Edgardo Castro es alto, tiene un tupido pelo canoso que lleva corto, con algunos mechones que podrían peinarse en un jopo a la gomina. Su voz es grave, tabacosa, pero a la vez redonda como de locutor. Si se lo mira bien, el parecido con Cary Grant es innegable. Es además un actor magnético, cautivante y así lo consideraron muchos de los más importantes directores del teatro argentino que lo convocaron para sus obras: Ricardo Bartis, Sergio Boris, Mariano Pensotti, Lisandro Rodríguez, Rafael Spregelburd, Alejandro Catalán y la lista sigue. Su núcleo duro es el grupo de danza teatro Krapp, con quienes trabaja desde su origen y sigue experimentando hasta el día de hoy. En cada una de estas obras obras se lo vio blandiendo su presencia de galán trasnochado, irónico, con un fondo melancólico irreductible. Hace años que su figura, que atravesó como un rayo los escenarios porteños, empezó a hacerlo también en el cine. La película que lo lanzó fue sin dudas Castro, de Alejo Moguillansky, filme ganador del Bafici en 2009, donde además de ser el protagonista de cada uno de los planos, daba nombre a la película entera.

No conforme con eso, hace unos años decidió dar un paso decisivo, que fue filmar su primer largometraje. Así llegó La noche, una película impactante, que retrataba el tour de force de un personaje encarnado por el propio Castro, en bares, hoteles alojamientos y otros crepusculares espacios de Buenos Aires. La película ganó en 2016 el Premio Especial del Jurado BAFICI y fue festejada y mirada con atención. Revelaba la voz de un autor, actor y director que se animaba a exponerse de un modo radical, para mostrar un universo desbordado, de personas rotas, solitarias, sedientas de amor. Los críticos hablaron de una película honesta, desprejuiciada y potente en el que el actor y director se entregaba por completo, en un gesto de valentía infrecuente.

La noche, de Edgardo Castro

Podría decirse que después de semejante debut, la expectativa era alta. ¿Cómo continuar una obra después de una irrupción tan singular y notable? La respuesta es sencilla: seguir filmando. Familia, el segundo largometraje de Castro, se vio el año pasado en Bafici, y en diez días se estrena en la Sala Lugones de Buenos Aires. A los pocos minutos de iniciado el filme, ya notamos que nos encontramos con un mundo en apariencia opuesto. En vez de frágiles seres de la noche, travestis y cocainómanos, nos topamos con el papá, la mamá y la hermana de Edgardo Castro. Todo transcurre en un período de tiempo acotado, durante la estadía que el protagonista pasa en la casa familiar en Comodoro Rivadavia los últimos días de diciembre. Luego de un silencioso periplo en coche hasta llegar, durante la hora y media de duración del filme, prácticamente no salimos de esa casa.

Tanto en Familia como en La noche, Castro trabaja en un pasadizo estrecho en el que el género del film se vuelve ambiguo. Ni documental a secas, ni ficción a secas. Algunos elementos acercan el material a un registro directo de la realidad: los “personajes”, en este caso la familia del director, son no-actores interpretándose a sí mismos. Por otro, el modo en que está planteada la puesta en escena, la construcción de las escenas y la evolución del relato, vincula el filme con una ficción. Castro cuenta sobre su modo de trabajo: “Yo vengo del teatro y las artes plásticas. Cuando apareció el deseo de hacer una película, no tenía experiencia, ni había estudiado cine. Entonces empecé por escribir algunas crónicas de mis salidas por la noche de Buenos Aires en tono autobiográfico, para desde ahí empezar a ficcionalizar. La dinámica fue escribir para que aparezca la idea general de la película y más puntualmente escenas que iban a estructurar el recorrido dramático. Con Familia repetí ese procedimiento que ya había puesto en marcha y me había resultado muy cómodo. Empecé a escribir crónicas de mis visitas a la casa de mis padres todos los años y mi cumpleaños, que es el 25 de diciembre. Me acuerdo que me levantaba temprano, cuando la casa estaba en silencio, porque mi familia es muy noctámbula y se levanta después de mediodía, y me ponía a escribir. Aparecieron unos capítulos. Y después vino todo lo demás.”

Familia transcurre entre las cuatro paredes de un departamento de clase media de Comodoro Rivadavia, donde sus habitantes no salen a no ser para hacer las compras necesarias para la vida cotidiana. Allí las rutinas se repiten cada día, y no parecen tener atisbos de variación. Levantarse después de mediodía, desayunar, ver televisión, jugar a jueguitos en el celular, comer y ordenar la casa. La madre está interesada fundamentalmente en la telenovela El sultán, que explica con dedicación a su hijo –la sultana, Mustafá, la aparición de un hijo ilegítimo—. El padre, con una sordera rotunda, presta una atención errática y sardónica a las noticias que se comentan en los programas de la tarde: la insólita muerte de Pérez Volpin, la aparición del tren de Randazzo. El humo de los cigarrillos encendidos invade los ambientes desde el desayuno. El sonido de la televisión es constante, las voces exaltadas de los conductores confunde y tapa las breves conversaciones que se dan entre los miembros de la familia. Los reflejos del televisor y los celulares, inundan la casa de destellos de entretenimiento masivo.

La película desemboca en la noche del 25 de diciembre, donde a este cuarteto familiar se suman dos hermanos más y los hijos de ellos. La TV prendida con el conteo de Crónica TV y los petardos, suman un componente de excitación forzada más a la toxicidad y letanía del ambiente. La decoración dorada e invernal, la obligatoriedad de reunión familiar, la institucional necesidad del brindis y los buenos deseos, hacen que la Navidad pueda ser la noche más triste del año. Familia lo muestra a la perfección, la manera en que cada uno de los que se sienta alrededor de la mesa, está atravesada por esa contradicción. Uno hablando por teléfono con una hija que quedó en Buenos Aires, Castro evadiendo las preguntas sobre si mismo, la madre preguntando por qué no probaron la torta. Hay algo desconsolado en el festejo, en los breves diálogos, en las risas que no se instalan.

Edgardo Castro piensa esta película junto con la anterior y la que vendrá – La noche, Familia y Las ranas-- como una trilogía sobre la soledad. Aun en sus diferencias. En este caso se trata de los vínculos nucleares: “Creo que estos personajes muestran cómo se relacionan con su propia soledad y cómo se constituyen para el afuera. Toda la película muestra cómo uno se relaciona con su soledad, aun estando con los vínculos mas fuertes, que son los familiares. Y como uno los lleva adelante. Cuando digo uno me refiero a mí.”