Muchas veces me he sentido particularmente gratificada y hasta bendecida por algún hecho que, fruto del azar o del destino, se cruzó en el camino de mi compleja, ardua y hermosa vida.

Alguna vez escribí una solicitada en la que afirmaba que no pedía que me comprendieran, ni que fueran tolerantes conmigo, ni que me aceptaran. Exigía que simplemente se me respetara como se respeta a cualquier ser humano por el sagrado hecho de serlo. Pasan los años y a pesar de contar con leyes que nos amparan y nos representan, la violencia contra nosotras sigue creciendo.

Al comenzar utilicé las palabras azar y destino, pero a partir de ahora, reemplazaré estos dos ambiguos términos por otros mucho más palpables y reales. Hablaré de causas, de lucha, de personas, de valentía política.

Es tiempo también de seguir hablando de la lucha, de la mía y de tantas travestis nobles, sin otra ambición que la de ver triunfar los sagrados valores de la tolerancia y el respeto. No quiero extenderme en autorreferencias, pero está claro que el amor público que hoy alimenta mi vida y mi carrera lejos está de los durísimos, humillantes momentos que viví cuando el único canal de expresión de mi dolor eran mi almohada y mi espejo. Muchxs hoy quizás vean en mí una vida llena de “privilegios”. Pero mi camino no fue un lecho de rosas, tuve que pelear muchas batallas. En mi cuerpo llevo grabadas cada una de las cicatrices que ellas dejaron. Hoy puedo decir que las llevo con orgullo porque me dieron sabiduría y me ensañaron a no detenerme por nada ni nadie. Construí mi propia revolución en contra de esta sociedad injusta desigual y patriarcal. Ese fue mi desahogo, mi furia trava. Y, sin embargo, apenas las heridas vuelven a sanar, se abren de nuevo. No cicatrizan jamás y el dolor es eterno. Esas niñas rotas heridas y lastimadas que fuimos no encuentran paz ni tolerancia en ningún contexto, ni allá en el pasado ni aquí en el presente.

Es volver una y otra vez al punto de partida. Mientras escribo esta columna, un seguidor de Instagram me comparte un link que me lleva al año 97. Mis primeros pasos en la televisión, una de mis primeras entrevistas con el conductor y periodista Mauro Viale. Con una incipiente carrera y viviendo en un mundo sin redes sociales, eran fundamentales las entrevistas para cualquier artista en ascenso. ¡Imagínense mi ilusión! Para mi era como ir a lo de David Letterman (salvando las distancias). Les hablo del año 1997 piensen que nosotras no teníamos acceso a este mundo. Fue una de las entrevistas más humillantes, violentas y discriminatorias de la historia de la televisión. Tenía tan solo veinte años. Toda la expectativa y la ilusión se convirtieron en un instante, en mi peor pesadilla. Hoy en día lo que me pasó tiene un nombre: se llama “violencia de género”.

Este “señor”, si se lo pudiese llamar así, me escupió toda su furia patriarcal en la cara frente a millones de televidentes. Estábamos en un estudio muy grande y había mucha gente: camarógrafos, productores, maquilladoras. Nadie hizo nada. Nadie me defendió. Nadie se solidarizó conmigo. Recuerdo cuando me fui, subo al taxi y temblaba (esto nunca lo conté), no podía parar de temblar. Me sentí muy sola, más sola que nunca. Tratada como una paria, como una persona sin derechos. Hoy, al ver esa entrevista en YouTube quiero abrazar a esa niña. Verme ahí desamparada es ver a muchas compañeras que todavía hoy, 2020, siguen muriendo y sufriendo agravios, burlas y desprecios. Krishnamurti decía: “No es saludable estar tan bien adaptado a una sociedad profundamente enferma”.

Hay que curarse, hay que cerrar heridas, hay que entender que el derecho a la vida no lo definen nuestros genitales.

Hoy tengo una voz, hoy puedo levantar mi documento con los mismos brazos que nunca bajé, hoy puedo mirar a mis hijos a los ojos y contarles mi historia con orgullo y llorar con lágrimas que son de emoción, pero que alguna vez fueron de incertidumbre y de dolor. Hoy puedo ser Florencia Trinidad con orgullo porque hay gente que luchó en silencio, que invirtió su tiempo en batallas cruentas y que lograron objetivos importantísimos. Personas sabias y valientes que supieron que cuando una causa es justa, el triunfo es bueno para todxs. 

Furia Trava.