Al showroom de cajones con maderas nobles y duraderas se opone el bolsillo desnutrido, el monederito. No habrá fotos del duelo, velatorio on line o tanatopraxia para que el fallecido luzca mejor en su lecho último. No hay nada en la pobreza que sirva para afrontar la muerte aparte del llanto pelado, nada. 

Ese muerto no tiene atuendo de gala para su último viaje ni las dos monedas que le sellen los ojos de modo que la Parca se cobre el traslado por el mar infinito. 

Esperará paciente y gélido en una catrera y más tiempo por su certificado de defunción ya que no hay premura cuando no hay plata. No se entiende por qué la gente en general los acuesta y los tapa, debe ser por la premisa de que es la posición más cómoda para el descanso, y la colcha es por el frío.

No exigirá luto ni paseará ni una sola vez en un auto pomposo con una doliente caravana tapado con coronas de flores. Tampoco saldrá en el obituario, pago, salvo que su nombre haya merituado apenas para la sección de policiales del diario. Es apenas una continuación invisible de una vida de privaciones aunque con la urgencia de un cuerpo que espera por ser enterrado. 

En este cuadro miserable aparece un comedido que avisa que ahí en la calle Buenos Aires y San Juan hay una gente que ayuda. Alguien se acerca hasta esa dirección y le toman los datos esenciales. 

Luego hacen su aparición estelar. Hay quienes los han definido como ángeles, incluso un diario local en su edición del 31/10/2013, donde la designan a ella como El ángel de los pobres y a él, como La Voz

Son Viviana y Daniel, que hacen el trabajo tan terrible como sagrado, sucio en otra jerga, encarando los muertos de los pobres con las armas que les provee su religión lastimosa y los elementos materiales básicos para que en los ranchos no atenten contra la salubridad pública

Sin embargo, no resulta un padecimiento. Daniel revolea bendiciones como si fuesen caramelos y canta. Canta hermoso y genera esa sensación celestial que requieren los momentos fúnebres. Pide paciencia mientras conduce, con consuelo de vida eterna e infinta compasión, a los familiares fuera de cada tapera. Hasta eso ya se apersona Vivi, que siempre llega segunda. Ambos se trasladan en una traffic blanca que maneja Daniel y que porta cajones estándar para peso y talla promedio y algo de ropa por si los y las finadas no cuentan con varias mudas. Ambos se abocan a vestir los cuerpos inertes mientras rezan en voz alta. Posteriormente asistirán a los parientes con el velorio, la corona de dalias blancas y el entierro, en cuanto de muertos se trate; mientras harán lo propio con colchones y comida cuando la necesidad sea de los vivos. Una vez acomodada la muerte en su lugar,  parten, inolvidables, a ayudar en otra idéntica situación terminal . Y así todos los días. 

Escuché historias de que a veces los cuerpos no caben, que hieden, que pesan demasiado, pero son solo condimentos urbanos que se adosan a los episodios épicos. No hay persona carenciada en Salta Capital que no los considere enviados por Dios. 

El evento se completa con un vetusto colectivo fuera de línea, gratuito, que es abordado por todo el barrio para acompañar el féretro hasta el cementerio, público obviamente. Hay quienes llevan manojos de flores caseras y allá van, con el bondi lleno de gente y de salmos. El servicio de sepelio prescribía que los deudos sean trasladados de vuelta a los respectivos barrios, una suerte de consideración extra para quienes no pueden abonar pasajes de colectivo para toda una familia y teniendo en cuenta el lejano trecho hasta el descanso en paz. 

Hoy en la manifestación por la incertidumbre laboral de los ex empleados de Cooperadora Asistencial divisé a Dany, La Voz. No la pude ver a Vivi aunque, como referí anteriormente, ella siempre llega segunda. Ambos ahora sin destino laboral cierto. Con sus alas enormes, en medio de sus compañeros desempleados en el corte de la calle Paraguay. Sólo atiné a afligirme por los muertos de tantos pobres a quienes, sin ángel y sin voz, también les están negando la gloria.