“El año que viene cumplo 25 años cocinando pastillas”, ofrece la irreverente Dana Wyse (1965, Vancouver) desde su atelier de Aubervilliers, en los suburbios de París, donde -reconoce- “tengo millones desperdigadas por todos lados, cientos de variedades”. Las suyas, vale raudamente aclarar, no curan persistentes dolores de cabeza, una acidez monumental, contracturas imposibles. Las suyas obran milagros. Son, después de todo, pintorescas quimeras que aseguran solución para -en una solita toma- “entender a tu madre (sin tener que reunirte o hablar con ella)”, “creer instantáneamente en Dios”, “comprender el arte contemporáneo de inmediato”, “aprender matemáticas complejas”, “comunicarte efectivamente con tu padre”, “dar con el sentido de la vida”, “ser un artista famoso ¡sin necesidad de leer!”, “encontrar el punto G”… Tan variopinta la ficcional oferta de Wyse que ni siquiera desatiende las necesidades de la platea animal, desarrollando versiones “para que tu gato cante como Céline Dion” y “tu pájaro, Stairway to Heaven, de Led Zeppelin”… Aunque no requieren receta médica, sí es necesario tener una mínima dosis de humor para disfrutar de estas obras, que abordan desde peliagudos tabúes hasta frioleras, y se consiguen en distintos museos y galerías del globo, habiendo sido expuestas en el Palais de Tokyio (París) o el New Museum of Contemporary Art (New York), entre otros sitios.

Por estos días, una selección integra la muestra colectiva HEY! del Halle Saint Pierre, en la capital francesa, que reúne arte moderno y pop de la escena alternativa: serigrafías, esculturas, pinturas, pósters, grabados de una veintena de artistas. Incluida Dana Wyse, como se ha dicho, muy celebrada por mojarle la oreja a la todopoderosa industria farmacéutica y, a la vez, hacer desfachatada crítica a esa obsesión tan vigente por aplacar hasta el más ínfimo síntoma a base de drogas legales. Y al utópico imperativo de presunta perfección. Y a las ansiedades que conlleva. Y a la sociedad de consumo. Y a la cultura de la inmediatez…

“Me instalé en Francia hace 30 años y pronto noté que aquí el consumo de pastillas es una auténtica locura”, cuenta en una reciente interviú la dueña de Jesus Had a Sister Productions, tal es el nombre de su empresita “farmacéutica”. Que envasa todos y cada uno de sus productos (además de las mentadas cápsulas: sprays, labiales, paños húmedos, jeringas, también con efectos, ejem, prodigiosos) con packaging retro 60s, a partir de imágenes recuperadas de “publicidades surrealistas de antaño, donde la mujer parece tener una experiencia religiosa, orgásmica, por comprarse un horno; el hombre, pasar por trance místico con su flamante corta-césped. Donde no hay negros ni musulmanes ni gays. El paraíso del varón hétero blanco, digamos. Una ficción que siempre me ha resultado sumamente violenta”. Por lo demás, asegura que cada pastilla cuenta con “una fórmula científica de mi propia elaboración, que resguardo con cautela”. ¿Pueden ingerirse realmente?”, preguntó el diario Libération a la artista canadiense; y ella: “Digamos que es como si te embucharas una pintura en un museo”. Indigesta, por lo menos…