Durante años he visto en encuestas acerca de las principales preocupaciones de las personas que los temas de salud no figuraban entre las inquietudes principales o solo en ocasiones, en proporciones menores, siempre postergadas ante otras razones, en general de naturaleza económica, laboral, inflacionaria o de seguridad. La emergencia de la pandemia puso sobre el tapete los grandes agujeros negros del sistema de salud.

La Argentina, como mayoría de los países de América Latina, presenta tres sub­sistemas o tipos de cobertura: público, privado y de la seguridad so­cial. Sobre este sistema fragmentado se despliegan profundas desigualdades de acceso a la salud y de calidad de atención: la actividad está centrada en la enfermedad y no en la prevención. La medicina de atención primaria, cercana a la gente, debiera haber adquirido un desarrollo muy significativo para hacerse cargo de las patologías prevalentes, responsables de la mayor morbimortalidad, la enfermedades crónicas (cardiopatías isquémicas, hipertensión arterial, diabetes, ACV, asma, EPOC, cáncer y otras), pero se encuentra totalmente debilitada, por desarrollarse. Con esta realidad, la Salud Publica se encontró en condiciones desfavorables para enfrentar esta devastadora pandemia.

En efecto, la salud pública ya fragmentada, desigual y desprovista de adecuada actualización de personal entrenado para estas emergencias, con deficiente equipamiento, tuvo que soportar cuatro años de mayor deterioro con la degradación del Ministerio de Salud a Secretaría, con reducción de presupuesto, cerrando o reduciendo centros asistenciales, de la importancia del Malbrán y tantos otros. También, soportó la disminución de la entrega de medicación gratuita en PAMI y fallas en la aplicación de vacunas preventivas, entre otras deficiencias. En esa crisis, el cuadro se completa con el deterioro edilicio de hospitales públicos y la manifiesta decisión, como política de estado del gobierno macrista a partir de 2016 de no terminar las obras (ya muy adelantadas a fines de 2015) para abrir nuevos hospitales, en especial en el conurbano bonaerense, donde vive el 38 por ciento de la población del país con gran proporción de personas de bajos recursos y con dificultades de acceso a la atención médica. Claramente, la Salud Pública nunca fue una prioridad para Cambiemos.

En esta situación crítica, llegó la Pandemia de covid-19 que ha generado de inmediato una enorme preocupación, al reconocer la experiencia de países desarrollados donde aún se viven situaciones límites sobrepasados los servicios públicos ante una demanda de enfermos complejos que no pudieron atenderse adecuadamente lo que hizo trepar lamentablemente las cifras de muertos. Ante esta realidad, y con la ayuda del tiempo de preparación que nos dio la llegada tardía del virus a la Argentina, el gobierno nacional tomó la decisión trascendental de asumir como prioritaria la salud de los argentinos y salvar la mayor cantidad de vidas posibles, sobre otras dificultades que la pandemia ocasiona, en especial de índole laboral y económica, en un país que heredó una economía en estado crítico por el endeudamiento externo, la desocupación y la pobreza crecientes.

Ganarle a la muerte y a la enfermedad fue la obsesión del gobierno nacional. Primero la vida, y en tanto la economía. Por eso, precisamente, motorizó todos los recursos que se disponían para evitar una infección rápida y creciente y no repetir la dolorosa experiencia de Italia, España y otros países. No dudó en cerrar la actividad escolar, prohibir eventos multitudinarios, el distanciamiento social obligatorio y la implementación de la cuarentena en todo el país de acuerdo a las regiones y a un serio análisis de la evolución de la curva de la pandemia. Los resultados están a la vista: en dos meses, se incrementó notablemente el número de camas para enfermos no graves y también de Terapia intensiva, se adquirieron y construyeron un número significativo de respiradores, se terminaron hospitales y se proveyó progresivamente de insumos imprescindibles de protección para el personal de salud con la finalidad de evitar sus contagios. El déficit de estos materiales era muy significativo, son de corta duración e importados habiendo acá, como en otras partes, una dificultad permanente, parcialmente subsanada.

Los análisis comparativos con países de Europa y de América, en un balance previo, nos indica estar muy conformes con los resultados obtenidos, si se observa lo ocurrido en Europa. La evolución en los Estados Unidos es dramática desde nuestras opciones no sólo médicas sino éticas: allí hay más de un millón de infectados, con cifras cercanas a 100 mil muertes y con proyecciones de aumento significativo en el futuro cercano. Es una tragedia, sin duda. Y un fracaso en toda la línea de un sistema que no puede cuidar a su gente. En Brasil, que puede derivar en una bomba epidemiológica por su centralidad en el continente, los muertos en un día son el doble de los que se murieron en nuestro país en dos meses.

Por todo esto, es paradójico y de dudosa racionalidad, que el gobierno de Alberto Fernández se vea sometido a presiones y pulsiones de muerte de distinta índole, a través de una prensa hegemónica defensora sustancial y casi excluyente del poder económico nacional concentrado e internacional nucleado en los grandes fondos de inversión, al tiempo que llaman irresponsablemente - como si el mensaje fuera: que mueran todos los que tengan que morir- a levantar la cuarentena. Las evidencia, no nos cansamos de decirlo, de quienes la implementaron tarde o la suspendieron prematuramente priorizando un supuesto beneficio económico, con el agravamiento de la pandemia no paró de caer. Cayó igual la economía al ritmo, pero inverso, del aumento de víctimas. Y salvar la mayor cantidad de vidas es nuestro objetivo central.

La covid-19 mostró la miseria en el mundo de políticas neoliberales con incremento de la financiarización sobre la producción y el trabajo, enriquecimiento de pocos y pobreza de las grandes mayorías y un poder económico cada vez más concentrado, con alejamiento progresivo de los Estados en el manejo de la salud, relegando la defensa de un derecho humano esencial, para favorecer la privatización de la misma. Ello se ha visto de manera indubitable que ha sido ineficaz, insuficiente e incapaz de poder enfrentar la pandemia ni con mínimas respuestas satisfactorias. La covid-19 puso en evidencia muchas miserables actitudes y se pretende combatir el único y más eficaz recurso preventivo de manera criminal y egoísta oponiéndose a la política prioritaria del gobierno, de cuidar la salud de todos y salvar el mayor número de vidas mientras una cantidad menor aunque poderosa de la comunidad, ha reclamado priorizar las libertades individuales y el libre mercado, que ha sido incapaz de manejar eficientemente la Salud Pública. Fueron los estados los que han tenido que asumir las responsabilidades y las medidas ante el caos sanitario, social económico y político de un mundo manejado con políticas neoliberales centralizadas en el enriquecimiento de unos pocos en perjuicio de las mayorías.

Todos nos preguntamos qué pasará cuando esto pase. En relación al diseño y manejo de la Salud, ¿tendrán los Estados un papel mucho más importante, en detrimento de las políticas privatistas que han dejado en el país más poderoso del mundo a 40 millones de personas sin ninguna posibilidad de atención médica y donde observamos diariamente cómo aumentan las víctimas de semejante imprevisión, egoísmo y criminalidad de las acciones? ¿Tendremos la posibilidad de disponer de una vacuna efectiva y universalmente disponible, como uno de los más imprescindibles e importantes objetivos de nuestro tiempo, que pueda ser aplicada a miles de millones de habitantes del mundo o veremos una vez más, que este producto de investigación donde se utilizan múltiples recursos públicos y establecimientos que participan en su investigación, se transformen finalmente en beneficios económicos de empresas farmacéuticas privadas en detrimento de las mayorías carente de recursos para adquirirlas?

De la respuesta médica, política y ética a estas preguntas, depende el futuro de la humanidad. 

Ricardo Jorge Gené, médico, matrícula 33418