Si hay un grupo que ha sido expuesto a la pandemia desde sus cuerpos, el desarraigo, lo económico y la discriminación, es el de los llamados trabajadores cíclicos, migrantes o golondrina. A miles de kilómetros de sus casas, fueron llevados a trabajar con permiso para la cosecha de temporada, pero olvidados a la hora del retorno en cuarentena.

Sus reclamos rara vez ocupan un lugar en los medios, más interesados, en general, en los varados en el exterior. Muchas veces, la situación de este sector de la economía sólo llegó a visibilizarse para soportar humillaciones. Inclusive el propio gobernador de Salta, Gustavo Sáenz, trató de “delincuentes” e “inconscientes” a dos trabajadores golondrina que desesperados por retornar a su hogar evadieron los controles pertinentes. Uno de ellos resultó ser portador asintomático del virus, de lo que se enteró luego del análisis hecho en Salta.

Para Soraya Ataide, becaria posdoctoral del CONICET, quien realiza sus trabajos en el Instituto de investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Nacional de Salta (UNSa), la coyuntura está desenmascarando “una racialización naturalizada sobre los cuerpos de estos grupos y que justifica históricamente los discursos y prácticas de los sectores dominantes”.

La especialista dividió el trabajo en tres ejes de análisis. El primero, se relaciona con el contexto de origen de esa población “¿Por qué migran? ¿Qué condiciones de empleo, subempleo y exclusión viven en su lugar de origen?”.

Explicó que hay sectores cuya movilidad es histórica, “con un hábitus migratorio”, que data de los años 60 y está directamente vinculado al despojo de campesinos e indígenas de sus tierras. “La migración es una estrategia de reproducción y de vida de las familias”.

El segundo eje de análisis es el de las redes migratorias, los mecanismos que activan para desplazarse y las estrategias utilizadas para realizarlas, “nadie se mueve desde y hacia la nada”.

Por lo general aparecen aquí una serie de actores a lo largo de esa historia que generan el vínculo y abren las puertas a este tipo de trabajos y sus nexos. “Está, por ejemplo, el cuadrillero, que es un peón de la zona ya establecido y vinculado al patrón pero con más llegada a los trabajadores, por lo que lograba su disciplinamiento”. Luego aparecieron cooperativas de trabajo y por último, las agencias, “todas intermediarias del verdadero empleador".

El tercer eje de análisis tiene que ver con las características de producción, “ligadas a actividades dinámicas que generan muchas riquezas pero vinculadas a un mercado de trabajo informal, precario y sin registro”.

En Mendoza, cuenta la investigadora, "esa producción es diversificada, hay frutales, aceituna, uva, ajo”. En tanto, en el valle de Río Negro y Neuquén, predomina la extracción de frutales y hortalizas (tomate) para industria. “Son empresas con alto dinamismo, muchas de exportación y muy importantes que hacen a la riqueza de la región y del país”, añadió.

A pesar de las grandes ganancias a las que accede este sector de la economía, el mercado de trabajo de estas actividades, “así como todo el trabajo rural en Argentina”, tiende a ser informal, poco regularizado y sacrificado, y los trabajadores cíclicos en ese eslabón son los más vulnerabilizados. “Quien llega a un lugar desconocido está más expuesto a las condiciones que se le ofrezcan y con menor capacidad de presión y negociación que un trabajador local”.

Naturalizar la explotación

Todas estas condiciones, que significan vivir trasladándose, la precariedad laboral, el hacinamiento “van de la mano de un tipo de construcción ideológica que subyace al modo de cómo se articulan sus relaciones laborales y están ligadas a una cierta pertenencia de clase y racialización de los cuerpos”, sostuvo la investigadora del CONICET.

Se supone que esos cuerpos pueden soportar esos trabajos y por eso se naturaliza que se pueden explotar”, añadió. Una mirada vinculada directamente a un ideario occidental europeo que racializa a esos grupos por su origen, el color de la piel y sus antepasados.

Lo importante y la cuarentena

Es en este momento de aislamiento preventivo cuando se vio claramente la diferencia que hicieron gobernadores y productores para garantizar que puedan movilizarse para trabajar y la indiferencia a la hora de pensar en el retorno de los trabajadores ante el cierre de las fronteras.

“Rápidamente los bodegueros y gobernadores lograron el permiso para que puedan seguir con la vendimia, pero cuando terminaron de trabajar, todos se lavaron las manos y nadie se hizo cargo de esos trabajadores”, manifestó Ataide.

“Mientras que para el resto de la población era tratar de estar aislados, esta gente estaba en terminales compartiendo baños, comida, durmiendo en el piso con sus hijos”, y concluyó, “eso habla de todos nosotros como sociedad y evidencia el racismo que se mantiene en Argentina y cómo muchas personas transitan su vida”.

En definitiva, como adelantó la filósofa Judith Butler, “El virus por sí solo no discrimina, pero los humanos seguramente lo hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo”.

El Inadi pidió erradicar la estigmatización

En el informe del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) que se elaboró para el 1 de mayo, atravesado por la pandemia de Covid-19, se analizó la particular situación que atraviesan los trabajadores “estacionales o temporarios”.

“Las expresiones que ponen en los trabajadores provenientes de otros pueblos o provincias el origen de los problemas deben ser erradicadas y esos trabajadores deben ser recibidos con los brazos abiertos y se les deben garantizar todas las instancias de protección requeridas en pos de minimizar el riesgo de contagio en el ámbito del trabajo”, señala en dicho documento. 

Desde el Inadi se destacó que al ser trabajadores de la alimentación y, por lo tanto, esenciales, no se debe perder de vista que se trata de un colectivo históricamente vulnerabilizados. A esa característica se sumaron en la pandemia “altos niveles de estigmatización”. 

También se añadió que a la falta de elementos de protección para minimizar el contagio y los inconvenientes para el traslado entre jurisdicciones -muchas de ellas a cientos de kilómetros-, se incorporó un nuevo motivo de discriminación: la potencialidad de contraer o adquirir el virus a partir de un posible contacto con personas con Covid-19 debido a la circulación desde su hogar de origen hasta la región donde se desarrolla la actividad productiva. 

Tanto la comunidad de origen como la comunidad receptora encuentran en este tipo de situaciones motivos no fundados para los actos discriminatorios que se registran en la estigmatización a diferentes colectivos de trabajadores/as exceptuados/as del aislamiento, entre ellos los/as agrarios/as”, afirmó el organismo nacional.