La música mató otra vez. Primero, la electrónica, y hoy un homicida que vuelve a aparecer: el rock.

La primera tragedia ocurrió el primero de enero, donde murieron tres personas en una fiesta electrónica realizada en Arroyo Seco. Autoridades como el intendente de esa ciudad y algunos medios de comunicación le endilgaron a un género musical y a las sustancias ingeridas la responsabilidad de la tragedia.

La segunda fue este sábado, en el show realizado en Olavarría en el que el protagonista fue el Indio Solari. Hasta el momento hay confirmados dos muertos y varios heridos.

Todo es fiesta.

Día nublado, de danzar para que Dios baje en paz, y que la lluvia, que viene conspirando, cese en su insistencia de mojar el campo y embarrar el predio.

Llega el momento.

El cuerpo cansado, días de trajín, de largos viajes, y poco sueño.

En el ingreso, unas casillas con pocas personas controlan los tickets de ingreso.

Tan desbordado en cantidad y muchedumbre, que no es necesario mostrar las entradas. De esta manera, el primer control, el de cantidad de ingresantes en el evento, fracasa.

Con el ansia de que baje a nuestro mundo y oír su voz, el tiempo se detiene. Lentamente, corren los minutos hasta hacerse horas en el predio donde la inmensidad del espacio queda reducida a centímetros entre las personas.

Ya no cabe más nada.

Las columnas gigantes, con pantallas, garantizan la vista y la buena audición desde más de un kilómetro de distancia del escenario. Hasta que desciende de los cielos, o los infiernos, el ser mítico hecho carne. Estaba allí, era real. Cientos de miles de personas saltando, en una misma danza.

Toca dos temas al hilo, parece que será el mejor show del Indio en años.

Pero de repente para. Pone un freno de mano, como una bofetada que te saca del mundo idílico de compartir una cita con Dios, a la incertidumbre, incluso al miedo a una realidad incontrolable.

EL Indio Solari, desde arriba del escenario, temeroso de una tragedia, le habla a su público (tosco y embriagado, de nula reacción).

Atrás no se sabe lo que ocurre.

El Indio dice: "Hablamos toda la semana de que había que cuidarnos, yo así no toco".

¿Qué pasa? Lento silencio, se lo escucha putear desde un micrófono encendido. Tarda, demora, nos preguntamos si de lo que hablaba es tan serio. Dudamos de él, alguno lo insulta. Hasta que vuelve y se pronuncia: "Sáquenlo, que venga Defensa Civil, son unos borrachines que no se saben cuidar".

En medio de la incertidumbre, y sin saber hacia dónde va la cosa, un rasguido ensordecedor recomienza el rock del país.

El recital se interrumpe cada dos temas, parece que se está por suspender a cada momento. El Dios a pesar de su enojo en estas interrupciones, cuando interpreta, cuando se mueve, da cuenta de su profesionalismo y capacidad interpretativa.

Excelencia y gracia. La música y las artes visuales en las pantallas hacen la mejor fiesta en la Tierra. Pero corta a cada instante, se genera un clima tenso a pesar de la voluntad de divertirse. No se hace presente ningún responsable de seguridad, es el Indio quien habla pidiendo ayuda.

Para los que estuvimos atrás es solo eso, tensión, ya que no sabemos qué ocurre adelante, solo especulaciones. Una fiesta rara, pero fiesta al fin.

En el medio, el Indio se toma su tiempo para hablar de las madres y abuelas de Plaza de Mayo, de la intención de bajar la edad de imputabilidad en los jóvenes, y de que nadie nace delincuente.

Agradece la congregación, y toma nota de la particularidad de este suceso en el mundo. Comienza el tema Todo preso es político y se agitan casi 300 mil personas. Llega un momento crucial donde explota el-pogo-más-grande-del-mundo con Ji ji ji.

Fin del show.

El recital tiene un acabóse abrupto. Cuando se va, no se despide. Pensamos que tocaría algunos temas más. Fue un espectáculo corto, en comparación con los ya realizados.

Enfilamos para la salida, cerca de nuestros amigos para no perdernos. Parecía iba a ser una tarea fácil y que la retirada sería rápida.

Se hacen presentes errores groseros en la seguridad ya que las miles de personas se estancan en medio del predio, sin moverse, con salidas clausuradas. Todos llamando a la cordura y responsabilidad de los que teníamos al lado, porque si se producía una avalancha seria letal.

Un peligro inminente. Miles de personas apretadas queriendo salir. Algunos, perdiendo la paciencia y empujando. Otros, descompuestos por supuesto, pidiendo paso, y apelando a la solidaridad. Había terminado el recital, ahora quedaba salir de ahí. Lo logramos, pero quedaban los miles que quedan atrás. A los autos, a las carpas, a los colectivos o a seguir celebrando, que después de un descanso nos queda la vuelta.

Hasta ese entonces, el balance era positivo, porque si bien fue un show de clima enrarecido por las palabras del Indio, la fiesta y la energía seguían siendo de alegría.

Al otro día, los presentimientos que nos daban vuelta a todos eran confirmados por mensajes que nos preguntaban si estábamos bien y con las tapas de los medios que daban la información de dos muertos y muchos heridos.

La especulación política es la primera que se viene a la cabeza. Un referente de masas que se pronuncia políticamente opositor al gobierno de turno, el retiro del Estado y la presencia de todo tipo de efectivo policial y de salud, de organización, etc. dan cuenta de que la voluntad era no estar, y que pase lo que pase.

El intendente de Olavarría declara luego de la tragedia que se excedió en el doble la capacidad del predio. No hubo responsables de control.

¿Otra vez la culpa es de la música?

 

* Periodista y testigo presencial del recital del Indio Solari en Olavarría.