Cruzó el Río de la Plata sólo por un par de horas, y no paró de dar entrevistas, una detrás de la otra. Tenía que regresar a Montevideo para el estreno, anoche, del espectáculo coreográfico Hamlet ruso junto al Ballet Nacional Sodre (BNS), la compañía estatal que dirige desde 2010. Cuando Julio Bocca recibió el ofrecimiento de hacerse cargo del elenco, el grupo atravesaba un período de estancamiento. En poco tiempo y con condiciones de trabajo claras, que el gobierno uruguayo decidió garantizar, el artista argentino que conquistó el mundo produjo un cambio asombroso. Aumentó el tiempo de entrenamiento y clases de los bailarines llevándolo a casi ocho horas diarias, diseñó una programación que combina clásicos y obras modernas y contemporáneas, aumentó el número de funciones anuales y atrajo a un público diverso que suele agotar las entradas. Cada ballet que presentan realiza un promedio de doce funciones (¡algunos hasta dieciséis!), algo impensable aquí. Además, realizan giras por el exterior y por el interior del país, y reciben a destacados maestros y bailarines de la escena mundial para perfeccionar a los integrantes del grupo. De esta manera, Bocca, durante veinte años estrella del American Ballet Theatre de Nueva York, imprimió al BNS un ritmo y un nivel que nada tiene que envidiar a las mejores compañías del mundo. Y no dejó de fomentar el contacto con la comunidad local: para cada espectáculo que se monta en el renovado Auditorio del Sodre se reservan entradas para escuelas y distintos sectores sociales en situación de vulnerabilidad, sin acceso a este tipo de propuestas.
En Buenos Aires, la compañía uruguaya dará cuatro funciones (del 10 al 13 de mayo) en el Teatro Opera del Hamlet ruso, del coreógrafo Boris Eifman. La obra se basa en la tragedia del príncipe Pablo, apartado del poder por su madre, la emperatriz Catalina la Grande, quien mandó asesinar a su esposo, el zar Pedro III, para perpetrarse en el poder. Esta trama sobre la ambición y la locura con reminiscencias shakespereanas (aparece el fantasma del padre, hay una representación de una compañía de cómicos) está ambientada en el siglo XVIII, con música de Beethoven y Mahler. Pablo, testigo de la muerte de su padre siendo un niño, asumió el poder después de la muerte de su madre y sólo reinó cuatro años antes de ser a su vez asesinado. El pueblo lo bautizó el “Hamlet ruso”. Abrumado, apartado del poder, testigo también de los crímenes y las traiciones del reinado de su madre, también sufrió la muerte de su esposa pergeñada por Catalina, quien veía en ella una amenaza. Pablo quiso vengarse pero tanto horror vivido trastornó su mente.
Bocca conoce muy bien la obra: la bailó en Nueva York, en San Petersburgo y en Buenos Aires con la compañía de Eifman. En el Luna Park, protagonizaron en el 2005 un suceso: muchísimo público, elogios de la crítica y escenas de gran belleza plástica como cuadros en movimiento. Coreógrafo de la Academia de Vaganova y de la Escuela de Ballet Kirov, Eifman fundó su propia compañía en 1977 para romper con las reglas del academicismo ruso y desarrollar su propio estilo. “El verdadero arte comienza más allá de las palabras, cuando el silencio se instala –afirmó–. Todo reside en la estética, pero la belleza formal del gesto no es un fin en sí. Eso no significa que la cualidad plástica de la coreografía sea menos importante que encontrar una cierta intensidad dramática en las situaciones”.
Cuando habla, Bocca no se apura, como quien está haciendo lo que quiere hacer y lo transmite con serenidad. “Es la tercera vez que vamos a presentarnos en Buenos Aires, pero la primera con un ballet completo. Antes lo hicimos con programas mixtos formados por obras cortas. Esta es una gran producción y quería traerla porque es algo distinto de lo que suele verse acá. No es una típica obra de danza clásica: tiene una base clásica pero suma elementos contemporáneos, modernos y hasta de artes marciales. Para el elenco implica una gran exigencia técnica, resistencia física y una carga emocional muy intensa. A los personajes les pasa de todo. Es muy teatral. Tiene mucho cambio de vestuario y no da tiempo a nada. El protagonista es un ser muy atormentado, con una relación de amor y odio hacia su madre, de quien no puede desprenderse”, asegura. El vestuario y la escenografía fueron creados en Lituania y Eifman confía plenamente en la capacidad de Bocca y su equipo para interpretar su creación. “Somos nosotros mismos los maestros repositores”, cuenta. Potencia en los bailarines masculinos, delicadeza en las intérpretes; escenas lentas, escenas veloces y con ritmos bien marcados; levantadas; fuerte expresividad en los rostros: todo esto combina la propuesta que, según Bocca, le calza a la compañía a la perfección. “Es una carta de presentación que queremos llevar a muchos países. No es algo que se suele ver”, cuenta.
Actualmente el BNS está formado por 67 bailarines (no todos uruguayos) que integran distintos repartos; algunos con más funciones que otros, pero todos con la capacidad de interpretar la obra que están presentando. “Todos tienen que tener la posibilidad de bailar frente al público después de haber trabajado en una obra y de haber alcanzado un muy buen nivel. Es fundamental que cada título tenga muchas funciones para que los intérpretes maduren sus personajes y todos puedan participar. Además, cada espectáculo que hacemos reserva entradas para personas que no tienen acceso a la danza, desde chicos de escuelas rurales hasta madres solteras en situaciones difíciles”, explica. En tanto director de una compañía nacional, Bocca es claro: “Todo lo que hacemos y tenemos viene de los impuestos que pagan los ciudadanos. Es un ida y vuelta con la sociedad. Tenemos que devolverle a ellos lo que nos dan”.
–¿En qué estado estaba el BNS cuando asumió su dirección? ¿Cómo fue el proceso de transformación?
–Fue arrancar de cero, aunque es una compañía que tiene más de ochenta años, con toda una historia. Lo lindo fue ayudarla a renacer, a generar a cosas nuevas y diferentes a las que se venían haciendo. Generamos un cambio grande. Yo expliqué mi forma de trabajar y cómo había que funcionar para lograrlo. Tuve el apoyo de todos, desde el presidente de la República, Pepe Mujica, para abajo. Me dieron total libertad para alcanzar el lugar donde estamos hoy: siete horas y media de trabajo diario entre clases y ensayos, como en cualquier gran compañía del mundo, para garantizar el crecimiento de los intérpretes y el conocimiento del propio cuerpo. Programo una temporada rica, con muchas funciones, actuamos dentro y fuera del país, invitamos a maestros extranjeros, conectamos a la compañía con el mundo. Es muy distinto a lo que pasaba antes. En el ‘71 se incendió el Teatro Sodre, el ballet no tenía una sede fija y el público había perdido el hábito de ir a ver ballet. El Auditorio donde funcionamos recién se inauguró en 2009. Fue increíble la respuesta del público: ya en 2010 arrancamos con entradas agotadas. Es que había interés por ver qué era lo nuevo que se estaba generando; qué era lo que yo estaba haciendo. Con el tiempo fuimos sosteniendo y consolidando el nivel y la calidad, no sólo de los bailarines, sino de las producciones en general. Actualmente, nuestros talleres están realizando telones del ballet El corsario para vender al Ballet de Hong Kong en octubre. Tratamos de generar en el país casi todo lo que forma parte de las producciones y se están abriendo mercados afuera. Esto es importante porque genera ingresos para el Sodre.
–En la gestión de Pedro García Caffi como director del Teatro Colón le ofrecieron dirigir el Ballet Estable. ¿Su rechazo tuvo que ver con que las condiciones que usted planteó no estaban aseguradas?
–No tuve la seguridad total de que iba a poder trabajar como yo quería. En Montevideo ,por ejemplo, a poco de asumir, hubo un paro en el Teatro pero igual hicimos la función. Me junté con el sindicato y los trabajadores leyeron el reclamo antes de la función. Era importante que plantearan sus necesidades y que nosotros, que veníamos trabajando hacía casi dos meses, también pudiéramos hacer nuestro trabajo. Me pareció bueno reclamar mostrando también el trabajo hecho. Cada uno era libre de bailar o no, y todos eligieron hacerlo. Creo que fue un apoyo a otra forma de encarar las cosas. Para gestionar y crear espectáculos de calidad necesitás un apoyo total. Tiene que haber una prioridad, una decisión política de querer hacer un cambio cultural. Imaginemos escuelas donde, desde los primeros años, los chicos tengan acceso a un desarrollo artístico con talleres de danza, de música, de plástica, de teatro. Y que todo esto sea parte de la vida cotidiana, los acerque a otra dimensión de la vida.
–¿Qué expectativas le genera la reciente llegada de Paloma Herrera a la dirección artística del Ballet Estable del Colón?
–Espero que tenga el apoyo necesario para hacer lo que se proponga. La conozco y sé que va a estar a ciento por ciento ahí, con toda su energía. Tiene carácter, muchos contactos internacionales, es muy querida en todos lados. Ojalá consiga la cantidad de funciones anuales que el Ballet del Colón se merece. Que el ballet no vende es mentira. Tiene que tener el nivel que se merece para vender, convocar público, y hacer la misma cantidad de funciones y de obras por año que la ópera, por ejemplo. No menos. Y espero que también la apoyen los bailarines. Ojalá puedan abrir un nuevo camino, algo distinto a lo que se venía haciendo. Y queremos hacer cosas juntos.