La teleconferencia del viernes con los gobernadores entonó al presidente Alberto Fernández. Todes apoyan la prolongación de la cuarentena, aún quienes gobiernan provincias con pocas personas infectadas. A semejanza del fallecido presidente Néstor Kirchner, atravesando circunstancias asombrosamente diferentes, AF empatiza con quienes gestionan, atienden cuestiones prácticas, toman decisiones. Un sentido común compartido los emparenta.

La noche del viernes, las instituciones le allegaron otra buena noticia: el fallo de la Corte Suprema ante el pedido de declaración de certeza impulsado por la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. “Una decisión inteligente” expresó el primer mandatario, la mejor dentro de lo posible. El jurista que sigue siendo asumía cuan discutible es la competencia del Tribunal en un asunto de esa naturaleza. Dicho de otro modo, cuán audaz fueron la movida de Cristina y la presentación de la abogada Graciana Peñafort.

Y comprendió --como todo el mundo salvo los editores de tapa de los diarios Clarín y La Nación-- que la mayoría estableció que el Congreso puede reglamentar su forma de funcionar y, por ende, las sesiones remotas. Una resolución política en el sentido cabal de la palabra. La Corte, explica el abogado devenido presidente, cierra el paso a posibles fallos de jueces provinciales haciendo lugar a medidas cautelares contra nuevas leyes (el impuesto a las grandes fortunas, la primera) por vicios de procedimiento. La jurisprudencia nacional concede esa potestad a cualquier magistrado de primera instancia. Algo que parece disparatado para cualquier profano… en buena medida porque lo es. Dicho escenario quedó bloqueado por la prudencia de cuatro de los cinco integrantes del Tribunal. El restante, el presidente Carlos Rosenkrantz, se cuadró como un soldado del establishment y argumentó como un sofista.

El derecho ocupa una parte menor en la cabeza y las inquietudes del Presidente. La vida y la salud, primero.

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Las reuniones con el comité de expertos lo llevan a leer y estudiar sobre la covid-19. Hasta una larga conversación con el presidente francés, Emmanuel Macron, se centra en intercambios de consultas e impresiones sobre la pandemia. Formas de contagio, investigaciones nuevas, a veces preocupantes.

Fernández está conforme con cómo se ralentizaron los contagios desde el inicio de la cuarentena. El pico, predicen sin certeza los especialistas, se trasladó hasta junio. Hubo y queda margen para mejorar la infraestructura hospitalaria. “Estamos mejor armados”, transmite Fernández, atento a la relativamente baja tasa de muertes que tiene la Argentina.

La mañana del sábado pensó en el anuncio que se informa en estas mismas páginas. Asimismo dedicó buen tiempo a reunirse con el ministro de Economía, Martín Guzmán. Entre la vida y la economía, se ocupó de ambas.

Es imperioso, concuerdan Guzmán y el Presidente, reconstruir un mercado de capitales en pesos. El lanzamiento de nuevos bonos y letras se orienta en ese sentido. El ministro prepara anuncios en ese sentido, nunca demoran mucho en la coyuntura.

El canje de deuda se conversó. Guzmán es hostigado por los acreedores privados y sus portavoces autóctonos, lo que seguramente prueba que está cumpliendo bien su deber. En el inicio del regateo, el Presidente prefiere evitar proyecciones aunque resalta los elogios del economista Jeffrey Sachs a la propuesta argentina.

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“A veces noto mucha impaciencia”, discurre Fernández discutiendo con quienes le dicen que apresure la reapertura de la economía. Muestra el mapa-semáforo: según su cálculo a ojímetro, las zonas rojas atañen a más de la mitad de la población argentina, aunque a menos porcentaje del territorio nacional.

“Tenemos imaginado un horizonte de salida, en cinco etapas”. Se transita la segunda, empieza la tercera. El ritmo lo marcará la evolución de la pandemia. Le preocupa la conducta colectiva a partir de la apertura, lo obsesiona transmitir que los riesgos acechan, que lo peor no pasó.

Este sábado se hizo el anuncio habilitando actividades hasta ahora prohibidas. Recién en quince días se empezará a medir el impacto sanitario. “Estoy dispuesto a ir y volver” si las condiciones se agravan, explica Fernández.

Confía en la templanza de “la gente” que hasta ahora lo acompaña tanto como los gobernadores. El final es abierto, los plazos inciertos… Todo se decide y recalcula paso a paso como pregonaba el filósofo estoico Mostaza Merlo confiando en que hacer las cosas bien posibilita mejores desenlaces (la doctrina del epicúreo Gorosito).

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