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Hace no tantos años, se solía presentar la vida cotidiana en la prehistoria con el dibujo de un cavernícola arrastrando de los pelos a una mujer. La viñeta, si bien no aportaba información confiable, cumplía con una mitología: el sometimiento femenino ubicado en el principio de una línea de tiempo, y la violencia del troglodita como destino. El dibujo ha ido a parar al archivo virtual donde el mundo contemporáneo arroja con velocidad inédita buena parte de la educación recibida. Guardarse esas revistas, películas, canciones o libros no necesariamente significa glorificación. La polémica en el marco de una campaña (o clamor) mundial contra las injusticias raciales por el retiro de Lo que el viento se llevó, deja en suspenso una serie de preguntas: ¿Quién construye ese archivo? ¿Hay uno solo? ¿Decapitar estatuas de tratantes de esclavos o colonizadores en manifestaciones populares es lo mismo que solicitarle a HBO que haga justicia? ¿No está inscripto el olvido en el mismo monumento? ¿No estaremos comprando un modo estandarizado del bien, un protocolo de reacción como un fondo de pantalla?

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En el estado de Michigan existe un museo dedicado a documentar el racismo. Su lema es: “Usando objetos de la intolerancia para enseñar tolerancia y promover justicia social”. El foco no está en los victimarios ni en las víctimas sino en objetos tan inofensivos como juguetes, cajitas de té, ceniceros, dibujitos animados… Lo que mueve al archivista, que es historiador y afrodescendiente, es la convicción de que uno de los peligros del racismo es su capacidad de construir estereotipos. No sólo hacia la comunidad oprimida sino hacia la figura del racista, entendido siempre como un troglodita que nunca somos nosotros mismos. La memorabilia donde las personas aparecen representadas como monos, contribuye a rastrear por ejemplo, cómo es posible que aún hoy un 50 por ciento de médicos en Estados Unidos piense que los afrodescendientes tienen más resistencia al dolor.

Entre las atracciones se destaca Mammie, la esclava maternal y picarona presente en un centenar de soportes: jabones, chocolates, muñecas, y que hasta no hace tanto fue la única representación que Holywood habilitó para la mujer negra. Eso sí: la actriz debía ser lo más gorda, vieja y negra posible. Tres atributos de la fealdad según el estándar de pantalla. Aprender a hablar, caminar y gesticular según pautas fijadas por las productoras. Louise Beavers, la criada en la versión muda de La cabaña de Tío Tom y la primera afro en obtener un protagónico, debió someterse a dietas toda su vida para engordar y para dar con la silueta de la “esclava fenómeno” que más tarde mutó en el trasero de Kim Kardashian. En la Argentina conocemos su versión colonial: es la mazamorrera pintada con carbón que en los 25 de mayo tenía menos letra que la amita y los próceres y en Lo que el viento se llevó, Hattie McDaniel le puso cuerpo y primerísimos planos a esa esclava feliz con su lugar en la familia blanca.
El historiador de cine Donald Bogle, en su clásico libro cuyo título es un manifiesto: Toms, Coons, Mulattoes, Mammies, and Bucks: An Interpretive History of Blacks in American Films, demuestra que Mammie jamás existió. Para empezar, mientras hubo esclavitud, sólo las esposas de los ultra millonarios contaban con una esclava doméstica. Y cuando la tuvieron, las muchachas no eran gordas ni viejas: comían poco y mal y el 90% moría antes de los 50 años. Mammie fue creada por la cultura blanca sureña para enmascarar sus atrocidades ante los antiesclavistas del norte. La insistencia en armar un estereotipo de “señorona” venía a enmascarar las relaciones, tanto las consensuadas como la explotación sexual, entre blancos y negras.
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Lo que el viento se llevó, racista en su momento y racista ahora por donde se la mire, particularmente hiriente para espectadores afrodescendientes de su época, es una pieza de museo. Pero además, es el espacio donde la actriz Hattie McDaniel lleva a cabo su gran movida de artivismo. Brilló entonces (primera actriz/actor afroamericano en llevarse un Oscar) y brilla ahora que aprendimos a leer mensajes cifrados. Si juzgamos la actuación por los mandatos de las productoras y por los guiones, advierte James C. Scott en su investigación sobre la performance de los dominados, dejamos afuera la capacidad que tuvieron ciertos actores y actrices para dar batalla a través de sutilezas de su oficio: gestos, tonos y expresión corporal. Volvamos a las secuencia donde aparece Hattie: el ceño constante de su enojo es un legado de insurrección, y el modo, absolutamente atípico en que la criada mira siempre a los ojos a Scarlet, también. ¡Se come la película, hoy más que nunca, como dirían en su época!
Cuando se quita algo del archivo, ¿no se corre el peligro de que el remplazo sea una devastación? Mientras HBO “cancela” esta película (cuyas ventas en DVD aumentan en Amazon), Netflix arrasa con Hollywood, la mini serie donde la corrección política ha tergiversado la historia de la homofobia, el racismo y la misoginia, presentando una versión semi ficcional de los años 50 donde personajes reales como la misma Mc Daniel y Rock Hudson interactúan con personajes que nunca podrían haber existido, consiguen finales felices a la medida de la agenda del presente. ¿No es esta armonía impecable un golpe de marketing al dolor y las luchas atravesadas a lo largo de la historia?

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Por estos días, representantes de dos museos americanos merodean los alrededores de la Casa Blanca donde la gente se estuvo manifestando. Buscan carteles y materiales para serán preservados para exposiciones futuras sobre las protestas de hoy contra el racismo. Mientras tanto las empresas que producen el sentido pop de la vida, escucharon el clamor de sus consumidores. Y entonces el chanchito Helmer ya no usará escopeta para perseguir a su presa. ¿Le daremos a las empresas multinacionales la potestad de administrar el pasado. ¿Y para qué? no¡Puras preguntas! Mejor que esta nota la cierre el señor Derrida: “Los desastres que marcan este fin de milenio son también archivos del mal; disimulados o destruidos, prohibidos, desviados, «reprimidos». Su tratamiento es a la vez masivo y refinado en el transcurso de guerras civiles o internacionales, de manipulaciones privadas o secretas.”