“Yo nunca en mi vida he tomado decisiones”, afirma con determinación Paco Giménez. Uno de los mitos en torno a este indiscutible del teatro es que él nunca ha iniciado nada, siempre ha “cedido a la tentación” de quienes lo vienen a buscar. Las cosas simplemente “le suceden”. Este creador cordobés que se encuentra produciendo escena desde los años 70 dice no reconocerse como un director ejemplar, sino como alguien con una manera de hacer y eso transmite. Cuando piensa su teatro raramente habla de estéticas y tendencias. Prefiere describir encuentros y personas.

Giménez se presenta a sí mismo como Licenciado en Interpretación Teatral, egresado de la Universidad Nacional de Córdoba en una época en la que fueron más frecuentes las asambleas que las clases. Hoy maestro de actrices y actores, profesor de esa universidad reconoce al teatro como algo móvil que debe permanecer en revisión constante. Considera que el artista no reproduce la cultura y el arte como constructos fijos, sino que los va moldeando según contexto, modo y uso. También considera que la paciencia es la clave para poder transitar los procesos de creación y que la siesta es sagrada. Para que vaya a un ensayo debe programarse antes de las 13 o luego de las 17. Llamar por teléfono siempre después de esa hora. Y los horarios de paseo de los perros no se negocian.

La casa color mostaza de graffitis con palmera que asoma en la calle Fructuoso Rivera 541 es La cochera, su sala teatral en Córdoba Capital , activa desde el año 1984, fundada al regreso de su exilio en México. Desde entonces y hasta hoy es el hogar de la experimentación teatral que se tensa entre la renovación y la tradición. Lo reconocen como un lugar de tránsito, pero también para ubicarse, maniobrar y conformar mirada. En muchos casos incluso es el lugar para dormir cuando hay que paliar la necesidad. También un espacio para hacer teatro y para vivir: “Yo mismo soy una cochera, un lugar de estacionamiento. Hay cochera por horas y hay pensión. Tengo pensionados, que es la gente que me quiere y que yo quiero, que está ahí desde hace mucho tiempo”. En los códigos de ese espacio un actor es sencillamente alguien que quiere actuar y una obra es la sumatoria de la experiencia de cada uno de los que ha elegido ser parte de esa vivencia compartida.

El segundo mito es que Paco hace las obras que quiere hacer la gente que lo busca. Especie de poética del encuentro. Las personas que lo rodean dicen que no hay palabras de este mundo para definir todo lo que ha pasado en La Cochera. En cada una de sus eras ese espacio albergó la “metodología paquiana”. Una forma de decir las cosas entre la simpleza pura y lo medular. Sus modos de hacer y guiar aglutinan toda la complejidad que puede haber dentro de lo simple. Una irreverencia noble atraviesa su mirada acerca de la escena. Dice dudar de los materiales que emergen de la “teatroteca” (lugar donde se indica cómo “hacer teatro”) y prefiere confiar en “inventar teatro” en cada nuevo proceso. En vistas a esa invención, La cochera -con más de 50 obras producidas en 36 años de actividad ininterrumpida- es el laboratorio de experimentación. Como director y formador se desempeñó en diversas provincias. En Buenos Aires dirigió desde 1990 y hasta hace algunos años el grupo La Noche en Vela. Manjar de los dioses, Ganado en pie, Rodocrosita, La Charada, La siesta sagrada son algunas de obras emblemáticas del teatro argentino de los últimos 50 años y todas han sido dirigidas por él. Materiales diversos, para ver más de una vez, en que el caos inicial permite intuir un orden invisible.

Entre sus consumos culturales solo declara la televisión, pero cita libros al infinito. El encuentro con los demás lo convirtieron en el temerario que llegó a ser: “Aunque era un ignorante tenía un genio personal. Cómo deseo, cómo amo, cómo son mis gustos sexuales. Un concierto entre esas cosas me hizo ser un temerario”. Piensa su creación para transmitirla con transparencia y no teme cuestionar la mirada teatral centrada en la dirección. Paco dice que tomar un material difícil es como encontrarse con alguien importante que uno no conoce y no se sabe bien cómo reaccionar: ¿hay que invitarlo a comer o no? Frente a nuevo abordaje de un mundo, al principio de un proceso de creación, el punto de partida puede surgir de todo tipo de materiales: una telenovela brasilera de gran éxito, una obra de Pasolini, una frase nacida en un texto de Roberto Arlt o un documental de Animal Planet.

Foto: María Palacios

Las cosas que ha hecho, en gran parte, fue dejándose llevar por la corriente. Y esa corriente suelen ser los grupos de teatro. Reconoce ciertas claves a partir de la elección -deliberada o arbitraria- del grupo de trabajo. El “aguante”, la paciencia y la fe en lo colectivo son las trazas reincidentes del hacer. A través de la fricción en el encuentro ve aparecer “el genio” que sería aquello que emerge como energía de una obra, especie de magia que sucede cuando un material empieza a tomar cuerpo. Pero luego, ya en su casa, por momentos, siente también el abatimiento y el vacío de hacer teatro, sin encontrarle sentido a nada, hasta llegar incluso a la interrupción total: “Durante dos años no hice nada, me saturé de todo, aborrecí el teatro, los actores. Después volví”.

Desde el boceto hasta el desparpajo---pasando por el apetito expresivo, el garabato, el genio de la lámpara y más-- todas las palabras con las que Paco refiere a la escena generan una red de pensamiento complejo que se viste de sencillez. Las triadas en su creación, los universos poéticos y las filiaciones son parte de los elementos desde los cuales su teatro se funda como materia escénica. Estos son algunos de los tópicos que desarrolla en numerosas entrevistas y textos. Por ejemplo, en Las piedras jugosas y La risa de las piedras (ambos libros editados por el Instituto Nacional del Teatro) José Luis Valenzuela estudia y despliega los diversos aspectos que constituyen la poética y la concepción de teatro de Paco Giménez. Y en Nuevas Tendencias Escénicas. Teatralidad y cuerpo en el teatro de Paco Giménez (editado por DocumentA/Escénicas) Cipriano Arguello Pitt piensa a este creador y su poética desde la fragmentación, el eclecticismo y lo insólito. En estos últimos días se les suma a estos materiales para abordar su pensamiento y su mirada teatral un video que forma parte de un ciclo producido por el INT y el Ministerio de Cultura de la Nación. En Integrando Saberes (Clase 2) Paco Giménez improvisa modos de decir lo que suele ser indecible en las praxis de la escena. Ideal para quienes él llama, y entre quienes se incluye, “los amantes del teatro”. Cuando encuentra esas palabras se justifica y aclara que no se considera una persona culta: “usé mi ignorancia y desarrollé una cultura fraguada por mí. Veo mucha televisión y también he escuchado a eruditos del teatro hablar. Yo tomo una idea y la fermento. Yo no he inventado nada, tomo lo que ya existe y lo pongo en otra órbita”. Y esa órbita se encuentra frecuentada por muchas personas que lo consideran su padre artístico y maestro. Sus estudiantes tienen la llave del espacio para usarlo cuando sea necesario, aceptan el trueque de horas de ensayo por productos de limpieza y dan cuenta de las muchas jerarquías suspendidas que implica el mundo Paco. Así como para Camila Sosa Villada, para muchos artistas que lo han conocido de cerca, Paco Giménez no es solamente un maestro sino la casa paterna a la que siempre se vuelve. Para conversar con él hay que saber que su cronología no se ordena en años calendario sino en aniversarios de La cochera. A sus 68 años hoy las clases son forzosamente virtuales y los traslados, como siempre, en bicicleta.