Se cumplieron 25 años del atentado a la Embajada de Israel. Poco y nada se sabe. Pobres son los resultados de la investigación respecto del atentado a la AMIA. Tampoco se conoce quién asesinó a Nora Dalmasso y se duda mucho sobre la resolución del caso de María Marta García Belsunce. Sin embargo, a pocas horas de los complejísimos sucedidos en Olavarría durante el recital del Indio Solari proliferaban explicaciones deslindando culpas, responsabilidades. Autodesignados fiscales periodísticos o en redes sociales culpaban, condenaban, emitían veredictos inapelables.

En la mañana del domingo 12 había otras necesidades sociales. Debían desconcentrarse cientos de miles de personas. Un número no determinado con exactitud, que acaso equivaliera al uno por ciento de la población nacional, necesitaba contención, agua, comunicarse con amigos y familiares para disipar temores.

Un periodista de Crónica TV, Facundo Pedrini, dio un ejemplo de comunicación social. Informó sobre personas perdidas. Emitió directivas inteligentes, constructivas, acopió información, divulgó sin sensacionalismo ni sadismo. Juan Carr, un especialista en la materia, lo designó como “héroe de la jornada”.

En contrapunto, la agencia oficial Telam “informaba” que había por lo menos siete muertos. Falso y aterrorizador. Los trabajadores de la empresa estatal denunciarían luego que no se habían enviado corresponsales, por supuesta austeridad. Uno, que trabaja en labores parecidas, consignaría que esa cobertura puede hacerse contratando un remise o mandando dos personas en bondi, pagando un viático.

Los argentinos hemos visto, en años cercanos, cómo se cubrieron en otras latitudes el atentado a las Torres Gemelas, el de Atocha, el de Niza, por escoger ejemplos al azar. Los medios de difusión en esos parajes, capitalistas al mango, evitan abundar en cifras de víctimas, en general “las tiran a la baja”. Ahorran escenas morbosas, cuerpos sangrantes o mutilados. Son protocolos discutibles (como todo en información) pero interesantes, con criterio pacificador. Igual se sabrá bastante, igual habrá temor o terror. No hay grandes razones para exacerbarlos en caliente. 

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Esta columna no aborda aspectos esenciales de lo ocurrido. Su autor no es todólogo diplomado, focaliza en ciertos ejes temáticos. Seguramente, no los más importantes aunque sí los más cercanos a su saber y su oficio.

Otra es la homologación simplista y deliberada del Indio Solari con el kirchnerismo. La afinidad demoníaca cumple una función política, tan obvia como berreta.

El Indio es un artista único, con una capacidad de convocatoria asombrosa. Su trayectoria, rica y polifacética, se remonta a mucho tiempo antes de que los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner fueran figuras conocidas.

El supuesto aprovechamiento se inscribe en el relato oficialista, colmado de contradicciones. Explica que el kirchnerismo es una secta en trance de desaparecer que convoca multitudes. En retirada, mueve los hilos de la realidad nacional y a organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Sus partidarios, alguna vez lo expresó la diputada Elisa Carrió, son o ignorantes o corruptos.

Imposible referir la cantidad de expresiones agresivas y hasta soeces que “aprovecharon” Olavarría para estigmatizar al kirchnerismo, a Solari y a los cientos de miles que se congregaron para el recital.

Para muestra basta un botón. Intenso, de agresividad impar, pero no ajeno al mainstream macrista. Fernando Iglesias, ex diputado e ideólogo free lance de Cambiemos, escribió lo que sigue, ilustrando con imágenes de miles de personas agolpándose. “Orgullo villero. Cultura ricotera. Los héroes del paravalanchas. Vatayón militante. Doce años lumpenizando el país. Doce años de Conurbano ampliado y van por más”.

Casi sobra agregar algo aunque podría dar para un tratado o un Seminario. Digamos poco: desprecio de clase, regodeo ante el dolor ajeno, odio, sectarismo. Una versión extrema del darwinismo social del macrismo que también se patentiza en su política económica (ver nota central). Una versión extrema, pero no discordante.