En este mundo devenido líquido, Bauman se preguntó qué pasaría con el arte: cómo se transformaría la visión de la creación que imperó en el mundo premoderno y moderno. Es que en el mundo líquido la inmortalidad no es una cuestión central, ni los valores eternos. Para el autor, hasta esta etapa líquida, el arte -la singular capacidad de escapar a los límites biológicos-y la vida estuvieron ligados de modo indisoluble.”El arte-dice Bauman-respira eternidad. Gracias al arte, una y otra vez, la muerte queda reducida a su verdadera dimensión: es el fin de la vida, pero no el límite de lo humano”. La cuestión clave para Bauman es pensar si en la sociedad líquida el arte será capaz de convertir lo efímero en algo eterno.

Para él, La imposibilidad física de la muerte en la mente de alguien vivo, el tiburón de los mares de Australia sumergido en una inmensa urna con formol, la famosa obra de Damien Hirst,va por este camino. La cuestión es “cómo hacer que la carne -la encarnación misma de lo mortal-, escape a la cruel secuencia de la senilidad, la desintegración y la desaparición”.Hirst se propuso controlar la irreversibilidad de la muerte: paralizar la degradación de la materia viva convirtiendo lo efímero en eterno. 

El arte de la era líquida se centra en acontecimientos efímeros: lo trascendente es la experiencia acotada en el tiempo, el concepto potente. Las obras se desintegran, escapan al criterio de perdurabilidad, incluso hasta de objeto tangible. Con sus instalaciones, Christo, con su mujer Jeanne-Claude, envolvió edificios, puentes, parte de la costa australiana, tendió cortinados gigantescos en el cañón del Colorado y hasta cubrió con material traslúcido el río Ankansas. Para evidenciar la crisis del arte actual, la 28ª edición de la Bienal de São Paulo presentó uno de sus pisos de 12 mil metros cuadrados absolutamente vacío. La desmaterialización de la obra eliminó el objeto artístico, físico, para crear un arte del puro pensamiento. Por dar un ejemplo, con proyecciones, David Lamelas creó inolvidables esculturas con sombras proyectadas y avanzó hacia el grado máximo de desmaterialización.Así como Duchamp encapsuló aire de París y Piero Manzoni puso su propio aliento en globos, el artista mexicano Lozano-Hemmer diseñó una instalación para almacenar y hacer circular por siempre la respiración de una pareja de enamorados en una bolsa de papel: esos suspiros continuarán unidos más allá de la muerte. 

En Balkan Baroque, premiada con el León de Oro en la Bienal de Venecia en 1997, la artista serbia Marina Abramovic, limpió durante cuatro días, entre gusanos y olor nauseabundo, mil quinientos huesos de vacas de las pampas argentinas. Mientras lo hacía lloraba y cantaba canciones folklóricas de su país; en las paredes se proyectaban entrevistas a sus padres.La performer más radical de los últimos años comenzó a pensar esta acción que alude a la guerra a partir de los enfrentamientos en los Balcanes. 

“La performance -consideraAbramovic- es una forma artística viva, en la que se percibe una energía inmaterial”. Y agrega: “Tiene un poder transformador tanto para el artista que la ejecuta como para el público”. Abramovic caminó la Muralla China para reencontrarse con el artista holandés Ulay, su pareja y compañero de performance por años, solo para decirle adiós.Con una hoja de afeitar, se cortó una estrella en el vientre. Se estrelló contra una pared. Se expuso durante siete horas dejando que el público manipule su cuerpo hasta que un hombre le apunto a la cabeza con un revolver cargado. En “The ArtistisPresent”, en el MoMA, pasó 750 horas (8 horas diarias durante 3 meses) sentada ante distintas personas del público sin moverse. La mirada sostenida frente a un desconocido devino un acto de conexión absoluto e intangible: desató emociones intensas.