El 13 de mayo de 1950 no fue un sábado cualquiera en Silverstone. El ritmo de aquel día en esa apacible localidad de poco más de mil habitantes, ubicada a noventa kilómetros de Londres, se vio interrumpido por las alrededor de 120 mil personas que llegaron desde todo el continente para observar –probablemente sin saberlo– un pedazo de historia en vivo y en directo: el primer Gran Premio de Fórmula 1, a disputarse desde las 14.30 en el autódromo local. Las mismas instalaciones que durante la Segunda Guerra Mundial habían servido para el despegue y aterrizaje de miles de aviones de la Fuerza Aérea Británica, ahora verían volar a los 26 autos de la categoría surgida de la unión de los reglamentos de varias entidades encargadas de regular las competencias de fórmula en los distintos países de Europa. Una categoría que, setenta años y 1017 carreras después, sigue siendo sinónimo de glamour y velocidad, además de la piedra fundamental del ideario fierrero a lo largo y ancho de todo el planeta.

Pero los Grandes Premios empezaron mucho antes. Para rastrear sus orígenes hay que ir hasta 1906, cuando el Club del Automóvil de Francia (CAF) organizó la primera carrera con esa denominación en Le Mans. Fue una gesta de dos días en un circuito cuya dimensión asusta: 105 kilómetros que los 32 pilotos deberían recorrer en doce ocasiones (seis cada jornada) para un total de más de 1200 kilómetros. Por aquellos años cada país organizaba sus GP de manera libre, es decir, sin reglamentos en común, algo que se intentó cambiar en 1924 con la creación en Francia de la Association Internationale des Automobile Clubs Reconnus (AIACR). Pero las idas y vueltas hicieron que la unificación reglamentaria durara apenas cuatro años, al tiempo cada temporada se sumaban más países con sus propios GP, llegando a realizarse 18 en 1934. Aquel año se llevó adelante el primer Campeonato Europeo de Pilotos, una iniciativa interrumpida –como todo en el mundo motor– por las primeras bombas de la Segunda Guerra Mundial.

Las cosas volvieron a encaminarse cuando, en 1947, la AIACR se reorganizó bajo el nombre de Federación Internacional de Automovilismo (FIA) y logró establecer un reglamento común. Dos años más tarde llegó el anuncio de que en 1950 se disputaría, finalmente, el primer campeonato mundial de Fórmula 1 con un calendario de siete carreras, seis en Europa (Inglaterra, Mónaco, Suiza, Bélgica, Francia e Italia) y una en Estados Unidos. Esta última era ni más ni menos que las 500 millas de Indianápolis, que se corrían desde 1911 y para esa época ya tenían un aura mítica que, sin embargo, no fue suficiente para que los autos y los pilotos cruzaran el Atlántico. De allí que si bien la Indy 500 estuvo en el calendario de la F1 durante una década, la grilla siempre estuvo integrada casi en su totalidad por pilotos norteamericanos que no disputaban el resto de las carreras.

Para correr era necesario talento y experiencia, o bien una billetera abultada. Lo primero explica que el promedio de edad de los competidores presentes en Inglaterra fuera de 39 años, uno menos que el finlandés Kimi Räikkönen, por lejos el piloto más veterano de la grilla 2020, y cuatro más que Lewis Hamilton, que ya lleva 13 temporadas y seis títulos en la máxima categoría. Lo segundo, que a bordo de dos Maserati estuvieran el Príncipe Bira de Tailandia y el Barón suizo Emmanuel de Graffenried, cuyas acciones fueron seguidas de cerca por la realeza británica, en lo que fue la única vez que la cúpula del Palacio de Buckingham presenció en vivo un GP local. Estaban, entre otros, el Rey Jorge VI, la princesa Margaret y la Reina Isabel. Y también estaba Juan Manuel Fangio.

El oriundo de Balcarce, que había ido a probar suerte a Europa en 1947 con el apoyo del Automóvil Club Argentino, venía de ganar cinco de las seis carreras que había disputado el año anterior, y largó la carrera inaugural en el tercer lugar, por detrás de los italianos Giuseppe Farina y Luigi Fagioli. Para la vuelta 62 sobre 70 pactadas, los cuatro Alfa Romeo de las "tres efes", encabezados por Fangio, y Reg Parnell dominaban con un margen de dos vueltas sobre el resto. Fue entonces que el motor del argentino dijo basta, sirviéndole en bandeja la victoria a un Farina que terminaría inscribiendo su nombre como el primer ganador y, meses después, como el primer campeón. Fangio tendría su revancha una semana más tarde al subirse al escalón más alto del podio en Mónaco luego de sortear una carambola que dejó nueve autos fuera de competencia en la primera vuelta. Aquella carrera había partido en la pole position gracias a una vuelta de clasificación 2,6 segundos más rápida que la de su perseguidor Farina, en una de las primeras muestras de talento en la Fórmula 1 de alguien cuya velocidad lo predisponía para cosas grandes. Pero esa es, al menos por ahora, otra historia.