Desde La Habana

Las luces de La Habana –su belleza o gloria pretérita- no esconden las sombras de lo que fue. Si hubiera que elegir un cuadro para representarla, sería la “Joven con perla” de Vermeer.  “La isla” –un pequeño pueblo de provincia de la novela Vaticinio (Homo Sapiens)- es el punto de referencia para encuentros y partidas. Las familias desdichadas –como lo estableció Tolstói en el notable comienzo de Ana Karenina- no se parecen. Hay narradoras que escriben ficciones que son una reflexión continua sobre las distintas maneras de ser infelices que tienen las familias infelices. En esta especie de genealogía literaria podría inscribirse la familia de Mora, una enfermera experimentada que trabajó durante muchos años en Médicos Sin Fronteras, que recibe una inesperada y misteriosa encomienda: un libro de fotos y una carta de su primo, que acaba de morir. La escritora y psicoanalista rosarina Elisa Bellmann –que presentó su última novela en la 29° Feria Internacional del Libro de La Habana, invitada por la Cámara Cubana del Libro y la Librería La Paz de Chaco- dice que “dar a conocer mi escritura en Cuba es el cumplimiento de un sueño”.

Bellmann (Paraná, Entre Ríos, 1956) publicó su primera novela Asfixia, finalista del premio Clarín de Novela en 2009, en la colección Negro Absoluto del sello Aquilina. “Su escritura es eficaz sin perder nunca los rasgos poéticos –plantea Reynaldo Sietecase sobre Vaticinio-. Esta vez elige contar, de una manera impiadosa y bella, la historia de una familia rota. Los secretos que se anidan y supuran durante varias generaciones. El amor y la violencia que se ocultan detrás de los ritos fraternales donde todo tiene algún significado. Tanto lo que se dice como lo que se omite”. En la entrevista con Página/12, la escritora y psicoanalista reconoce que Mora es su personaje ideal. “Me hubiera gustado vivir algunas de las experiencias que vive ella, otras no, por supuesto, porque son muy duras e indeseables. Pero admiro su tenacidad, sus desobediencias, y su enorme prepotencia vital a pesar de sus infortunios y me gusta su mirada entre sarcástica y tierna. Es una filósofa salvaje y urbana que desnuda su caos íntimo sin vergüenza”.

--Uno de los personajes de “Vaticinio” es la Niña Eva, una chica sordomuda y sobredotada. ¿Por qué te interesó trabajar con un personaje de estas características?

--Niña Eva nació de un solo pujo, diría. Fue una necesidad argumental, alguien tenía que darnos una versión muy íntima y controversial de un personaje importante de la novela, tenía que ser alguien muy inteligente y perspicaz, y al mismo tiempo discreta. Surgió la idea de que fuese sordomuda, y superdotada. Y ni bien se dispuso a andar por los vericuetos de la historia familiar cobró un vuelo inusitado. Ocurrió que le tocó cargar con una misión extraordinaria: es la que ve lo que nadie mira, la que lee en los labios lo que nadie quiere escuchar y es la que dice lo que todos se empeñan en ignorar.

--Uno de los núcleos temáticos más intensos de la novela es la relación que los vivos tienen con los muertos, el lugar que los muertos ocupan en la vida de los vivos. ¿El interés por el tema es generacional? ¿Tiene que ver con que tenías veinte años cuando fue el golpe cívico-militar?

--No, no creo que sea generacional. Es difícil responderte por qué me interesa. Para ser sincera, debiera decirte que no lo sé. Pero no es cierto. La muerte es para mí uno de los enigmas más fuertes y constante de mi vida. Desde el ángulo que quieras tomarlo: los muertos que cada uno lleva consigo lo sepa o no, las muertes prematuras, la muerte sorpresiva, la calculada, las heroicas, las injustas, las deseadas, las temidas… En fin, en cualquier caso, pienso que la muerte no es la inexistencia, y que los vivos quedamos en relación a algunos muertos y hasta dialogando, porque aunque muertos, permanecen existiendo. Pero en mis dos novelas publicadas es la muerte causada por crímenes no juzgados, y que por lo tanto permanecen impunes. Y esa categoría de crímenes impunes a mí me interesa porque pareciera que más que dialogar con los vivos, claman por su develamiento. En Vaticinio, además por ser domésticos e intramuros, quedan encubiertos como muertes accidentales y tienen una incidencia en la trama familiar muy importante y con consecuencias tremendas. Ahora bien, lo que señalás que me tocó vivir a los veinte años sin duda está muy presente, no sólo como telón de fondo de estas novelas, sino como la más fina urdimbre de la historia de los personajes. No puedo imaginarlos ajenos a su época y mucho menos impermeables a los acontecimientos que les toca asistir. Nadie se salva, nadie queda intacto. La vida pública siempre se mete en la vida privada de todas las personas.

--¿Cómo es el vínculo entre el psicoanálisis y la literatura? ¿Se alimentan y conviven bien o hay tensiones?

--Tú pregunta lo supone bien, en la vida diaria la escritura y la práctica del psicoanálisis compiten. Una le roba tiempo a la otra, y que no se superpongan y se excluyan recíprocamente depende de cierta habilidad que a veces tengo. Suelo andar cansada cuando no lo logro. Pero en realidad estoy convencida de que se articulan, que no son quehaceres tan diferentes. El ejercicio del psicoanálisis es, para mí, un ejercicio de lectura. Y la escritura literaria también, de alguna manera, le da textura y plasma o reúne todas las lecturas que he sido y soy capaz de hacer.

--Una pregunta que se suele hacer a las escritoras y escritores es ¿por qué escriben? ¿Qué respuesta podrías dar hoy, con dos novelas publicadas?

--Porque me gusta. Así de simple. Además porque no puedo evitarlo, es una suerte que me guste lo inevitable, ¿no? Desde que aprendí a leer y escribir, leo y escribo. Hasta podría decir que no sé hacer otra cosa. Pero es mentira, hago otras cosas que sé. Pero las otras cosas que hago siempre están atravesadas por esas dos claves, tal vez una sola: leer y escribir. Muchas veces pienso que es lo más parecido a soñar que me sucede: asumo que eso pasa en mí, aunque no es del todo mío, y requiere de mi voz y de un relato para realizarse y cobrar consistencia. Por eso puedo decir que para mí escribir es altamente satisfactorio, disfruto de hacerlo, aunque como toda pasión también la padezco. Reconozco que es el modo en que tramito los enigmas que me acompañan, los de siempre y los coyunturales. Escribiendo busco respuestas a mis preguntas, a veces las obtengo. Y otras veces me surgen nuevas. Publicar es otra cosa. En mi caso diría que es un atrevimiento en el que he recaído.