Desde Roma

Al mediodía todavía anda algún exagerado dando vueltas a la Piazza del Poppolo con la bandera tricolor envuelta al cuello, pese a los 32 grados de temperatura que cayeron de golpe sobre la ciudad. Los goles de Totó Schillaci y de Roberto Baggio abrieron el grifo para el despilfarro de alegría por tercera vez en el Mundial, celebración que los italianos aspiran a hacer memorable cuando le ganen la final a Alemania. Pero lodo tiene su parte incómoda. Los tifosi no podrán bañarse en la Fontana di Trevi, todavía con sus mármoles en reparación, y se lamentan tanto como los japoneses de los tours que ignoran olímpicamente que aquí se está disputando un campeonato del mundo.

Sin embargo, la euforia dura solamente una noche. Cuando Italia gana. Y para el ciudadano común, el Mundial es sólo una atracción turística más de un país que ofrece cultura, historia y paisajes a sus visitantes. Después de quince días en Italia, de haber recorrido varios cientos de kilómetros en auto, avión, tren, tranvía y bus, el cronista se acostumbró a hacerse entender en la lengua local. Lejos, todavía, del Dante, pero cerca del hombre de la calle, uno se entera que "para mi el Mundial no significa demasiado. Veo los partidos por televisión pero no puedo ir al estadio ni salir a festejar porque me sorprende en horario de trabajo", explica Antonello Zumpano, un napolitano de 25 años, camarero del bar La Academia, sobre Via Tritone, en pleno centro histórico. Lino Palermo, dueño de varios hoteles de mediana categoría, opina que "no vino tanta gente como esperábamos. Aquí, los turistas clásicos vendrán después del Mundial, cuando ya no tengan peligro de los hooligans que asustan mucho al turista. Italia es el país más caro de Europa y se necesita cierta seguridad para no perder el dinero". Los precios de Roma aumentaron un 10 por ciento en la semana previa al Mundial, intentando un mayor enriquecimiento ante la supuesta llegada masiva de visitantes. Lejos de pensar en una rebaja después de la final del 8 de julio, el gobierno estudia un aumento en las naftas, el tabaco y el alcohol, según anunció Guido Carli, ministro del Tesoro.

La discusión de los italianos sobre el problema que ahora debe enfrentar el técnico de la nazionale, Azeglio Vicini, para mantener a Baggio —vendido en 23 millones de dólares por la Fiorentina a la Juventus— y a Totó Schillaci —su futuro compañero en el equipo de Turín—, sacrificando a Donadoni —diez días parado por una lesión— a la estrella de la Sampdoria, Gianlucca Vialli, muere rápidamente en cuanto se enteran del conflicto creado en el diálogo entre la Cofindustria —ente que agrupa a los capitanes industriales— y los tres sindicatos italianos. Los trabajadores preparan un "Sciopero genérale" —huelga general— tras romper ayer el diálogo en la trataliva por un nuevo convenio de recomposición general.

Los revendedores de entradas para los partidos de Italia ofrecen las mejores posiciones en el estadio, que uno comprueba recién dentro del Olímpico, a 120.000 liras, 100 dólares exactos. No está mal, si pueden colocar el talonario comprado en su momento a la mitad de precio. Para vivir en Italia un matrimonio con dos hijos está obligado a trabajar hombre y mujer por un estipendio mensual promedio de millón y me dio de liras y "non fare niente'', dice Paolo Vietri —un empleado de correos—. Ese es el sueldo mínimo, alrededor de 2.500 dólares mensuales, y hay que mantener dos hijos, pagar un alquiler que ronda las 600.000 liras y mantener uno o dos autos, cosa indispensable para moverse. Un joven recién salido de la escuela secundaria encuentra trabajo firmando su primer contrato social por 1.100.000 liras, algo menos de 1000 dólares. Después, si quiere escalar socialmente, debe pasar indefectiblemente por la universidad o dedicarse a la mediana empresa y hacer posible "el sueño italiano" que concretó, por ejemplo, Beneuon, en la posguerra. Con aquel sueldo de poco menos de mil verdes, aun ragazzo de 18 años le alcanzará para costearse los estudios, mantener un Fiat Panda, versión más espaciosa del 600, y asistir regularmente a las discotecas más caras de Roma. En Gilda, ubicada a dos cuadras de Piazza Spagna, o en Nolorius, cerca de Piazza San Silvestre ambas en el centro histórico, la entrada le costará 30 dólares y no menos un jugo de naranja. Ni hablar de alguna bebida alcohólica, siempre y cuando no sea un día de partido, en que está prohibida la venta.

La que está haciendo gran negocio con el Mundial, como se preveía, es la televisión. Sólo basta ver los promedios de televidentes de cada partido para comprobar que el número de anunciantes aumentó considerablemente y que apareció en programas como "Italia '90", "Proceso al Mundial", "Telemundial" de una hora de duración donde se emite la reseña del día. Los partidos que jugó Italia tienen un promedio de 20 millones de espectadores en un país de 57 millones. Pero ayer fue un día ingrato para la TV. Después de 8 años ininterrumpidos, terminó "Dinastía", que tanto dio de comer al Canal 5. También terminaron los actos de celebración de los 70 años del impagable Alberto Sordi, quien ya pertenece al inventarío de Roma. Albertone, tifosi declarado de la Roma, como Víttorio Gassman, no pierde partido de Italia en el Olímpico y hasta descuidó en su momento su aniversario para pedirle a Vicini que incluyera a Baggio en el equipo titular. El único programa que le hace sombra al Mundial en la caja boba es "Brutto corpo" que emite Canal 50 y cuya temática es mostrar cuerpos bellamente formados de señoritas sin escrúpulos en escarbar los cerebros de los televidentes de la medianoche. Pero si no hay fútbol, si no hay señoritas, la RAÍ puede sorprender al recién llegado con "Andrea Celeste" o con una insoportable novela de Silvia Montanari y Pachi Armas, en horario central.

Así, en Roma se espera el 8 de julio. Tienen entre las cejas a Alemania. Después, los más jóvenes tendrán ocasión de ver a Madonna, que se presentará aquí los días 10 y 11, y el 25 llegarán los Rolling Stones en la fase final de su gira europea. Para esa fecha, Roma estará cerrada. Comienzan las vacaciones y será la época de tomar el avión a Canarias para los más pudientes o ir a la costa adriática, sobre todo a Rimini, ciudad natal de Federico Fellini, quien todavía no habló pestes del Mundial.

Para ese entonces, quizá, los lavoratori habrán terminado los arreglos de la Fontana di Trevi para el tardío festejo de ese exagerado que todavía anda con la bandera al cuello. En una de ésas, se encuentra de nuevo con Mastroianni y Annita Ekberg para un baño voluptuoso. En Roma, todo es posible.

* Texto publicado por Página/12 durante el Mundial de Italia 90.