El dibujo muestra una mujer con sus hijes, de espaldas, que se enfrentan a una puerta grande. No tiene texto. Es la primera viñeta de una historia construida colectivamente. En la segunda viñeta, está dibujada una mujer con pollera verde, y en el globo del diálogo no hay palabras, sino la cara de otra mujer. El texto dice: "Ella llega cargada de angustias, siente el miedo cuando abre la puerta. El terror la va cubriendo. Un nudo en la garganta no la deja articular las palabras". La producción --que ilustra esta nota-- se realizó en el Centro de Protección Alicia Moreau de Justo, que depende de la Secretaría de Género y Derechos Humanos de la Municipalidad de Rosario, hay 50 plazas. Llegan mujeres y niñes en situaciones extremas. El camino que recorren allí puede ser el primer paso hacia una vida autodeterminada.

No es nada fácil: dejar tu casa porque tu vida corre peligro, juntar unas pocas cosas y trasladarte con tus hijes a un centro de protección --o refugios, como se les decía hace unos años. La incertidumbre, la falta de ingresos propios, la necesidad de rearmar un proyecto de vida. Los miedos. Lo que vive esa mujer es inimaginable para quien no esté en sus zapatos. Aunque hay quiénes sí lo conocen: hay profesionales y trabajadoras que acompañan esos procesos con estrategias creativas para que la subjetividad dañada de quien ha sufrido violencia --y busca salir de ese círculo-- pueda rearmarse.

Desde que se declaró la pandemia, la trabajadora social Romina Marucco comenzó a cumplir tareas en el Alicia Moreau de Justo. "Me interesaba conocer la narrativa de las personas que estaban transitando los centros de protección, cómo es estar ahí, más allá de la escucha profesional quería que salieran otras cosas, qué les había parecido cuando abrieron la puerta, qué encontraron. Cada cual fue contando una parte. Lo que hicimos una especie de mamushka, pero no en el sentido del maternaje, sino que uno pasa por el cuerpo del otro y se hace cuerpo con la otra persona", relata Romina, activista feminista, integrante de HIJOS desde su creación, una locomotora de proyectos para habilitar palabras que no han sido suficientemente escuchadas y trabajadora de la Dirección de Diversidad Sexual, que pertenece a la Secretaría de Género y Derechos Humanos.

Lo que le interesa a Romina Marucco es el trabajo colectivo, y así se hizo la historieta, con la colaboración de Sabrina Gullino

Lo que le interesa a Romina es el trabajo colectivo, y así se hizo la historieta que acompaña a esta nota, con la colaboración en el diseño de la comunicadora social Sabrina Gullino, también de HIJOS. "Lo que salía de ese trabajo narrativo lo reunimos en un solo guión, lo contamos en primera persona. Somos cuatro o cinco personas que nos hacemos cuerpo en una encontrarse en este lugar en común, para poder pensar en los lugares a transitar para no tener que volver acá, para poder pensar en otro tipo de parejas, para pensar en la sexualidad", rememora Romina sobre el trabajo realizado.

Apenas llegaron, las mujeres alojadas en el Centro de Protección no podían hablar, estaban muy angustiadas, tenían ganas de llorar. En el grupo había una chica trans, activista, y su presencia influyó en la forma de repensarse. "Hablamos de lo que les pasaba por el cuerpo al conocer por primera vez una persona trans. Su presencia dejó marcas y, por su activismo, muchas herramientas grupales", rememoró Romina.

Tiempo, dedicación a la tarea, recursos de todo tipo para apuntalar ese proceso, son algunas apuestas para que el paso por el Centro de Protección no sea un paréntesis entre violencias.

En la segunda viñeta, hay mujeres sonrientes y chiques jugando. "Cuando su cuerpo para de temblar hace tres pasos cortos y se presenta. Se arrima al murmullo de una charla. Y cuando, por fin, puede escuchar, comienza a sentirse identificada. De a poco empieza a encontrarse a sí misma", es el texto.

"La violencia te desordena la vida. Quienes llegan a los centros sufrieron una violencia fundacional, que es la económica"

Haber transitado por allí también les permitió entender "cómo se hacen los cuerpos, y al género como un sistema opresor", relata Romina. "Pensar lo trans también permitió ver que existen diferentes tipos de mujeres. Entonces, para pensar las violencias machistas, no en categorías cristalizadas, sino poner esos lugares en movimiento, observar la politicidad del cotidiano", plantea Romina sobre el proceso.

Romina considera que "en un centro de protección, desde el día cero hay que trabajar el egreso". ¿Qué significa eso? Brindar herramientas para que las personas puedan salir hacia otro lugar. "Cómo no quedarse en esos lugares que propone el agresor. ¿Qué es la víctima? ¿qué sos? ¿sos víctima nada más o sos una persona que transitó por esto y pudo sacar lo que aprendió?", son algunas preguntas que plantea la trabajadora --no necesariamente en esos términos-- para movilizar una nueva posición.

La agencia de cada persona, su posibilidad de hacerse cargo y transformar su realidad, es una premisa fundamental. "Es un trabajo que es difícil pero hay que hacerlo, para anticiparte a nuevas situaciones de violencia, para que se te prendan las alarmas cuando alguien quiere determinadas cosas", plantea Romina, quien recuerda por si hace falta que los femicidios son el límite extremo de una larga cadena de violencias. "No se llega hasta ahí por un estallido inmediato", subraya.

Por eso, trabaja desde la premisa de crear "un espacio de reflexión, de acción, donde uno pueda a poner a jugar todo esto. Estás en un espacio suspendido, por fuera de la ciudadanía, viviendo en este lugar con un montón de gente más. El tiempo en el que estás ahí es para trabajar eso, para no volver a pasar por los mismos lugares y llevarte algo diferente", postula la trabajadora social.

La mayoría de las personas que llegan a los centros de protección son pobres, no tienen recursos materiales para conseguir otra casa donde vivir. "Una de las cosas que tiene la violencia es que te desordena la vida. Las que llegan a los centros llevan toda su vida sufriendo una violencia fundacional que es la económica", puntualiza Romina, quien ejemplifica: "Esas personas, que tienen para hacer un guiso a la noche, que duermen hasta la tardecita para ahorrarse comida. De repente te piden en un centro de protección que hagas cuatro comida diarias. Eso implica pensar una cotidianidad diferente".

Romina trabajó durante años en instituciones de Barcelona que asisten a mujeres que sufrieron violencia. Considera esencial que haya "articulaciones con la Dirección de Empleo, pensar espacios laborales para personas en contextos de violencia machista, con un buen trabajo en los centros de protección. De ahí se tienen que ir con la herramienta de dormir casi toda la noche", cuenta con simpleza. La violencia te quita algo tan simple como el sueño.

La última viñeta muestra a una chica con un vestido azul y otra persona con atuendo deportivo negro. "Se corta el pelo, cambia su vestimenta al abrigo de un cosquilleo de libertad. Se siente protegida y va creciendo con las palabras de las mujeres y disidencias que están en su lucha por una vida sin violencias", dice el texto de cierre de este trabajo que se llama "Un nuevo comienzo".