Ciervos Pampas empezó como un grupo de amigos pasando una pelota de rugby en la playa. Después entrenaron en plazas, armaron un equipo. Hoy, a más de diez años de esa escena, son una referencia para el ámbito deportivo LGTB. “Hubo un giro cuando entendimos que éramos un equipo de diversidad sexual, y otro quiebre cuando decidimos trabajar para construir un deporte para todes y una sociedad menos transfóbica”, señala Caio Varela, presidente del club. Caio es brasilero, llegó a Buenos Aires hace siete años para “tomarse un descanso” y terminó cursando dos maestrías en derechos humanos y coordinando un club de rugby. “Me gustaba el rugby pero nunca había jugado”, relata. Aunque durante los primeros años del club jugó y entrenó, después se dio cuenta de que su aporte iba por otro lado. Este año, en San Pablo, jugó su último partido. “Uno tiene que saber cuando parar”, señaló Caio Varela, y recuerda ese primer torneo en el que se presentaron: “todo el tiempo teníamos la sensación de que nos iban a decir que nos fuéramos, que no teníamos nada que hacer ahí, pero siempre nuestra postura fue la de resistir, ocupar la cancha”.

El ataque de los diez jugadores de rugby a Fernando Báez Sosa , este fin de semana en Villa Gesell, abre el debate sobre el origen de esa violencia. “Al principio, en los torneos nos decían: ¿por qué un equipo de putos? si somos todos iguales. Y nosotros decíamos que no, que si decir puto era un insulto entonces no éramos todos iguales”, explica el presidente de Ciervos Pampas. Los valores del rugby, venerados desde siempre por posicionarlo como deporte estrella en cuanto a la amistad y el respeto entre equipos, se ponen en jaque. “En momentos como estos aparecen las carencias más profundas de la sociedad. Ahora más que nunca tenemos que pensar en dispositivos para enfrentar las lógicas del patriarcado, por ejemplo, que los deportes estén atravesados por la educación sexual”, señala Pedro Moya Meléndez, capitán del equipo. Pedro empezó a entrenar en 2018, le gustaba el rugby pero nunca había jugado. Cuando entró, le pidieron “nada más que voluntad y compromiso”, pero igualmente los primeros meses él estuvo a la expectativa porque su experiencia previa en el deporte no había sido buena: “en la cancha, puto es siempre el primer insulto”.

Rituales de bautismo, insultos en la cancha, gritos en el entrenamiento, algunas de las características del rugby que el equipo intenta erradicar. “En el deporte masculino lo más importante es ganarle al otro. En términos de patriarcado, lo peor que puede pasarle a un hombre es perder”, señala Pedro Moya Meléndez. Ganar a costa de todo es uno de los conceptos que enfrentan desde el club. “Cuando somos chicos nos enseñan que hay que vencer al otro, y vivimos con ese horizonte. Siempre que alguien vence, hay otro que queda en un plano inferior: ahí empieza la lógica de la dominación”, explica el jugador. Hace unos meses lo nombraron capitán del equipo, pero no por destacarse en los partidos: “Las cualidades que se ponen en juego son otras, tienen que ver más con el compromiso con el equipo que con la competencia y con ser el mejor”. Cada vez que juegan un partido, sea con el equipo que sea, Ciervos Pampas pide silencio para decir unas palabras sobre su forma de ver el rugby. “Me ha pasado de sentir que antes del partido los del otro equipo están tensos, en alerta, como incómodos por nuestra presencia en la cancha”, explica el capitán. Caio Varela lleva años en el club, casi desde el comienzo, y relata que una vez, después de un partido, tuvieron que ver un bautismo en el vestuario. “Le pegaban en la espalda con un nivel de violencia que no podíamos creer. Cuando terminaron uno de ellos nos miró y nos preguntó si nosotros, los putos, teníamos algún ritual”. No tenían, pero a partir de ese día lo impusieron: un abrazo y brindar en el tercer tiempo, ese espacio posterior a los partidos para charlar y compartir una comida entre equipos.

La violencia tiene mucho más que ver con las exigencias del patriarcado y con pertenecer a una cierta clase, que con el rugby, sin embargo hay determinados grupos a los que se les habilita la violencia”, sostiene Varela. Los diez varones del club Náutico Arsenal Zárate que forman parte de la causa por el asesinato de Báez Sosa son parte del equipo de rugby y compartían una casa de vacaciones en Gesell. “Los grupos que se forman sobre lógicas hegemónicas de poder, de machismo, de competencia, después repiten esas prácticas y utilizan las herramientas que conocen para responder a cualquier situación”, señala el presidente y ex jugador de Ciervos Pampas. “Hay cuerpos que por ser varones cis, blancos, chetos, creen que pueden avasallar con todo”, agrega Moya Meléndez.

“Una forma de empezar podría consistir en que los clubes prohíban los bautismos violentos y que en los equipos haya instancias de reflexión”, opina Caio Varela. Todos los meses, los jugadores de Ciervos Pampas tienen un taller de derechos humanos: decolonialismo, género, identidades, son algunos de los módulos obligatorios para ser parte del equipo. “Este año queremos abrirlo para que puedan venir jugadores de otros clubes”, señala. Para Moya Meléndez este espacio es fundamental: “Lo que nos pasa con el rugby es totalmente transformador, porque es reconocernos en un ámbito deportivo donde por primera vez no somos objeto de burla”. 

Informe: Lorena Bermejo.