Existe una interesante preocupación periodística y de la sociedad en general por querer explicar la diferente evolución de la pandemia en el territorio nacional.

¿Cómo es posible que Rosario, ciudad inmanejable y acusada constantemente de incontrolable por su alta tasa de homicidios, haya reaccionado tan positivamente a las restricciones de aislamiento social y obligatorio?

La respuesta periodística inmediata es que se debe a una alta inversión de recursos en salud. Sin embargo, al ahondar en un análisis más profundo, se observa la inexactitud de esta apreciación.

Si bien se reconoce que, comparativamente, la asistencia sanitaria de Rosario y de la Provincia de Santa Fe es superior a lo que ocurre en otros lugares del país, no hay que dejar pasar por alto que los últimos gobiernos recortaron los presupuestos para este rubro.

La descentralización administrativa y la asistencia barrial, resultante de la aplicación de políticas exitosas anteriores, dejó marcas en sus poblaciones. El reconocimiento a las políticas del Estado permanece aún hoy en la memoria social, pese a los recortes recientes. Quizás en esto resida el plus que diferencia a Rosario y Santa Fe de otras ciudades y provincias.

La teoría sociológica puede ser de gran utilidad en esta instancia interpretativa agregando, a los recursos iniciales invertidos en salud, la visión tridimensional de Marx Weber y la referencia al campo de Pierre Bourdieu. Asimismo, tampoco puede dejarse de lado la historia y evolución demográfica. Para el análisis es importante no olvidar que la Provincia es un territorio con antecedentes chacareros (no estancieros) y cooperativistas, que pese a la sojización, dejó su impronta en la estructura y el funcionamiento social.

Ni Rosario ni la ciudad de Santa Fe concentran las densidades poblacionales de Buenos Aires y son mucho más manejables en este término. Los asentamientos irregulares, los geriátricos, las personas en situación de calle, entre otros, son ámbitos controlables con políticas serias y creíbles. La infraestructura de recursos en salud fue importante, pero más lo fue el trabajo social y político realizado a lo largo de los años.

En el caso de nuestra ciudad, puede decirse, en términos de Weber, que la dimensión del "prestigio colectivo e institucional" de los centro de salud, convertidos en centros comunitarios en la primera época de la descentralización, funcionan aún hoy como una realidad objetiva y subjetiva consolidada. La vulnerabilidad que acarreó el contagio viral se apoyó en la creencia de que la acción colectiva y política organizada es el camino para contrarrestar al enemigo desconocido.

Weber diría que con una base material mínima (como por ejemplo los recursos invertidos), el poder político goza de "autoridad", o sea decide por sobre la voluntad individual, cuando hay "creencias construidas" de que el Estado se está ocupando del bienestar general. Traducido a la pandemia actual, sería como decir que existe un reconocimiento social de la población al prestigio institucional del sistema de salud aún vigente.

Esta situación se complementa con la participación institucional de los ciudadanos (en términos de Bourdieu "agentes) en su lucha por la vida a través del respeto de reglas claras, creíbles y consolidadas. La convivencia atareada por el virus se organiza en la "legitimidad" y el "prestigio de la autoridad política” previamente reconocida.

La experiencias de la participación institucional quedan en la memoria colectiva de los agentes como un capital social y simbólico acumulado que permite maniobras de participación colectivas para resguardarse del contagio.

Pierre Bourdieu diría que las personas maniobran frente a la pandemia con el capital simbólico construido en la lucha cotidiana entre las instituciones prestigiadas y regladas junto a los agentes confiados en estas.

Tanto Weber como Bourdieu entienden al "prestigio social" como un reconocimiento colectivo y nunca como un prestigio individual de una persona o partido político. Este reconocimiento social es además una construcción histórica-geográfica de relaciones participativas legítimas.

Un diálogo recolectado en un viaje en colectivo de Rosario a Funes refuerza lo dicho hasta el momento: una empleada de servicio doméstico cuenta a otro tripulante que su familia dispone de dos obras sociales que no utiliza por preferir el centro de salud donde, sin pagar coseguros, recibe atención psicológica, médica y social.

Después de estos dos aportes de la sociología, puede agregarse un tercero: la invasión de covid-19 dejó de ser un problema exclusivo de salud y se convirtió en un problema social mundial. Los expertos de la Organización de los Estados Americanos (OEA) suelen definir problema social como un asunto que afecta negativamente a un número de personas y puede modificarse por la acción colectiva. Si bien no es un concepto estricto, sirve para entender la situación que estamos atravesando.

Entonces, ¿Cómo resolver el problema social de la pandemia? Tanto Weber, como Pierre Bourdieu, y los expertos de la OEA coinciden en que la construcción colectiva creencias prestigiadas en el accionar político de las instituciones permiten afrontar situaciones críticas.

Interpretaciones sociológicas de este tipo exceden al enfoque económico e interpretan que las creencias vigentes pueden ser más exitosas que determinadas condiciones objetivas. Esto explica por qué no fue difícil creer en el poder político cuando la orden fue aislarse. "Al virus se lo ataca aislándose y entre todos", dice la gente que estudia y en los que se apoyan los gobernantes.

En Santa Fe y Rosario, el capital simbólico consolidado con anterioridad otorgó capacidad de maniobra al sistema de salud y a sus habitantes. El miedo a la muerte, la creencia en las instituciones, una demografía controlada y una historia compartida muestran el éxito de las políticas de aislamiento.

En definitiva el trabajo social no se pierde, sino que se transforma, lo que conforma un buen punto de partida para la planificación de políticas sociales post pandemia.  

*Socióloga