El derrumbe de la economía mundial está siendo atendido con una masiva intervención el Estado, que ha aumentado en forma impresionante el gasto en ayudas sociales y subvenciones a las empresas. 

El gasto global adicional es gigante, y por ejemplo el déficit presupuestario de los Estados Unidos se estima en 19 por ciento del PIB. En Francia, el Estado incrementó su participación en el capital de Air France en 10 mil millones de euros. En la mayoría de los países el gasto suplementario no será inferior al 10 por ciento del PIB y será financiado con emisión monetaria. Inspirados por la teoría cuantitativa de la moneda, economistas ortodoxos vaticinan una inflación galopante.

En su libro La Teoría General, Keynes, al final del capítulo 15, señala que “la Teoría Cuantitativa de la moneda es un truismo desprovisto de significado” y más adelante explica que “su principal defecto es no poder distinguir en las variaciones de los precios aquellas que provienen de los cambios en el volumen de la producción y las que son provocadas por las variaciones de los salarios y esto porque supone una economía estática en equilibrio en la cual los agentes ignoran la incertidumbre”. 

Hasta hace una década esta crítica fue soberbiamente ignorada por los economistas ortodoxos ya que podían afirmar que puesto que había inflación ésta debía ser la consecuencia de la emisión monetaria, explicación que, aunque falsa, presentaba la ventaja de acabar con el debate antes de que comenzara. 

El “truismo” facilitaba la crítica de los gobiernos que practicaban una política económica favorable al crecimiento económico basada en la expansión de la demanda, detestada por los colegas ortodoxos. Pero el fundamentalismo monetarista carece, como lo señalaba Keynes, de sustento teórico y, como se observa desde la crisis 2008, de una relación con la realidad.

Desde 2008 hubo una gran emisión monetaria y no hubo inflación lo cual permite afirmar, sin lugar a dudas, que Keynes tenía razón y que los economistas ortodoxos se equivocan. Durante el fin del gobierno Macri, según el Banco Central, la emisión era “cero” pero los precios aumentaron como no lo habían hecho desde 2002. 

A pesar de la puerilidad de la teoría ortodoxa, señalada por Keynes, ésta sigue siendo la referencia ideológica dominante en el establishement y en los medios que fabulan con la “maquinita”. Ocultan cuidadosamente que la mayor parte de la emisión monetaria es realizada por los bancos. Pero la tentación es grande de proponer dicha explicación si permite criticar al gobierno.

La Gran Recesión mundial en 2008-2009 y la pandemia actual han obligado a los gobiernos a concebir instrumentos experimentales de política económica y monetaria, provocando un cambio fundamental en el rol de los bancos centrales. Luego del derrumbe del sistema financiero en 2008 y la emblemática quiebra del banco de inversiones Lehman Brothers se produjo la primera Gran Recesión desde 1930. En una primera etapa en los países más avanzados, Estados Unidos, Unión Europea, y Japón, implementaron medidas de expansión de la masa monetaria vía la baja de la tasa de interés hasta llevarla a niveles reales negativos. 

Los economistas ortodoxos se opusieron con vehemencia y afirmaron que esas medidas eran desastrosas, ya que denegaban una “justa remuneración a los ahorristas” y que provocaría inflación puesto que aumentaba la masa monetaria en circulación. Estas medidas no tuvieron éxito puesto que, como Keynes lo había previsto, se manifestó la “trampa de la liquidez”. Esta significa que a partir de un cierto nivel la baja de la tasa de interés no incita a los capitalistas a invertir puesto que no existen negocios suficientemente rentables debido a la escasez de la demanda o a la zozobra y la desconfianza que les provoca poder pedir préstamos a una tasa del 0 por ciento. Es importante retener que la inmensa masa monetaria permitió en los Estados Unidos, entre 2009 y 2019, un crecimiento económico débil, del cual el 90 por ciento fue captado por el 1 por ciento más rico de la población.

En la segunda etapa, en 2012, se implementaron las llamadas “facilidades cuantitativas monetarias” a través de las cuales las bancas centrales compran los bonos de la deuda publica y privada de empresas y bancos, a lo que se sumaban a las tasas de interés muy bajas que permitía inyectar un flujo monetario constante. En realidad, un verdadero torrente de creación monetaria.

Los medios consideraron que estas medidas significaban el “retorno de Keynes” y la derrota teórica del neoliberalismo. Aunque dudo que esa política monetaria pueda considerarse keynesiana

Los economistas heterodoxos señalamos que era poco probable que se pudieran superar los problemas económicos estructurales agravados por el derrumbe financiero y económico: la pobreza, el desempleo, el acceso a la salud, así como la crisis ecológica, el resquebrajamiento del Estado de Bienestar. No se podían superar utilizando únicamente las variables monetarias mientras se siguieran aplicando políticas presupuestarias de austeridad, y que los frutos de la débil reactivación fueran captados por quienes manejan el sector financiero.

La nueva realidad generada por las medidas de confinamiento para enfrentar la pandemia del coronavirus ha agravado la situación económica. La insuficiencia de las medidas ya señaladas obligan que se imponga como inevitable una tercera etapa en la política económica frente a la manifiesta insuficiencia de la medidas mencionadas. 

Es así como se creó en Argentina el Ingreso Familiar Extraordinario o en Estados Unidos la asignación de 1700 dólares para los adultos que ganan menos de 75.0000 dólares por año. Iniciativas simiulares se concretaron en Francia y Gran Bretaña. 

Esas medidas son una transferencia unilateral de ingresos del Estado hacia las familias, que los economistas ortodoxos llaman la “moneda helicóptero” en referencia a la figura utilizada por Milton Friedman para burlarse de la expansión monetaria del gasto publico para sostener la demanda. 

Friedman pensaba que el helicóptero lanzaría billetes emitidos por la banca central y no a una ayuda del gobierno, porque esto último supone un incremento de la deuda del Estado que abultaría el déficit presupuestario y provocaría un incremento de la deuda pública que luego deberían pagar los contribuyentes. 

Había otra razón no confesada y que era que el gobierno interviniera en la distribución del ingreso que, según Friedman, se determina en el mercado o, dicho de otra manera, por quienes tienen el poder de coacción, es decir los capitalistas. Más allá de los debates académicos, se sabe que las bancas centrales no poseen las estructuras administrativas para distribuir tanto dinero ni la información para saber a quien entregar las ayudas que deben estar escalonadas inversamente al nivel de ingresos y que no son ellas los que manejan el helicóptero.

Estas nuevas medidas constituyen una ruptura y un cambio contundente luego de casi cuatro décadas de políticas económicas obsesivas de austeridad, que han destruido partes de las instituciones más importantes el Estado de Bienestar y de las infraestructuras sanitarias, sociales y económicas.

La secuencia histórica de las nuevas medidas muestra que se están buscando soluciones y respuestas en medio de la gran confusión creada por la crisis. Los medios de comunicación en Argentina no han informado convenientemente a la opinión pública, ya que por un lado los hubiera obligado a hacer acto de constricción por las mentiras despiadadas emitidas en el pasado sobre la situación económica real y los déficits dejados por Macri, y por otro lado porque quienes los dirigen ignoran el rumbo a seguir. 

En este sentido, la claridad de la política económica del gobierno constituye un paliativo para los argentinos, ya que luego de haber sufrido tanta improvisación en las orientaciones económicas ven con alivio que las recetats económicas no son siempre las mismas y que la economía es política.

* Doctor en Ciencias Económicas de la Université de Paris. Autor de La economía oligárquica de Macri, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019.

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