Es un momento extraño para la comedia romántica, no tanto porque la revisión del amor romántico haya vuelto imposible tocar ciertos temas, como a algunxs detractores facilistas del feminismo les gusta afirmar, sino porque las relaciones cambiaron: si hasta hace un par de décadas el género giraba alrededor del casamiento como posibilidad o fin último (La mejor de mis bodas, Novia fugitiva, La boda de mi mejor amigo, Quiero robarme a la novia, ¿se acuerdan de ese universo tan lejano?), la reformulación de las relaciones de pareja y la asunción más plena de su carácter finito, provisorio y frágil pusieron en escena otro repertorio de cuestiones que solo unas pocas películas se atrevieron a abordar. 

Así, hace una década aproximadamente, con películas como Amigos con beneficios, Amigos con derechos o Trainwreck, se inauguró un nuevo tipo de comedia romántica donde lxs protagonistas querían coger y estar acompañadxs pero no armar una relación ni comprometerse y el amor formalizado en una relación estable, para concretarse, debía superar una serie de obstáculos, miedos y prejuicios. La educación sentimental de esta generación parece consistir en aprender a tener sentimientos, a no bloquearlos. A dejarse conmover, en una palabra, porque coger ya sabemos que se puede.

En esta línea se ubica Palm Springs, comedia con Andy Samberg y Cristin Milioti que acaba de estrenar la plataforma Hulu. Con un punto de partida que recuerda a Groundhog Day y About time (dos referencias con las que no es fácil lidiar, puesto que son películas excelentes y además, en el caso de Groundhog Day, tremendamente icónicas), Palm Springs ubica la acción durante un mismo día repetido en loop en el desierto de California. Es un día de bodas, sí, pero los que se casan son otros y Nyles (Samberg) asiste de costado y con escepticismo ni siquiera demasiado enfático al espectáculo de otrxs comprometiéndose a algo. El en cambio tiene una novia que no le importa —ni ella a él— y está atascado en ese día que, sin importar lo que Nyles haga, ya sea matarse, divertirse o dejar pasar el tiempo, empieza una y otra vez. No se lo ve muy desesperado a Nyles porque, de todas, formas, la vida no tiene sentido y no es que el atasco temporal lo aleje de hacer algo que ansiaba en el futuro. Hasta que se acerca, por supuesto, a Sarah (Milioti), la hermana de la novia, tan escéptica y en cualquiera como él.

Como en las buenas comedias románticas, verlos enamorarse es una alegría. Pero a diferencia de las mejores comedias románticas, lxs protagonistas están rodeados prácticamente por un vacío, igual que el desierto donde pasan las noches pero menos inspirado. No hay personaje secundario que esté a la altura, ni siquiera el invitado bizarro a la boda que encarna J. K. Simmons y que cumple una función similar a la que en About time le tocaba a Bill Nighy, solo que con un papel apenas borroneado. Andy Samberg y Cristin Milioti hacen milagros con el tiempo que les toca, saben recorrer todo el arco desde el desprecio hasta hacerse imprescindibles el uno para el otro y divertirse en el camino (y son una fiesta bailando juntos). Pero el resto del elenco es tan genérico que duele, y si bien la película plantea una serie de cuestiones que tienen que ver con el sentido, el uso del tiempo y la intensidad que suma a nuestras acciones el hecho de tener o no tener consecuencias, el cine no se alimenta de temas sino de momentos construidos con artesanía, infinitamente mirables: una pareja en el desierto no hace a una comedia romántica, más allá de que en el desierto de este año muchas películas —y sobre todo de un género semi-abandonado— se agradezcan y se disfruten más.