Entre el humo espeso de la pipa, es posible imaginar la mirada profunda de Zygmunt Bauman. Esa que diseccionó aspectos clave de su propio tiempo. Analizó aristas fundamentales del hombre moderno: la cultura, los consumos, los lazos sociales, pasando por la globalización y el trabajo, el amor y el arte. Puso el foco en los residuos humanos de la globalización: emigrantes, refugiados (todos esos sres extraños que inquietan a la población local), excluidos, y el precariado, un nuevo proletariado sin conciencia de clase. Fue capaz de desarrollar teoría sociológica y, al tiempo, analizar aspectos más coyunturales como la victoria de Donald Trump como candidato del Partido Republicano, tema que abordó en una de los últimos reportajes que concedió. Generoso, Bauman dio conferencias y charlas, buscó compartir su mirada aún en situaciones delicadas como cuando cuidaba a su mujer enferma y aceptó que lo filmaran en una entrevista que luego se pasó en un congreso en Rímini sobre la escuela. Se movió con soltura en los medios de comunicación. Los reportajes son ricos, profundos, un acto de reflexión ante cada pregunta del periodista con el que Bauman crea una empatía intensa. Muchas veces recibía a los periodistas con bocaditos y frutas que convidaba estratégicamente para tener tiempo de masticar, ahora sí él, una respuesta apetitosa. Manejó los códigos y el tempo al punto de que sus frases devinieron con rapidez jugosos títulos. Su mirada voraz e inquieta resulta ineludible. Sociólogo y pensador de conocimientos múltiples y profundos como los de un renacentista, Bauman marcó el siglo XX. Nació en Poznan, Polonia, en el seno de una familia judía. A los 19 años se afilió al Partido Comunista, al que perteneció hasta 1967, y sirvió tres años en el llamado “ejército interior”. Al huir del nazismo vivió primero en la Unión Soviética y luego regresó a Polonia, donde fue profesor en la Universidad de Varsovia. En 1968, por la política antisemita del gobierno comunista debió exiliarse de Polonia. Durante 15 años sufrió la persecución de los servicios secretos polacos, fue expulsado de la universidad y se le prohibió publicar. Tras abandonar su país, enseñó Sociología en Israel, EE.UU. y Canadá hasta que en 1971 se instaló en Inglaterra, en la Universidad de Leeds. En 1990 fue nombrado profesor emérito. En 2010, ganó el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Su obra comprende más de 100 ensayos y 57 libros. Los más recientes editados en castellano por Paidós son Ceguera moral, Estado de crisis y Extraños llamando a la puerta. Heterodoxo, creativo, agudo, Bauman es un intelectual clave para entender la sociedad actual. Con singular mix de erudición y sensibilidad, fue capaz de desatar la teoría más pura y dura con un plus: al leer sus libros uno se encuentra sorpresivamente emocionado. Su estilo es pulido, placentero, ágil. 

La insoportable liquidez del ser

Con el término modernidad líquida, Bauman definió la fase actual de la modernidad. Los líquidos se transforman constantemente, tienen dificultades para conservar su forma, mutan, son escurridizos, difíciles de asir y de conservar. El paso de la era de la modernidad sólida a la modernidad líquida se caracteriza por la desregulación, la flexibilización y la liberalización de los mercados. Cambian de forma estructuras institucionales que se encontraban arraigadas en el sistema. En este contexto en el que no son sólidos el empleo ni el Estado Nación ni la familia, las relaciones y lazos sociales se transforman de modo radical. Ante esta nueva liquidez, el hombre pierde la capacidad de pronosticar su entorno social: crisis crediticias, atentados religiosos y situaciones cotidianas nuevas se vuelven absolutamente imprevisibles. 

En la era líquida,la solidez de las cosas, e incluso las relaciones personales, se perciben como amenaza. Mientras que hace unos dos siglos en la modernidad sólida todo parecía más duradero y perdurable, en el mundo líquido el futuro es un interrogante. Todo deviene dramáticamente sorpresivo: el hombre, incapaz de adelantarse a los acontecimientos, siente impotencia.Vive en una encrucijada angustiante. 

La modernidad es para Bauman un mundo inestable, a la deriva, donde las instituciones que articulaban la vida en sociedad entran en crisis. Débiles, son incapaces de enfrentar nuevos desafíos: el poder de los Estados nacionales soberanos se evapora en el espacio global. Sólo es posible salir de este agobiante dilema restableciendo el equilibrio entre política local y poder global con nuevas instituciones que organicen nuestras vidas y limiten el capital, el comercio, el tráfico de armas, el narcotráfico, entre otras fuerzas que globalizan y que no temen a los poderes y a las legislaciones locales. Si bien Bauman siguiendo a Hannah Arendt y a Bertolt Brecht, señala que “vivimos en tiempos de oscuridad”, parece más optimista cuando estudia los recursos e instituciones necesarias para dar una respuesta (global) eficaz a la globalización.  

“Bauman considera que la revolución tecnoeconómica-sobre todo en términos materiales- avanza permanentemente a formatos técnicos que hacen cada vez más difícil el sostenimiento de esa solidez”, señala el filósofo Darío Sztajnszrajber. Y agrega: “Incluso no se trata de una cuestión de voluntad sino que la revolución material de la tecnología nos lleva en forma sistemática a que las instituciones, al estilo de Marx, se profanen o vayan perdiendo estabilidad”. 

En la imprevisible -y por eso precaria- vida líquida,el hombre vive en constante incertidumbre: no sabe si podrá seguir el ritmo de los acontecimientos. Entre las habilidades necesarias para salir adelante, el complejo arte del vivir moderno líquido impone saber librarse de las cosas. Una y otra vez, empacar y tirar por la borda. Adquirir no es fundamental sino tener la capacidad de prescindir con soltura.Todo se mueve fugaz, no hay que quedarse rezagado ni conservar bienes obsoletos: es que los nuevos objetos y consumos culturales proveen sensaciones inexploradas, novedosas, diferentes. Tampoco hay que aferrarse a personas y afectos al punto de correr el riesgo de quedar detenido en el camino. Bauman compara la vida líquida con una versión siniestra del juego de las sillas en el que hay que jugar las cartas con mucha astucia: es que aquí, en la vida real, las oportunidades son contadas y quedar sin el codiciado asiento puede significar quedar fuera del sistema. Bauman es claro: las mayores posibilidades de victoria serán para las personas capaces de ir de un sitio a otro, para las que las distancias no importan, justamente porque no están atadas a un único lugar. “Son tan ligeras, ágiles y volátiles como el comercio y las finanzas cada vez más globalizados que las ayudaron a nacer y que sostienen su existencia nómada”, señala.

Irónico, Bauman alerta sobre la necesidad de correr a ritmo vertiginoso como maratonista. En la sociedad moderna líquida hay que renovarse, jamás conservar objetos ni estilos ni opiniones cuyas fechas de caducidad hayan vencido o estén al límite. Es casi un oprobio no prestar atención a la obsolescencia de los objetos, la moda (los cuerpos leves coparán la escena y el ideal de belleza), las lecturas y hasta las opiniones.Uno puede quedarse sin la silla. “Y el premio real que hay en juego en esta carrera es el ser rescatados (temporalmente) de la exclusión que nos relegaría a las filas de los destruidos y el rehuir que se nos catalogue como deshechos”, afirma Bauman.

Ese extraño en el patio de atrás

En un artículo de 2002, parafraseando al Manifiesto Comunista, Bauman dispara: “Un fantasma sobrevuela el planeta: el fantasma de la xenofobia”. En Extraños llamando a la puerta, uno de sus últimos libros, analiza las olas migratorias actuales de desheredados y pobres. Las migraciones masivas, señala, no son un fenómeno novedoso sino que se han producido desde el comienzo de la modernidad. La construcción de muros -nos dice adelantándose a la utopía Trump-  es una política capaz de traer tranquilidad en el corto plazo, pero está destinada a fracasar a largo plazo. En el planteo baumaniano, esos migrantes provocan inquietud precisamente por ser extraños: a diferencia de las personas con las que se suele interactuar los locales no se sienten capaces de desentrañar sus acciones: los perciben como impredecibles. La interacción con ellos les genera ansiedad y miedo. “Pensamos-apunta Bauman- que la afluencia masiva de tales extraños tal vez haya destruido cosas que nos son muy preciadas, y que esos recién llegados tienen toda la intención de mutilar o erradicar nuestro estilo de vida, ese que nos resulta tan consoladoramente familiar”.

Ese temor potente al otro es un tema que abordó ya en Varsovia, cuando analizó el antisemitismo y el miedo al diferente. Volvió sobre este eje desde otra arista en Mundo consumo cuando cuestionó la posibilidad de cumplir el imperativo “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Siguiendo a Freud, define ese hipotético acto como “alumbrador de la humanidad”, pero, aclara,que sólo es posible cumplir ese precepto adoptando la admonición de Tertuliano que advierte: credere quia absurdum (“creer porque es absurdo”).

“Es muy importante la figura del refugiado: ya que es el anverso de la globalización. Se puede relacionar con un tema que Bauman también trabaja: el turista global. El refugiado de la globalización y el turista global son cara y seca de un mismo proceso. Mientras que los turistas se regodean por el mundo en sus consumos culturales y étnicos, del lado de atrás pululan a la deriva los refugiados de la globalización, los excluidos en busca de un lugar donde caer parados”, dice Darío Sztajnszrajber. Y continúa: “Materialmente la globalización genera esas dos caras: la posibilidad de que arriba del avión los turistas se paseen por todos lados, pero en los barcos, de manera clandestina, viajan los desplazados. Baudelaire describe muy bien este dispositivo cuando trabaja la revolución arquitectónica de París en el siglo XIX. Cuando analiza los bulevares que empiezan a destruir la vieja París señala que se hicieron para que la policía pueda llegar rápidamente a controlar a los sectores más necesitados que violentamente querían acceder al centro de París. Los bulevares, nuestras autopistas, permiten un mayor control de la población, pero lo que no prevé el poder cuando las genera es que de noche, cuando las luces de París se apagan, los pobres utilizan esas mismas vías para llegar al centro de París, del que los excluyen. Creo que con los refugiados y los turistas pasa lo mismo. La globalización genera vías que permiten una interconexión mundial que puede ser utilizada tanto por los que están adentro como turistas como por los que están afuera para buscar alguna salvación de Dios en algún lugar del mundo”.

Bauman expandió su palabra más allá del campo de la sociología.Sin renunciar en sus textos a la complejidad y al análisis profundo, trascendió las fronteras de la academia hasta extender su voz a un público masivo. El concepto líquido con el que caracterizó desde la sociedad hasta el consumo fue blanco de críticas y al tiempo una metáfora profunda.Dueño de una gran intuición y empatía, llegó -rara avis con un texto sociológico- al corazón del lector. En sus análisis, recurre a la sociología, a la teoría política, a la economía, a la filosofía, la psicología, la religión, a citas eruditas del mundo clásico, a la literatura, la historia, artículos de diarios,análisis de reality shows, novelas. Y la lista sigue. Bauman tomó posición: ese otro vulnerable no le resultó indiferente ni lo consideró un mero objeto de estudio, sino que puso al sujeto en el centro de la escena. Con fuerte sensibilidad social, miró a los excluidos de la historia: el extranjero, el refugiado, los nuevos pobres, los desplazados de todo lo imaginable al punto de ser considerados desechos sociales.

La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo, el tiburón de los mares de Australia