Tengo Covid… ¿soy? Covid Positivo. Mariano, mi pareja, es psicólogo en un hospital y fue el primero en contagiarse. Confió en el sistema público de salud para su testeo e informó allí los datos de nuestra obra social. Durante 8 horas esperó el resultado en una unidad febril deurgencia (UFU), una suerte de container ubicado frente a los hospitales de CABA, en los que hace mucho frío, y más para una persona afiebrada.

Confirmado el positivo, fue derivado a un hotel. Fue un día de mucha angustia. Al siguiente amanecí con fiebre y era obvio porqué. Fui con mi hijo de casi tres años al mismo hospital, para hisoparnos. Nos hicieron placas de tórax. Allí los profesionales nos atendieron muy bien. Pensé que podíamos confinarnos en nuestra casa, debido a mis síntomas leves. Exhausta, pasé la tarde organizando todo, apelando a una hermosa red de personas. 

Se venían días difíciles, pero me sentía segura. Luego las cosas se complicaron, y mucho. Debido al protocolo de CABA, comenzó el calvario. Cuando “sos” positivo, ya no podés decidir absolutamente nada, aun reuniendo las condiciones de seguridad para confinarme en mi domicilio. Hubo discusiones hasta se habló de que “me vendría a buscar la policía”. No entendía nada… dejé de ser persona y pasé a ser un virus, un peligro, una prófuga potencial.

Con esa noticia mi fiebre ascendió a 39 grados, estaba sola con mi hijo ¿qué haría con él? Debí buscar un pariente que lo venga a buscar y explicarle que mamá se iba. Mi hijo lloró a gritos. Esto fue muy dilemático, o un gran error. Supuestamente, para poder ir al hotel con Mariano, el niño debía quedar a cargo de otro familiar joven. Luego otros profesionales -incluida la pediatra de mi hijo- dijeron que eso no debió ser necesariamente así: un resultado negativo no indica que el niño “no tenga Covid-19”.

La carga viral puede ser lo suficientemente baja como para detectarla y contagiar igual. La indicación de apartarnos expuso a su tío al contagio, y nos traumó a todos. Mi hijo y yo nos separamos llorando. El protocolo no fue claro. 

En la UFU esperé que me deriven al hotel con mi pareja. Me dijeron que eso ya no era posible. Insistí. La chica que me recepcionó dijo: “no podemos atender los deseos individuales de la gente”. Pero no era un deseo. Era una necesidad. Yo sabía con certeza de familias confinadas juntas. Era además una cuestión práctica para que nuestras redes puedan asistirnos en un mismo sitio.

Yo seguía con fiebre. Me dijeron: “andá a la guardia, seguilo a él”, y “él (un trabajador de la salud)” caminó tan rápido que no le pude seguir el paso y me perdí. Quedé sola, de noche, en una bifurcación de caminos en el patio enorme del hospital. Grité: “¿Dónde queda la guardia?”, nadie respondió. 

Caminé. Pasó un camillero con un cadáver en la camilla y estallé en llanto. No sé cómo llegué a la guardia. Esperé. No vino nadie. Busqué a alguien de seguridad y me dijo que los febriles no podíamos estar ahí. Salí, con mi fiebre, mi valija y mi angustia. De camino, me encontró la médica de internación y me dijo: “hoy pasas la noche acá”. No me gustó la idea, quería ir con mi pareja, o a casa, pero internarme era mejor que seguir dando vueltas y ver muertos por los caminos.

La pieza estaba helada y yo sin cenar. Me sacaron sangre. Al amanecer me dieron un té sin azúcar y galletitas de agua. Estaba famélica. Así no se cura nadie (pensé). No hay buffet en el área de los Covid, que es también la de tuberculosis. Nadie quiere estar ahí. Cerca del mediodía dos médicos me informaron que las autoridades decidieron no enviarme al hotel con mi pareja y me trasladaron, contra mi voluntad, a un sanatorio por obra social. 

Allí me confinaron en una habitación sin baño y sin agua. Eran las 13.30 y seguía sin comer. Tomé un paracetamol con mi propia saliva. Ya no tenía fiebre. Sólo sueño, hambre y una angustia fatal. Luego llegó la médica, leyó mi epicrisis, me evaluó y no entendió porque me derivaron allí. “No reunís ningún criterio de internación”. Me dijo andate a casa. En pocas horas, pasé de “prófuga potencial” a procurar mi propio traslado.

(*) Psicóloga, docente