“Mabel es una desclasada” dicen algunos militantes refiriéndose al sector que económicamente se encuentra ubicado en la clase media —lugar simbólico y cultural al que se accede por la capacidad de consumo— y se caracteriza por no reconocer su identidad de clase, defender intereses que no le pertenecen y rechazar las diversas conquistas sociales alcanzadas por el peronismo.

Así como ayer “doña Rosa” era la categoría que representaba -de forma negativa- a los sectores analfabetos que no poseían ninguna instrucción pública. Hoy, “Mabel” es el nombre con que se reconoce a la operación de sentido que tiene como resultado final la colonización del sentido común. Pero también, es una forma de ridiculizar a un otro -distinto a mí- apelando a un tipo de falacia ¿Cómo es esto? Fácil. Si dicen que “el peronismo en 70 años en el poder no ha hecho nada”, se le responde: “Mabel, si tanto odio le tenés al peronismo, por qué no devolvés el aguinaldo que se ha ganado con Perón”.

¿Qué se logra con esta ridiculización? Lo opuesto de lo que todo militante que busque convencer debe hacer o, acaso, alguna vez vio algún Testigo de Jehova o evangelista -a nuestro entender, los ejemplos de militantes- riéndose de que usted sea católico a la hora de persuadirlo para que abandone sus atributos sagrados? Nunca, porque la burla solo provoca lo contrario de lo que se anhela.

Por ello, la comunicación como herramienta política debe ocupar un lugar fundamental en la capacitación del siglo XXI. Porque la comunicación se ha convertido en el eje sustancial que cruza de forma transversal a todas las áreas del Estado. Pero también, demuestra que es la puntada final que le faltó dar a los proyectos populares para ganar la batalla cultural, hegemonizar el escenario en el que se dirime la imposición por el sentido común y que tanto se necesita para cerrar la famosa grieta que violenta a los argentinos, manteniendo discusiones estériles que, muchas veces, nada tienen que ver con quiénes son.

Si entendemos al peronismo como la mayor expresión política de los sectores que más necesidades tienen, del mismo modo, la comunicación que este movimiento de masas propugna tiene que ocupar un lugar central, no solo para que se aprueben leyes en contra de los grandes monopolios y lograr la representación, al mismo tiempo, de los intereses de los de abajo, sino también, para que se establezcan los lineamientos básicos para todo aquel que luche por la unidad de los pueblos.

Hay que enseñar a dejar de pisar el palito. ¿Cuándo se lo hace? Cuando se cae en la trampa de los grupos de poder que buscan, constantemente, polarizar al electorado haciendo que de un lado y del otro, se bajen el precio arrojándose con denigraciones de todo tipo. Hay que cerrar la grieta y, la única manera, es apelando a la empatía, poniéndose en el lugar del otro, identificando sus deseos, aspiraciones y proyectos de vida.

El arte de la persuasión no es un juego infantil. La política es una cosa seria, porque ella es quien determina quién come, quién se educa, quién puede ascender socialmente y hacia el bolsillo de quién van a parar las transferencias de ingresos. Y eso es central para determinar en qué país queremos vivir, con qué grado de justicia social, qué valores éticos serán culturalmente aceptados. Hasta que no entendamos que acá no hay un ningún River y Boca, -solo hay una selección que necesita ganar-, los proyectos nunca avanzarán y tanto “Mabel” como el que se burla de ella, serán también responsables de que esto así sea.

Antonio Colicigno es Magíster en Políticas Sociales (Grupo Artigas)

Mauro Brissio es Magíster en Comunicación (Grupo Artigas)