Hollywood perdió a uno de sus directores más representativos de la década de 1990. Aquellos fueron años de salas programadas con thrillers judiciales y corporativos, policiales sórdidos, dramas oscarizables y la consolidación de los arrumacos de los estudios con el universo de los comics. Joel Schumacher supo moverse a lo largo y ancho de ese espectro ocupando la silla plegable en las risibles Batman Forever y Batman & Robin, pero también en títulos como Línea mortal, Todo por amor, Tiempo de matar y Un día de furia, quizás el trabajo más conocido y popular de su filmografía. Una de las tantas víctimas de la lógica cada día más excluyente de una industria abocada al cine de gran espectáculo, Schumacher estaba retirado de los sets hacia un buen tiempo, y en los últimos años luchó contra el cáncer, una batalla que perdió definitivamente este lunes por la mañana, a los 80 años. 

La carrera de Schumacher, sin embargo, empezó por el lado de la moda. A principios de los ’70 partió a Los Ángeles para dedicarse al diseño de vestuario en películas como El dormilón e Interiores, de Woody Allen, y empezó a escribir guiones de proyectos menores, hasta que en 1981 debutó como director con la comedia The Incredible Shrinking Woman. Su nombre empezó a sonar cuando cuatro años después filmó St. Elmo's Fire, un coming of age protagonizado por varios de los actores jóvenes más importante de la época (Demi Moore, Emilio Estevez, Rob Lowe y Ally Sheedy) que marcaría una constante en su carrera: críticas flojas pero una taquilla aceptable para producciones que costaban un vuelto de lo que cuestan hoy. Lo mismo pasó con Línea mortal (1990), aquel thriller en el que un grupo de estudiantes de medicina realizaban experimentos para saber qué hay después de la muerte. En 1993 fue el turno de Un día de furia, que tenía a Michael Douglas en la piel de un ciudadano normal que se rebelaba violentamente contra su entorno y se convertiría en uno de sus títulos más recordados.

Pero Schumacher pasará a la historia como el responsable de Batman Forever (1995) y Batman & Robin (1997). Devenida en objeto de consumo irónico, la primera tenía a Val Kilmer reemplazando a Michael Keaton en el rol estelar y fue, otra vez, un fracaso crítico pero éxito de público al conseguir el mejor arranque en taquilla del año y la sexta mayor recaudación anual de todo el mundo. Distinto fue con la segunda, ahora con George Clooney vistiendo la calza negra, lapidada por la prensa y espectadores y, por lo tanto, clausura definitiva del proyecto de una tercera entrega a su cargo. Tiempo después reconocería que no satisfizo a los fans por haber intentado suavizar la oscuridad de Batman volviéndolo más “amigable”.

Siguieron varias películas mejores y peores, siempre menores: el thriller con Nicolas Cage 8mm (1999), la comedia dramática con Robert De Niro y Phillip Seymour Hoffman Nadie es perfecto (2000), el drama bélico Tigerland (2000), que catapultó a la fama a Colin Farrell, y Malas compañías, una de las apuestas comerciales más fuertes del verano boreal de 2002 que, sin embargo, fracasó con ruido. Su última aparición en la cartelera argentina sería en 2007 con un nuevo thriller, Número 23, con Jim Carrey. La dirección de algunos episodios de House of Cards concluyó la carrera de un director cuya filmografía es también el registro de una época.