencillez. Todo tiene que ver con el contexto, con el entorno en el que se desarrolla. Para mí, en la música siempre está lo grupal en primer lugar. Individuos que tienen su tímbrica, su razón de existir, y lo interesante es poder amalgamar en cada formación las distintas cualidades para que eso se potencie. En la mezcla está la potencia. La vitalidad de la música que está en el ritmo, de la espiritualidad que viene de la melodía y la letra que es el cráneo que te está hirviendo y necesita decir cosas acoplado con la imaginación. Con Semilla estuvimos en miles de escenarios y también pudimos, con la confianza que tenemos, salir sin red y pintar sonando. Está el diálogo al frente, el encuentro. Eso es lo que te permite darle un sentido a lo que hacés.

Volver al futuro

En el entrepiso de la casa de Sergio Dawi funciona su guarida musical. Una pequeña habitación acustizada donde se acumulan discos, todo de tipo de instrumentos, una consola de grabación, parlantes, llaves y cadenas que consiguió en el Ejército de Salvación, cables, celuloides de las películas que filmó su padre y pequeños saxos de juguete que diseñó él mismo. Mientras sube las escalares balanceándose con el mate en la mano, señala la pared medianera. En el otro extremo, ubicada justo encima del pasillo de su casa, hay una puerta detrás de la que se acumulan más objetos del océano. Para llegar hasta ahí tiene que caminar sobre la medianera como un equilibrista, sin nada de lo que agarrarse. “Ahora hace tiempo que no la abro, tengo un poco más de vértigo colgado ahí arriba”, dice Dawi con una sonrisa amplia que le afina los ojos. “Subo para estar en el estudio. Durante mucho tiempo lo usamos para grabar los discos y ensayar con la banda. Es muy importante tener esa libertad de acción”.

Desde que a comienzos de siglo finalizó su viaje arriba de la nave mágica de Los Redondos, Sergio Dawi se convirtió en un peregrino que recorrió todos los recovecos de la ciudad compartiendo su música con centenares de bandas y artistas. “Existen muchas cosas que descubrí desde ese momento y que no tienen la difusión que necesitan para tener una existencia. Hay infinidad de músicos, artistas, grupos de teatro, de títeres. Es una época donde están sucediendo siempre cosas nuevas”, dice Dawi. “Hay una reacción por el cambio climático, ante el patriarcado, pueblos aborígenes que se levantan. Tengo esperanza de que en la música eso se canalice. El hip hop, el rap, que están creciendo tanto, son reflejo de esa necesidad de decir cosas. Estamos atrapados en este capitalismo que ha puesto las reglas de determinada forma donde básicamente lo que hay es una indolencia llamativa”.

-¿Ves un correlato entre lo que sucede en el rap y lo que buscaban ustedes desde el rock?

-Hubo épocas donde fue necesaria la canción de protesta, el rock o el blues yendo más atrás en el tiempo. Pero una cosa no quita a la otra. Esas expresiones siguen vivas junto a otras generaciones que están viviendo otras cosas y buscando otras formas de manifestarse como el rap y el hip hop. Me parece de una gran belleza y valentía, por ejemplo, el trabajo de Residente de Calle 13. Esa búsqueda que hizo viajando por el mundo, probando, buscando su genética en la música. Sabe aprovechar esa llegada a los públicos masivos, como la puede tener el Indio. Está buenísimo que esa sea gente que tenga una sensibilidad despierta y una independencia creativa.

-¿Y cómo funciona en este presente agitado volver sobre las canciones de Los Redondos con La Kermesse? ¿Hay un fondo de nostalgia en esa experiencia?

-Venimos de años muy oscuros en los que esas canciones tienen un presente tan vivo… Casi diría que es una ceremonia necesaria. Donde el encuentro tiene un sentido. Hemos ido a MadyGraf, por ejemplo, que es una fábrica recuperada, y las canciones hablaban de las puertas para adentro de la fábrica y para afuera también. Están vivas, son una pintura poética, un lenguaje al que estoy muy ligado y lo vivo como algo del presente. La Kermesse es un espacio donde podemos compartir las canciones con cantantes de distintos géneros, del tango, del pop, que tienen de 20 a 50 años. Hay muchas cantantes mujeres, que se meten en canciones que fueron cantadas con la voz rasposa del Indio, y poder convidarlas a mujeres cantantes es algo que nos pone muy contentos, que realmente siento que le faltaba. Todo eso les da una nueva vitalidad.

-Más allá de esas nuevas interpretaciones que se dan sobre el escenario, ¿por qué crees que algunas canciones se mantienen frescas? ¿Por qué solo algunas sobreviven al tiempo?

-Hay muchas canciones que siguen vivas; canciones de la Guerra Civil Española, por ejemplo, que siguen significando. Con las de Los Redondos hay muchas interpretaciones. Una es que cuando nosotros, los seres humanos, abrimos el corazón, eso se mantiene y arma un entramado que la hace sobrevivir en el tiempo. Han tenido el toque mágico del Indio de meter en esas melodías que él ha encontrado, historias de realidades crueles, de amores, traiciones, pinturas de esta cultura frita. Desde mi visión creo que tiene que ver con eso. Y lo que logran esas canciones es disolver las fronteras. Adentro de esas canciones no hay grieta. Hay gente que piensa distinto, hay hinchadas rivales, pero en los minutos que duran esas canciones lo que encontrás es fraternidad, familia… Las contradicciones siempre se pueden llevar de una mejor manera gracias a la música.