La palabra tabú tiene al menos dos connotaciones. Por un lado, significa sagrado y por otro, peligroso, prohibido, impuro. La sangre menstrual quedó históricamente del segundo lado. Resulta extraño si pensamos que la mitad de la población menstrúa una vez al mes durante 40 años, entre 400 y 500 veces en la vida, lo que equivale aproximadamente a unos 2.500 días. Sin ir más lejos, en nuestro país, en el 58.3% de los hogares hay al menos un cuerpo menstruante entre 13 y 50 años. ¿Por qué entonces prácticamente no se habla, ni se estudia, ni se investiga, ni se enseña sobre el ciclo menstrual?

Este tabú tiene la forma estructural de una opresión social. O como dice Elise Thibeaut, hay una íntima relación de sometimiento entre “quienes tienen las reglas y quienes las hacen”.

Existen tantas formas de menstruar como cuerpos que menstrúan. Menstruar como verbo depende de cómo se lo haga, en torno a qué prácticas, en qué contextos, con qué productos. ¿Qué información recibimos sobre ciclicidad y sexualidad cuando llega por primera vez nuestro sangrado? Camila, de 13 años, nos escribe sobre su menarquía: “Cuando me vino por primera vez no entendía nada y no quería decirlo. Se lo dije a mi mamá y lloré. Ella se lo contó a toda la familia. #trauma” Por su parte, Belén, 12 años cuenta: “Mi mamá me dijo bueno, ya te hiciste señorita y me dió un paquete de toallitas. Mi papá me regaló flores. Yo fui al patio para hacer la vertical para asegurarme que podía seguir haciendo gimnasia artística esos días”. Nos resuena pensar que “la menstruación tiene mucho que ver con el feminismo porque es un tabú que te obliga a guardar silencio y a esconder qué te pasa durante la cuarta parte de tu vida, y esa es una herramienta muy eficiente para hacerte sentir mal. Conocerla es una cuestión de empoderamiento”, como expresa Elise Thibeaut en Mi sangre.

Las formas en las que menstruamos, y lo que sentimos-decimos-pensamos cuando lo hacemos, las heredamos y las seguimos reproduciendo por medio de prácticas familiares, educativas, sanitarias y publicitarias. No es casual entonces que el sangrado menstrual aparezca invisibilizado en el espacio público-político. Aparece en bombachas diminutas, pantalones blancos, perfumes que lo cubren y geles que lo tiñen. Y hasta hace pocos meses, también aparecía de color azul.

El cuerpo menstruante aparece silenciado, reprimido, disfrazado de fórmulas para garantizar “la higiene femenina y la protección diaria” con algunos eslogan como “Sentite libre en esos días” y “No te detengas”. En una famosa publicidad de los años 90, donde una actriz caminaba con mini shorts blancos delante de un grupo de jóvenes, la voz en off nos presagiaba “nadie se da cuenta que estas en esos días, porque ni vos te das cuenta”. Cuando decimos que menstruar puede considerarse como un acto político, hacemos referencia a ese silenciamiento y estigma social con el que se ha marcado la textura de nuestra sexualidad y los tejidos de nuestra libido.

Recuperar la potencia uterina

“Nuestros úteros siempre fueron territorio de conquista”, repetimos. ¿Pero qué queremos decir cuando hacemos del útero un territorio? ¿Cuál es esa enorme potencia que atesora este órgano al que todos quieren dominar?

Prácticamente el útero no se ha estudiado separadamente de su papel de la reproducción. Se lo considera el lugar potencial de gestación de otra persona, y se le otorga protagonismo cuándo dicha función puede ser cumplida. “Una vez que ha acabado su función, o cuando la mujer decide no tener hijos físicos, el útero no tiene ningún valor intrínseco para la medicina moderna” nos aclara la doctora Christiane Northrup, en Cuerpo de mujer, sabiduría de mujer. Sin embargo, debemos saber que el útero cumple importantes funciones de regulación hormonal, emocional, energética y creativa.

Existe una gran paradoja, si consideramos que el ámbito reproductivo en la vida de las personas gestantes ha sido el más investigado y sin embargo, se conoce muy poco sobre el ciclo menstrual. En este sentido Casilda Rodrigañez Bustos plantea lo siguiente: “Todo el mundo sabe que la pulsión sexual masculina es la erección del pene, es decir, que la respuesta fisiológica al deseo sexual masculino, sea lo que sea lo que induce el deseo, es la erección del pene. ¿Cuánta gente sabe que la pulsión sexual femenina es el temblor y el latido del útero; es decir que el temblor y el latido del útero es la respuesta fisiológica al deseo sexual de la mujer, sea lo que sea lo que induzca este deseo?”

Si bien la sexualidad es una función orgánica, física y emocional de la vida humana, nuestra cultura relaciona la sexualidad con la genitalidad y la reproducción. Pero la sexualidad es mucho más amplia. Las personas menstruantes a lo largo del ciclo pasamos por diferentes estados sexuales. Nuestra tarea entonces, consiste en distinguir nuestra sexualidad de las deformaciones y mandatos que hemos heredado de la cultura patriarcal. Y en materia de menstruación, queda mucho aún por descubrir y tanto más por desarmar.

En relación al sangrado existen grandes confusiones. Muchas personas piensan que el sangrado son los óvulos no fecundados, mientras que, lo que se expulsa es el tejido endometrial. Cuando decimos “estoy indispuesta” sin problematizar ese ¿para quien no estoy disponible? ¿para qué? ¿estamos perpetuando el tabú?. De la misma manera, decimos “me duelen los ovarios” ignorando nuestra fisiología y anatomía casi por completo, porque los ovarios no duelen. Esa sensación de dolor (para quienes la padecen) proviene de las contracciones y movimientos que el útero realiza para evacuar el tejido endometrial. Y crease o no, aún hoy 2020, este extendido tabú imposibilita a muchas personas bañarse los días de sangrado, tener actividad sexual y física, ingresar en instituciones religiosas y otra enorme cantidad de prohibiciones para “aquellos días de impureza”.

El desconocimiento en materia de salud y sexualidad menstrual es grande. Hay una alianza invisible entre los discursos más despóticos del sistema capitalista y las prácticas más salvajes de la medicina hegemónica, que históricamente capturaron y entumecieron la movilidad del útero, como órgano central para la vida sexual. ¿De qué modo la marea feminista podrá poner freno, y tal vez fin, a esta histórica conquista de nuestros úteros? .

Menstruar es político

Menstruar es un tema complejo con aristas que impactan directamente en la economía, la justicia social, la salud, la educación y el medioambiente.

Vivimos en una sociedad que estigmatiza y medicaliza los cuerpos menstruantes, como si nuestro útero fuese un órgano enfermo que necesitara ser anestesiado cuando sangra. Josefina de 31 años comparte su experiencia: “Estaba cansada de tener que usar óvulos después de cada menstruación. Era fija. Me venía y a la semana siguiente aparecían los hongos. Me moría de la picazón, no podía ni ir a trabajar del dolor que me generaba a veces. Una semana toallitas, a la siguiente óvulos. Así, durante años. Me parecía normal andar siempre con óvulos en la cartera. Hasta que un día cambié de ginecóloga y me hizo una pregunta que me cambió la vida, ¿no serás alérgica? Y sí, evidentemente era alérgica a alguno de los componentes. Dejé de usar descartables y nunca más”.  Frecuentemente, el abordaje de algunos síntomas como la micosis, vaginitis, alergias, picazón, enrojecimiento y los dolores menstruales agudos, suelen ser acallados con fármacos de venta libre. Además, no existen estudios fehacientes sobre los efectos que provoca en la flora y el canal vaginal la exposición prolongada a los químicos que poseen las toallas y tampones descartables de “protección femenina”, como la dioxina y el rayón entre otros.

Sandra Magirena, sexóloga y médica especializada en ginecología infantojuvenil, cuenta que “los tampones están hechos con un material que no es reciclable, altamente contaminante para el planeta, y por lo tanto, podemos repensar si es lo más saludable para el cuerpo, teniendo hoy otras alternativas sustentables y ecológicas. Además, la utilización del tampón intravaginal hace que se modifiquen las condiciones locales de PH de la vagina y en algunos casos puede favorecer el desarrollo de infecciones intravaginales, por eso la recomendación siempre es utilizarlo en un tiempo breve, de no más de cuatro horas”. Entonces nos preguntamos, cuando menstruamos: ¿Cuál es el peligro frente al cual debemos protegernos?

Según los últimos datos que publicó la organización Economía Femini(s)ta en Mayo 2020, en Argentina se producen anualmente 13.200 toneladas de residuos menstruales, provenientes de los descartables, que tardan entre 500 y 800 años en biodegradarse. El ciclo está viciado. Se extraen recursos naturales para la manufacturación de los descartables, que posteriormente vuelven a la tierra en forma de residuo sanitario, dando por resultado una doble contaminación: uterina y ambiental. El modo en que este sistema extractivista convierte nuestros fluidos en desechos tóxicos habla de un modo de entender la vida en desmedro de la vida misma. ¿No es clara la relación entre úteros y territorios? ¿Es posible distanciarse de estas lógicas y menstruar sin contaminar? Si, lo es. Existen métodos de gestión sustentable del sangrado, como las toallas de tela reutilizables, las copas menstruales hipoalergénicas, las esponjas marinas y el sangrado libre. Pero el conocimiento de estas prácticas, y la accesibilidad a estos productos, parece ser un privilegio para pocas personas menstruantes.

En materia económica, los productos de gestión menstrual tienen un IVA grabado del 21%, ¿no deberían tener las mismas exenciones impositivas que sí tienen otros productos considerados de necesidad básica? La inaccesibilidad a productos de gestión menstrual es otro de los factores que profundiza la desigualdad social, y genera ausentismo escolar. Porque no todas las personas menstruantes contamos con los mismos privilegios para gestionar nuestro sangrado. Y, si bien existen dos proyectos de ley nacional para la quita del IVA “a todos los productos de gestión menstrual y su provisión gratuita en escuelas, cárceles, universidades, hospitales y otros espacios comunitarios”, falta abordarlos desde enfoques más integrales.

En materia de educación hemos avanzado mucho los últimos años con la ley de Educación Integral (ESI) que problematiza la visión esencialista de la sexualidad que anteriormente se dictaba en materias como Biología o Ciencias Naturales. Sin embargo, en la última modificación (2019) de los cuadernillos de la Ley de Educación Sexual Integral, los avances específicos en materia de educación menstrual con perspectiva de derechos y diversidades de género, son escasos, considerando que no todas las mujeres menstrúan ni únicamente las mujeres menstrúan, y que hay hombres que también menstrúan.

El autoconocimiento y exploración de la sexualidad y ciclicidad no inscripta en el cuerpo femenino, sino amplificada y diversificada en la multiplicidad de géneros y personas menstruantes posibles, apostaría a otras narrativas quizás utópicas y heréticas, más integradoras. Abordar el ciclo menstrual en nuestras currículas, es importante y necesario, ¿no es es la ESI es el mejor espacio para germinar esta educación erótica y urgente?

La ley de interrupción legal del embarazo, es la urgencia política del presente, sin embargo, es posible ir forjando como comunidad otros debates. La salud menstrual, es uno de ellos

¿Seremos la generación que puede recuperar el reconocimiento y la indagación de la potencia uterina y abrir las preguntas acerca de la relación entre ciclo menstrual y sexualidad? ¿Será este el tiempo de gestar la anti-normalidad necesaria que nos permita sangrar libres de prejuicios, de mandatos, de tabúes y oscurantismos? Tramarnos y acompañarnos en este momento de cambio de paradigma no es sólo necesario sino imprescindible. Cuando decimos “somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar”, agradecemos a Silvia Federici por clavar un puñal en el corazón de la relación capitalismo-patriarcado, y también decimos: somos cíclicas, y esta lucha por la salud menstrual como un derecho nos vuelve históricas, no histéricas.