Cuatro luchas por la alimentación se activan en la Argentina afectando a las familias: las luchas por el “consumo familiar”, la de los “gustos sociales”, la de los “precios”, y la de las “políticas pobres para pobres”. Todas estas luchas interconectadas se fortalecen cada vez que combinan procesos de esmerilización del poder adquisitivo, pérdida del empleo, inseguridad laboral y recesión económica.

1. El consumo familiar

La primera de las luchas expresa las diversas estrategias de supervivencia alimentaria de los hogares. Las mujeres son las primeras en salir a la calle a hacer rendir el dinero. Metódicamente ponen en práctica sus saberes populares, que no enseña ninguna universidad y aprendieron para asegurar cada plato de comida con la hiperinflación de 1989, en los ‘90 y en el 2002, desplegando un conjunto de políticas y estrategias domésticas para abaratar su canasta de consumo.

Más allá de una mirada de género promotora de la parentalidad compartida entre padres y madres, un hecho incontrastable es que las mujeres planifican el consumo familiar mensual y ante el deterioro del poder adquisitivo potencian el sistema de ayuda mutua de redes familiares, amistades para compras comunitarias, para saber de descuentos o formas de hacer mejores compras. Recorren almacenes, supermercados y otros circuitos informales como el de los vendedores ambulantes y ferias con precios bajos aprovechando las ofertas y contrastando valores.

Una estrategia habitual al hacer las compras es comer menos o distinto. Como ya se sabe, el mate con pan es muchas veces la opción en la cena para las mujeres en los barrios populares y la comida se destina a los hombres y niños. Fritos, guisos y sopas con papas, aceites mezcla, fideos y carnes grasas son las comidas más frecuentes que abaratan la canasta y son llenadores así como funcionales a la atención de tareas hogareñas e hijos donde el tiempo escasea. 

Además, la comida de olla es la opción económica ante el aumento de los servicios esenciales y lo factible cuando en el hogar hay sólo una hornalla, sin agua potable y otras condiciones habitacionales deficitarias. También complementan ingresos con la asistencia social alimentaria del Estado y organizaciones no gubernamentales o confesionales que operan en mismo contexto de restricciones y por tanto con una dieta similar y pobre nutricionalmente.  

Cuatro pilares básicos de la seguridad alimentaria y nutricional se destacan: la disponibilidad, la accesibilidad, la aceptabilidad y consumo, y la utilización biológica de los alimentos. En Argentina no existen problemas de disponibilidad, sino de accesibilidad, consumo, utilización y aprovechamiento óptimo de los alimentos. Básicamente, esta primera lucha por la alimentación que despliegan las familias es una lucha por la supervivencia donde se pone en juego su seguridad alimentaria. La falta o irregularidad del ingreso implica menos consumos. También acompaña de dificultades para la planificación del consumo familiar y de restricciones en la posibilidad de “elegir” optando por marcas no tan conocidas y productos de menos calidad y dudosa salubridad. 

Se compromete la seguridad alimentaria, no sólo el hecho de comer sino su calidad y valor nutricional. Estos cambios incluso resultan más profundos porque también generan cambios en el modo de habitar y vincularse para todos los miembros de las familias. 

2. Los gustos sociales 

También se fortalece otro proceso que es el de la “construcción social del gusto”. Implica que los sectores más empobrecidos eligen comer aquello que están obligados a comer porque no tienen suficientes ingresos, protegiéndose de la frustración de desear lo imposible. No es que “no tienen paladar” sino que es una particular malla protectora constituida en sociedades altamente desiguales para la desmovilización social y reivindicación política de los sectores más vulnerables.

Los sectores más pobres se orientan por alimentos baratos, rendidores, llenadores y gustosos para un cuerpo fuerte en el ámbito de la comensalidad comunitaria. Mientras los sectores socioeconómicos más pudientes buscan alimentos sanos, light y livianos. Las representaciones de los sectores medios incluyen que se coman más frutas, verduras, carnes blancas, lácteos (sobre todo quesos) y bebidas. 

No se come lo que se quiere, ni lo que se sabe, se come lo que se puede y este mapa de posibilidades gustativas se transmite a los hijos y de generación en generación. Hoy en Argentina enfrentamos la epidemia global de la obesidad como afirma la Organización Mundial de la Salud. Nuestro problema central en nutrición no es la desnutrición aguda y extrema, cuyos niveles son bajos, sino la desnutrición oculta. Por ello a menudo se habla de niños petisos, acortados y obesos como consecuencia de estas carencias. 

La industria alimentaria consolida estas construcciones sociales, desarrollando productos para los diversos “targets” de clientes diferenciando entre las marcas para los pobres, para sectores medios y los de mayores ingresos. El efecto amplificador se manifiesta a través de las publicidades en los medios.

Adicionalmente a la lucha cotidiana por el consumo familiar (para garantizarlo), la lucha de los gustos sociales (para apaciguar la convulsión social) que se activan cuando hay esmerilización del ingreso y del trabajo, tiene lugar la lucha distributiva de los precios, más macro y ligada a la concentración oligopólica en la producción y fijación del costo de los alimentos.

DyN

3. Los precios

Argentina es un país de alimentos caros, con precios similares a los de Europa o Estados Unidos, sumado a que el acompañamiento del aumento con la recomposición salarial que se tuvo por un periodo en los últimos años ya no es tal. Simultáneamente, cada crisis internacional golpea fuertemente a las familias, en especial si no se apuntalan políticas de protección de los sectores medios y vulnerables en dichos momentos. También cada medida económica tiene impactos sociales y distributivos que pueden ser contraproducentes si no se es sensible a sus efectos.

Por ejemplo, hay  una íntima relación en la fijación de los salarios mínimos vital y móvil y/o aumento de asignaciones familiares como la AUH y las jubilaciones y las microguerras de precios. Lo expresan la disputa de precios, tan variables y cada vez más entre un barrio y otro, entre hipermercados y ferias, entre sus promociones y facilidades de compras en cuotas, síntoma de una desigualdad social en ascenso que puede alcanzar magnitudes insospechadas cuando desde el Estado no desarrollan políticas activas y regulatorias. 

Las gigantes variaciones de precios de un barrio a otro, entre supermercados grandes, los chinos, las verdulerías de barrio y los llamativos descuentos en Argentina hacen acordar al regateo del sudeste asiático o de países como India, con la diferencia que ese regateo es informal y aquí está formalizado el valor en la etiqueta del precio o pizarra sin criterios objetivos que permitan comprender los determinantes de los precios de un bien. También en las diversas modalidades de formas de pago con tarjeta en cuotas o en efectivo. 

Recordemos que hace unos años con cada aumento de la AUH era automático el incremento  de los precios de los alimentos y bienes esenciales, aunque por encima de cualquier cálculo de inflación, mientras ahora estas recomposiciones salariales y de ingresos están por debajo de esa medición. En este sentido, llama la atención el carácter distributivo regresivo de la política de “Precios Transparentes”, sobre todo considerando que tanto antes como ahora y con excepción de tarjeta Argenta para jubilados, los sectores populares no acceden a tarjetas de consumo que contrapesen y regulen el mercado no formal de acceso al crédito usurero que desarrolló a expensas del circulante de miles de millones de pesos mensuales que iba y va al consumo a través de la seguridad social. Las últimas políticas del gobierno irían en sentido contrario de este acceso hasta para los sectores medios. En esta tercera lucha por los precios más macro cobran primer plano el rol del Estado y del mercado que con los años cristalizan en la primer y segunda luchas antes descriptas.  

4. Las políticas pobres para pobres

La pauta que acompaño históricamente los procesos de recesión, desocupación, ajuste, más pérdida de poder adquisitivo es que crecen las políticas para los sectores populares (comedores, asistencia social y planes), más que las políticas de derechos (trabajo y ampliación de derechos de seguridad social), demostrando las interconexiones entre el sistema político-económico, las familias y las infancias. Esto implica que comienza a deterioriarse todo en la vida de los sectores populares y medios.

Hace ya varios años, en 2009, me interrogaba en mi proyecto de tesis de Maestría que luego fuera publicado como libro, si a partir de medidas como la Asignación Universal por Hijo –que extendieron el derecho a la seguridad social y con su piso de ingresos implicaban una redefinición de la agenda de prioridades en un país federal– involucraría para los gobiernos subnacionales y otros actores locales una agenda centrada en bolsones de alimentos y comedores o una agenda más cualitativa y/o promocional.

Desde entonces se fue transitando por dos momentos. En el primero, se redefinieron roles de organizaciones sociales y comunitarias y movimientos sociales ya no tan ligados a los comedores alimentarios, donde comenzaba a abrirse una agenda más cualitativa con intervenciones educativas, laborales, de cuidado infantil más integral y, al mismo tiempo, algunos gobiernos subnacionales persistieron en una agenda residual y otros más amplia. Hoy esa agenda nacional y de organizaciones sociales y comunitarias se mueve en sentido inverso.

En regiones con desigualdades amplias, las políticas deben ser concebidas como “blancos móviles”, más que estáticamente y actualizarse atendiendo a la finalidad de garantizar derechos en el marco de diversas luchas distributivas que presentan. Un ejemplo de ello son las esenciales luchas por la alimentación relacionadas a la lucha por el consumo familiar (para la supervivencia), la lucha de los gustos sociales (para apaciguar la convulsión social), la lucha de los precios (más macro, relacionada a la concentración económica y política) y la lucha de las políticas de pobres para pobres (de subsistencia). 

Estas luchas son ejemplos de los juegos y diversos frentes anidados a los que atender para avanzar en la inclusión social. La solución no pasa por una medida puntual: es sistémica y relacional al sistema político-institucional y económico vigente. La pregunta inevitable es: ¿cuáles son los efectos de las luchas por la alimentación con sus niveles nutricionales y de salud sobre la formación y acumulación del capital humano, sobre la productividad y competitividad de la fuerza laboral y sobre el crecimiento económico de largo plazo de un país?

* Especialista en Políticas Sociales. Doctoranda en Ciencias Sociales-UBA, Magister en Administración y Políticas Públicas-Universidad de San Andrés y Politóloga-UBA. 

[email protected]